Una profunda sensación de vergüenza debería invadir a todos aquellos a los que faltó tiempo para hacerle los coros al dirigente de Sortu, Arnaldo Otegui, y su escenificación de un dolor por las víctimas que ni él ni los suyos han sentido nunca.
Horas después, en ambiente de herriko taberna, Otegui tranquilizaba a los suyos. Nada había cambiado. El supuesto dolor no era más que una “patada al hormiguero”, que es la forma de describir la ligereza o, en el mejor de los casos, el voluntarismo ignorante con el que se suelen recibir todos los sedicentes “pasos” de la llamada izquierda abertzale.
Lo sabíamos, pero Otegui lo ha puesto negro sobre blanco. El Partido Socialista –que salió en disciplinada tromba para celebrar la burla de Ayete- es la opción deseada por Sortu, que quiere que Sánchez dure lo que queda de esta legislatura y cuatro años más. Por mucho que un Sánchez sin credibilidad proclame compromisos por los que nadie daría un céntimo, no puede escapar a su responsabilidad. Ha asociado a la gobernación del Estado (lo dijo Pablo Iglesias) a un personaje que deja en evidencia su catadura y que, al hacerlo, también retrata la radical anomalía de una fórmula de gobierno patológica pero que, por eso mismo, tan prometedora resulta para los herederos de ETA.