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Pedro Sánchez, próximo presidente de la Internacional Socialista

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De acuerdo con lo que informaba el periódico El País el 25 de octubre pasado, Pedro Sánchez, presidente del Gobierno español, será nombrado con seguridad nuevo presidente de la Internacional Socialista. En un tono celebratorio se apuntaba que se trata del primer español que será investido en tan relevante cargo. Este extraordinario éxito, se nos dice, es resultado de meses de negociaciones discretas al más alto nivel que han permitido sumar los apoyos necesarios. Si nada inesperado sucede, Pedro Sánchez, vicepresidente de esta organización y único candidato al puesto, culminará con éxito la compleja negociación. Como subraya en entradilla el diario, la buena nueva es que, más allá del evidente éxito personal, “el Gobierno de coalición consolida la estabilidad política en una Europa convulsa”.

También se nos informa de que Sánchez presentó su candidatura el pasado 22 de septiembre en Nueva York con motivo de la reunión del Presidium de la Internacional Socialista donde generosamente ofreció “su experiencia para iniciar un nuevo tiempo en esta organización y a continuar con el legado de mi amigo Yorgos Papandréu (…) y líderes como Willy Brandt, Pierre Mauroy o el actual secretario general de Naciones Unidas, António Guterres”. El discurso completo de Sánchez no está disponible y la información proporcionada por el referido diario reproduce la publicada por el PSOE en su página, pero vale la pena atender al original porque con la edición que hace el periodista se pierden detalles relevantes. Así, en un ejercicio que muestra su pericia en la triangulación, señaló que:

“‘la socialdemocracia es la única alternativa viable tanto al individualismo del orden neoliberal como al retorno de los extremismos’, ha defendido Sánchez, para quien ambos fenómenos ‘van de la mano’. La respuesta conservadora a la última crisis provocó una ola de desigualdad, que a su vez hizo aumentar la desconfianza en las instituciones. Ese contexto de desmantelamiento del Estado del bienestar fue el caldo de cultivo para la aparición de unas corrientes extremistas a las que ahora los liberales se alían como única opción de supervivencia’”.

De acuerdo con el historiador Gary Gerstle, un “orden político” es una “constelación de ideologías, políticas y electores que [tiene la capacidad] de modelar la política americana de manera permanente durante ciclos electorales” que pueden durar muchos años. Así, el New Deal fue un “orden político” que duró desde 1930 hasta finales de los años setenta del siglo pasado y el neoliberalismo sería el “orden político” sucesorio que habría durado hasta finales de la primera década del siglo XXI. Así lo explica en su obra The Rise and Fall of the Neoliberal Order: America and the World in the Free Market Era publicada este mismo año. El núcleo del neoliberalismo se fundaría en la creencia de que las fuerzas del mercado han de ser liberadas del “control regulatorio del gobierno que frena el crecimiento, la innovación y la libertad”. Es decir, sus fundamentos son antagónicos a los del “orden político” precedente, el New Deal, que sostenía que la intervención del Estado en la economía y en la vida social eran esenciales para mantener cohesionado al país y evitar las crisis económicas cuyo resultado de pobreza y desigualdad alimentaba el conflicto social y político.

Trasladado a Europa este modelo, podría señalarse que las democracias europeas occidentales vivieron en un “orden político” que puede ser calificado de “consenso de posguerra”, “Estado de bienestar”, “Estado social”, “Estado providencia” o “Treinta gloriosos”, desde 1945 hasta los años setenta del siglo pasado. Este “orden político” estaba caracterizado por el triunfo de la democracia liberal y el desarrollo de una economía social de mercado, un producto transideológico fruto del consenso entre democratacristianos, liberales y conservadores, al que se sumaron los partidos socialistas que se convirtieron en socialdemócratas. El modelo resultó en el milagro europeo, donde la paz, la seguridad, la libertad y el bienestar se unieron para producir tres décadas sin parangón en la vida del continente.

No deja de tener cierta ironía que lo que se defiende como “el modelo europeo” no es sino la trasposición del New Deal a Europa mediante el Plan Marshall, en la convicción de que EE. UU. había eludido el fascismo, el nazismo y el comunismo gracias a la intervención del Estado en la economía y en la sociedad. Sin embargo, la crisis del petróleo de los años setenta dio al traste con sus fundamentos económicos, lo que produjo también agudo malestar social, y esto hizo que llegara un “orden político” nuevo, el “orden neoliberal”, dirigido a corregir un modelo que se había mostrado disfuncional y cuya constelación de creencias se había debilitado. Esto es, pasó exactamente igual que lo que antes he reseñado en relación con América. Al “orden político” de la posguerra, que había estructurado la vida europea durante tres décadas, le sucedió un “orden político neoliberal” que, a su vez, se habría desacreditado con la crisis de 2008, lo que propició su derrumbe. Ahora bien, no ha aparecido un “orden político” sucesorio, más bien, estamos en el desorden. La prueba más palmaria es que la bandera del iliberalismo se ha alzado en el mundo junto con la afirmación de las autocracias, pero en el mundo democrático ya no hay un consenso que estructure la vida colectiva integrando a gobierno y oposición, sino una polarización sin precedentes.

Pedro Sánchez dice que la socialdemocracia es la alternativa a este “orden neoliberal” que ha traído de vuelta los extremismos y la desigualdad. Es más, parece decir que los conservadores son los responsables de la vuelta de los extremismos por sus políticas de austeridad y que los liberales buscan sobrevivir aliándose con los extremistas. Digo parece, porque justamente resulta increíble que esté diciendo lo que dice. Al realizar estas afirmaciones olvida que uno de los rasgos esenciales de un “orden político” es que establece un consenso general del que participan tanto el partido del gobierno como el principal partido de la oposición. Así, durante el “consenso de posguerra”, 1945-1978, donde la democracia liberal y la economía de mercado eran el modelo de democratacristianos, conservadores, liberales y laboristas. Pero también durante el “orden neoliberal” donde republicanos, demócratas, liberales, conservadores y socialdemócratas participaron de un nuevo consenso. Si en América fue Ronald Reagan quien inició el “orden neoliberal”, el “presidente neoliberal por excelencia” –en palabras de Gerstle– fue Bill Clinton y otro tanto puede decirse de la conservadora Margaret Thatcher y el laborista Tony Blair o del canciller socialdemócrata alemán Gerhard Schröder, de izquierda o de derecha, todos ellos defendieron el mismo “orden neoliberal”. Esto por no hablar de las políticas de austeridad iniciadas por Rodríguez Zapatero en 2010, es decir, cuando el “orden político neoliberal” ya estaba en crisis. Que Sánchez diga que va a continuar con el legado de su amigo Yorgos Papandréu suena en este sentido más que a ironía a sarcasmo, porque nadie aplicó con mayor denuedo la receta de la austeridad. En suma, si Sánchez quiere desligar a la socialdemocracia de un “orden neoliberal” del que fue actor principal, quizá debiera empezar por el examen de conciencia y el mea culpa.

En otro orden de cosas, Sánchez parece prometer como alternativa al colapsado “orden neoliberal” el orden político precedente, esto es, volver a las políticas bienestaristas de la posguerra europea y, de esta manera, desactivar el retorno de los extremismos alimentados por la desigualdad. Para ello sería también bueno que explicara por qué le parecen malos estos extremismos cuando habla para la Internacional Socialista, y sin embargo gobierna con ellos y se apoya en ellos en el Parlamento español. Porque los extremismos que buscaba conjurar el Estado del bienestar, además del fascismo, ya derrotado militarmente, eran el comunismo, el nacionalismo y el populismo, esto es, todos aquellos que le han llevado al Gobierno de España. Cuando dice que los liberales se apoyan en estos extremistas para sobrevivir se siente cierto vértigo y no se sabe de quién se está hablando.

La Internacional Socialista que aspira presidir Sánchez fue fundada en 1951 y buscaba revivir de alguna manera las Internacionales precedentes, esto es, las asociaciones de los partidos obreros nacidas entre finales del siglo XIX y principios del XX, y que buscaban acelerar la llegada de la utopía socialista. Sin embargo, todas estas asociaciones “internacionales”, desde la Asociación Internacional de Trabajadores hasta la Tercera Internacional, tuvieron existencias convulsas debido al sectarismo de marxistas, anarquistas y comunistas que dieron lugar a cismas y enfrentamientos sin cuento. Este conflicto, tras la Segunda Guerra Mundial, estaba muy vivo porque la derrota del fascismo vino acompañada del triunfo de comunismo en buena parte de Europa. En la declaración fundacional de la Internacional Socialista –Frankfurt, 3 de junio de 1951–, que lleva por título “Fines y tareas del socialismo democrático”, se señala al capitalismo como culpable de todos los males, lo asocia al fascismo y al nazismo y se anuncia la buena nueva de que ya se han puesto los cimientos de la sociedad socialista en muchos países, pero a continuación se hacen unas expresivas declaraciones sobre el comunismo:

– En el punto 7 se señala que el comunismo ha dividido al movimiento obrero y ha retrasado así la llegada del socialismo a muchos países.

– En el punto 8 se indica que los comunistas defienden falsamente ser parte de la tradición socialista porque “han construido una teología rígida incompatible con el espíritu crítico del marxismo”.

– Mientras los socialistas buscan acabar con la división entre los hombres motivada por la explotación, se nos dice en el punto 9, “los comunistas buscan agudizar las divisiones de clase con el ánimo de establecer una dictadura de partido único”.

– Para rematar, en el punto 10, que reproduzco completo, se dice lo siguiente:

“La Internacional Comunista es el instrumento de un nuevo imperialismo. Allí donde ha alcanzado el poder ha destruido la libertad o la posibilidad de alcanzarla. Está basada en una burocracia militarista y en una policía terrorista y al producir escandalosas diferencias de riqueza y privilegio ha creado una nueva clase social. El trabajo forzado juega un importante papel en su organización económica”.

El documento fundacional va seguido de cuatro secciones con sus propios puntos. La primera, “Democracia política”, es una defensa sin reservas de la democracia liberal en las que se condenan por igual las dictaduras, “sean fascistas o comunistas”. Por supuesto se enfatiza mucho la independencia judicial como uno de los ingredientes fundamentales de la democracia y se señalan explícitamente (punto 3, apartados a, b, c, d, e, f, g) todos aquellos requisitos necesarios para que se pueda calificar de democrático a un Estado. La segunda sección, “Democracia económica”, busca conciliar la intervención del Estado en la economía con la propiedad privada. La tercera sección, “Democracia social y progreso cultural”, enuncia los derechos sociales que la Internacional Socialista considera imprescindibles para satisfacer las necesidades humanas básicas. Por último, la sección cuarta, “Democracia internacional”, reitera la vocación internacionalista de los socialistas y su compromiso con el desarrollo de instituciones internacionales que “trasciendan la soberanía nacional absoluta” en busca de la paz, la democracia y el bienestar de la humanidad. En fin, también sería bueno saber si Sánchez comparte el espíritu fundacional de la IS o piensa cambiar sus principios a la luz de su experiencia de gobierno.

Entre los partidos fundadores de la Internacional Socialista estaban los dos PSOE, el histórico de Rodolfo Llopis y el del interior, así como todos los partidos socialdemócratas europeos entonces existentes, junto a algunos otros de diversos lugares del mundo: la India, Japón, Uruguay, Canadá y Estados Unidos, nada más. A su lado, 18 partidos socialdemócratas europeos, 6 de ellos en el exilio por ser sus países dictaduras comunistas, salvo uno, España. Como se ve, la Internacional Socialista era en origen un foro de coordinación de los partidos socialistas y socialdemócratas de Europa y así lo fue durante unos años hasta la llegada de Willy Brandt a la presidencia de la IS (1976-1992). En ese tiempo la Internacional creció de manera enorme hasta alcanzar más del centenar de miembros. Sin embargo, este éxito en la afiliación vino acompañado de una menor exigencia democrática a los miembros y de un crecimiento no menor de la corrupción en la misma.

Este deterioro fue a más con los años, lo que hizo que la organización finalmente entrara en crisis en 2013. En 2012 el Partido Socialdemócrata Alemán, por decisión de su líder, Sigmar Gabriel, decidió dejar de pagar las cuantiosas cuotas a la Internacional si no se tomaban medidas de inmediato para mejorar su funcionamiento, expulsar a los partidos no democráticos de la misma y realizar programas más efectivos. Como manifestó, estaba harto de tener que sentarse a la mesa con criminales como el dictador egipcio Hosni Mubarak o el dictador tunecino Zine El Abidine Ben Ali, cuyos partidos eran miembros de la Internacional –más tarde acabarían siendo expulsados, aunque si uno consulta la lista actual de partidos miembros los corruptos y no democráticos no han menguado–. Puesto que sus pretensiones no se vieron satisfechas, el SPD, el partido fundador de la socialdemocracia en el mundo, abandonó la organización y creó su propia “Internacional” en mayo de 2013, en Leipzig, la Alianza Progresista (PA) que tiene ahora un centenar de miembros.

En suma, 2013 no fue un buen año para la Internacional Socialista. Fue también entonces, durante la reunión de la IS en Cascais, Portugal, cuando la socialista española Beatriz Talegón, presidenta de la Unión Internacional de Juventudes Socialistas, institución también fundadora de la Internacional Socialista, lanzó su famosa filípica de que no se podía cambiar el mundo alojándose en hoteles de cinco estrellas y desplazándose en coches de lujo. Talegón se ha dedicado después a otras causas como la defensa de la homeopatía, el movimiento antivacunas, la defensa de la medicina no convencional, el apoyo al separatismo catalán, además de fundar un partido político con el exjuez Garzón y con Gaspar Llamazares.

El efecto de este cisma sobre una organización tan mastodóntica como irrelevante ha tenido consecuencias, porque los grandes partidos socialdemócratas fundadores de la Internacional Socialista ya no están en ella y los que quedan, con la salvedad del PSOE, son marginales dentro de la política de sus propios países. Ya no está el SPD alemán, pero tampoco están los partidos socialistas de Austria, Dinamarca, Países Bajos, Noruega, Suecia o Suiza, ni tampoco está el Partido Laborista británico. Es decir, partidos de algunos de los países donde la socialdemocracia ha tenido más larga experiencia de gobierno. Por tanto, la socialdemocracia está dividida en dos internacionales y parece que Sánchez ha decidido presidir la asociación más cuestionada y la más discutida. Entre los reproches de Sigmar Gabriel estaba también que la Internacional Socialista fue incapaz de articular una respuesta conjunta a la crisis de 2008 y esto iba dirigido contra Yorgos Papandréu del PASOK, que ha dirigido la organización desde 2006 y que fue el abanderado de las políticas de austeridad en Grecia como primer ministro entre 2009 y 2011. Papandréu fue reelegido sucesivamente desde entonces, dieciséis años, y es quien entregará la presidencia de la IS a Pedro Sánchez si se cumplen los pronósticos. El hecho de la reelección de Papandréu durante todos estos años no es un asunto menor, puesto que muestra la perseverancia de la Internacional Socialista en las prácticas que condujeron al abandono de la organización por el SPD alemán y por casi todos los partidos socialdemócratas con cierta vitola de prestigio de Europa.

De hecho, la Internacional Socialista solo sale en las noticias por algún nuevo traspié, como cuando en 2018 los laboristas israelíes abandonaron la asociación con motivo de la “Declaración sobre la cuestión palestina” de junio de 2018, en Ginebra, en la que se defendía en su punto 7, que la IS “hace un llamamiento a todos los Gobiernos y Sociedades Civiles a activar el boicot, la desinversión y las sanciones contra la ocupación israelí, todas las instituciones de la ocupación y los asentamientos ilegales israelíes, incluyendo el total embargo de toda forma de comercio y cooperación militares con Israel mientras continúe sus políticas de ocupación y apartheid contra el pueblo palestino”. También se pedía a Estados Unidos que retirara su apoyo a Israel y no se realizaba condena alguna de Hamás. Los laboristas israelíes acusaron a la Internacional Socialista de antisemitismo, un tema que alcanzó recientemente actualidad con otros laboristas, los británicos, que suspendieron de militancia hace dos años a su antiguo líder, Jeremy Corbyn, por dicho motivo.

El Consejo de la Internacional Socialista reunido el pasado julio en el Palacio de las Naciones Unidas de Ginebra acordó, a propuesta del PSOE, y por unanimidad, convocar su XXVI Congreso en Madrid. Durante el mismo se fijará la posición de la IS para los próximos años de cara a los desafíos de un mundo globalizado. El cónclave se realizará entre los días 25 y 27 de noviembre en Madrid y, si todo va según lo previsto, Pedro Sánchez será elegido entonces presidente de la Internacional Socialista.


Ángel Rivero es profesor titular de Ciencia Política y de la Administración, UAM