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El problema de rentabilidad de la banca europea

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La banca europea arrastra un problema de rentabilidad desde hace años. Entre 2015 y 2019, los cinco ejercicios anteriores a la pandemia, la rentabilidad sobre los recursos propios (ROE) del conjunto de bancos de la zona euro fue del 4,8%. Mejoró en comparación con los años anteriores, pero aún seguía claramente por debajo del coste de capital que las propias entidades financieras estimaban en torno al 8,5%[1]. En un 2020 condicionado por la COVID, la rentabilidad volvió a empeorar debido al descenso de los tipos de interés y al aumento del coste del riesgo, y se situó en torno al 1,5%.

Una rentabilidad insuficiente supone un problema para los accionistas de los bancos, pero también para el conjunto de la economía. Un bajo nivel de beneficios dificulta la acumulación orgánica de capital, lo que limita la capacidad de las entidades para invertir, absorber shocks o financiar el crecimiento del crédito. En definitiva, pone en duda su viabilidad a largo plazo. Una entidad poco rentable también tiene más complicado (caro) captar capital en el mercado si lo necesita, lo que puede llegar a provocar problemas de estabilidad financiera.

El contraste con la situación de los bancos de Estados Unidos es muy notable. Allí, el ROE en 2015-2019 alcanzó un promedio de dos dígitos (10,1%) y el año pasado, aunque también se vio afectado por la COVID, se quedó en el 6,9%. No ha habido ningún año desde la Gran Recesión en el que la banca de la zona euro haya alcanzado un nivel de rentabilidad tan alto como el que pudo alcanzar la banca americana en el año de la COVID.

Varios factores contribuyen a explicar estas diferencias. En primer lugar, el mayor dinamismo económico de los Estados Unidos: entre 2014 y 2019, el PIB nominal creció 4 puntos más que en la zona euro (y la distancia se amplía hasta los 18 puntos desde 2009), lo que se reflejó en la demanda de crédito. Aún más importante que lo anterior ha sido la distinta evolución de los tipos de interés. Así, mientras que la Fed llegó a subir el tipo de referencia desde el 0,25% al 2,5% a mediados de 2019, el BCE redujo el tipo de depósito desde el 0% al -0,50%. La carencia de una unión fiscal en la zona euro ha impedido llevar a cabo una política fiscal tan agresiva como la de Estados Unidos en los últimos diez años y, para compensarlo, la política monetaria ha tenido que ser mucho más laxa, prolongando un entorno de tipos de interés en mínimos.

Una curva de tipos más baja, más plana y con tipos negativos hizo que la línea más importante de la cuenta de resultados de un banco, el margen de intereses apenas creciera un 1,5% en la zona euro entre 2014 y 2019, mientras que en Estados Unidos creció casi un 30%[2]. Así, a pesar de que la banca europea mantuvo estables los gastos de explotación mientras que la americana los aumentaba un 20%, la ratio de eficiencia empeoró ligeramente aquí (2 puntos, hasta el 66%) y mejoró allí (5 puntos, hasta el 57%).

La banca americana cuenta con otras dos ventajas: un mercado de capitales mucho más amplio y profundo (ayudado también por Fannie Mae y Freddie Mac), lo que facilita una gestión más activa del balance y la optimización del capital, y sobre todo un mercado bancario mucho más integrado que el de la zona euro. En Estados Unidos, cuatro entidades suman una cuota de mercado del 39% de los depósitos del país, mientras que en la zona euro la cifra equivalente es menos de la mitad. Además, los bancos americanos alcanzan esa cuota gracias a una presencia relevante en una multitud de estados, lo que les permite aprovechar economías de escala, pero no existen bancos equiparables de alcance paneuropeo, evidencia de que la fragmentación de los mercados nacionales no permite las mismas economías de escala.

Desafortunadamente, estos condicionantes no cambiarán a corto plazo. El Plan Europeo de Recuperación ayudará sin duda a la reactivación de la economía, pero las previsiones apuntan a que los tipos de interés van a seguir muy bajos durante mucho tiempo. Por ejemplo, las curvas de futuros implican que el tipo de interés a un día se mantendrá en negativo hasta 2026. Los avances en el proyecto de Unión del Mercado de Capitales también están siendo muy graduales. Por último, en cuanto a la Unión Bancaria, todavía no existe un consenso sobre si avanzar (y cómo hacerlo) en la introducción de un sistema europeo de garantía de depósitos que eventualmente sustituya a los sistemas nacionales, y esta no es la única reforma necesaria para impulsar una mayor integración de la banca europea.

A corto plazo, la banca europea, como la americana, también deberá digerir las consecuencias de la recesión derivada de la pandemia. Por ahora, la morosidad no ha subido gracias a la extensión de moratorias y periodos de carencia, pero es previsible que lo haga cuando estas medidas extraordinarias vayan venciendo. El ritmo de recuperación condicionará el volumen de dotaciones a provisiones necesario en los próximos ejercicios después del repunte del coste del riesgo en 2020 (lo que ha restado unos 3 puntos al ROE en 2020 en comparación a 2019).

Más allá de las consecuencias de la COVID, el sector deberá seguir gestionando grandes tendencias de fondo, como la digitalización y el cambio climático, que condicionarán la evolución de la rentabilidad, con riesgos y oportunidades. En particular, la transformación digital requerirá grandes inversiones para evolucionar el modelo de atención al cliente y el propio modelo de negocio, entre otras implicaciones. A la vez, van surgiendo nuevos competidores que presionan los márgenes a la baja. Y en el horizonte aparece también el euro digital como un elemento que puede provocar importantes cambios en el mundo de los pagos y la intermediación financiera. Son solo algunos ejemplos ilustrativos de que el camino hacia una rentabilidad sostenible no será sencillo. Sin duda, la anticipación será clave.


[1] De acuerdo con datos publicados por el BCE para 2019, dos de cada tres entidades situaban su coste de capital entre el 8,0% y el 12,0%. Los datos son similares a los que proporciona la EBA.

[2] Unos tipos de interés bajos han facilitado, sin embargo, el servicio de las deudas y, de esta manera, han permitido un descenso de la tasa de morosidad y del coste del riesgo.