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Alfredo Sanz Calabria, Natividad Fernández Sola y Fernando Moreno

La celebración de la Hispanidad cada 12 de octubre siempre tiene un sentido más allá de cualquier retórica postiza propia de brindis de aniversario. Conviene recordar –y recordarnos– que existe un mundo hispánico vinculado por una historia, una lengua y una cultura comunes, con proyección universal. Este 12 de octubre tiene todavía más sentido, cuando la agitación polémica del indigenismo antiespañol fuera y el masoquismo antinacional dentro hacen pinza para deprimir nuestro sentimiento de pertenencia y deformar nuestra identidad colectiva con una caricatura ridícula, haciendo pasar la historia de España por un subproducto de la fanfarria y el crimen.

En el momento de redactarse esta nota, la actualidad política nacional e internacional se encarga de recordarnos que las épocas “interesantes” no suelen ser precisamente tranquilas. En España, el Tribunal Supremo acaba de rechazar los recursos contra la inaplicación de la amnistía a los delitos de malversación. En su auto denuncia el intento de ahormar una judicatura complaciente con el poder –“jueces de boca muda”– y abstenida en su función de interpretar la ley con arreglo al Derecho.

Los historiadores Alberto Garín Y Tomás Pérez Vejo conversan sobre las claves que inciden en el relato de la construcción del Estado nación en México, un asunto con visiones encontradas y poliédricas que muchos españoles desconocen y que está en la base de algunos recientes desencuentros políticos.

Aznar: “Todos debemos trabajar para que el exilio de Edmundo González acabe cuanto antes y pueda ejercer como presidente de una Venezuela en paz y libertad”

Una “actualización” de la Doctrina nuclear rusa hacia el uso del ataque nuclear preventivo, podría abrir la puerta a un uso “limitado” de las armas nucleares por el Kremlin en la guerra en Ucrania. Esto sería un alejamiento de la histórica doctrina nuclear definida por Stalin, o simplemente otra de las escaladas verbales para “intimidar a los débiles de nervios”.

Más de un cuarto de siglo después de su primera edición, el claro ensayo que Valentí Puig dedicó a Josep Pla sigue siendo una de las obras que mejor definen su mundo, fruto de una familiaridad honda y antigua que no se reduce al trato continuado con sus libros. Lejos de las aproximaciones que se limitan a reflejar su perfil más anecdótico, Puig se acerca al escritor ampurdanés -modelo de prosa, artífice de un estilo y maestro del vivir- para destacar el rigor de su vocación literaria y la coherencia de su aventura intelectual, ampliando el marco de sus referencias más allá de lo consabido.