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Chile rechaza segunda propuesta constitucional

El domingo recién pasado Chile dio un giro en “U” en materia constitucional, es decir, después de cuatro años de experimento y de acudir cinco veces a las urnas, volvió al punto de partida. Por un 55,8% contra un 44,2 %, la ciudadanía dijo que no a la segunda propuesta constitucional que se le presenta en poco más de un año. En septiembre del 2022 se había rechazado con un 61,8% el texto de la primera Convención que sólo obtuvo el 38% de apoyo.

Estas son las seis claves para entender el resultado:

1.- Un proceso que partió mal

El domingo pasado se cerró el proceso constituyente que se inició en noviembre del 2019 bajo el chantaje de la violencia. Producto del estallido ocurrido en octubre de ese año, el Gobierno del expresidente Piñera promovió un acuerdo transversal en el Congreso que dio inicio al reemplazo de la Constitución elaborada durante la dictadura de Pinochet, que había sido ampliamente reformada en democracia. De hecho, la última gran reforma a ese texto fue en el año 2005 durante el Gobierno del expresidente Lagos. Fueron tan relevantes los cambios que ahí se hicieron que Lagos introdujo una norma para que pasara a llevar su firma en reemplazo a la de Pinochet y, cuando promulgó el nuevo texto, señaló que Chile tenía, al fin, una Constitución plenamente democrática.

Muchos afirman que si ahí se hubiera plebiscitado probablemente se hubiera zanjado el tema constitucional. No se hizo y, a los pocos años, la izquierda más extrema empezó a reclamar una asamblea constituyente para redactar una nueva Constitución hecha plenamente en democracia.

2.- La Constitución nunca fue el problema, ni tampoco la solución

La primera propuesta constitucional se sometió a plebiscito el 4 de septiembre del 2022. La izquierda extrema tuvo votos para redactar un texto a su antojo y así lo hizo. Plasmaron en él su proyecto político refundacional, que destruía la democracia liberal, dividía la nación chilena, asfixiaba la libertad individual, eliminaba los controles al poder político y terminaba con la igualdad ante la ley. El Gobierno del presidente Boric fue su principal promotor, y el texto fue rechazado mayoritariamente no sólo por la derecha sino por gran parte de la centroizquierda.

Probablemente los resultados del domingo recién pasado se explican por lo ocurrido ahí. Los chilenos, durante el trabajo de esa convención y con el texto que se les propuso, entendieron que sus problemas no eran constitucionales como se les había pretendido hacer creer durante años.

3.- Un acuerdo apresurado

Chile se había asomado al abismo y el triunfo del rechazo a ese primer texto fue celebrado transversalmente por las fuerzas democráticas y por la ciudadanía, que quizás en un momento estuvo de acuerdo con una nueva Constitución, pero no con un nuevo país inventado desde cero.

A los pocos días de ese plebiscito, la oposición se apresuró en cerrar un acuerdo con el oficialismo para iniciar un segundo proceso constituyente. Es cierto que esta vez se ponían límites para evitar los excesos del primero, pero la verdad es que nunca se entendió que todo tuviera que empezar de nuevo. Más razonable hubiera sido reencauzar el tema constituyente en el Congreso Nacional desde donde nunca debió salir.

Se eligió un Consejo en que esta vez tuvo mayoría el Partido Republicano, el único que se marginó del acuerdo. Es decir, la gente eligió mayoritariamente a quienes no querían insistir en la elaboración de una nueva propuesta.

El domingo pasado ganó el hastío ciudadano hacia políticos de distintos partidos que insistieron, una y otra vez, en que lo constitucional era el problema. La gente sentía, y con razón, que ya habían votado y nunca estuvo de acuerdo con este segundo proceso.

4.- Un plebiscito sin drama

A diferencia del de septiembre del año pasado en que Chile se jugaba su destino democrático, el domingo pasado la gente no vio drama ni épica en lo que se votaba. Es decir, o se aprobaba un texto nuevo que para algunos actualizaba y mejoraba el vigente (para la izquierda era un retroceso), o se seguía con el mismo.

Después de décadas de ataques a la Constitución actual, culpándola de todas las injusticias y afirmando que con ella no podían gobernar, la izquierda llegó al plebiscito del domingo pasado hundida en la indignidad. En la campaña, pasaron de hablar de “la Constitución de Pinochet” a “la de Ricardo Lagos” e incluso declaraban sentirse cómodos con ella.

5.- Gobierno, alivio más que triunfo

Nadie hubiera imaginado que todo este proceso terminaría con un Gobierno de izquierda durmiendo aliviado porque la Constitución actual sigue vigente. El triunfo de la propuesta de nueva Constitución hubiera significado su tercera derrota electoral consecutiva. La primera fue al texto de la Convención el año pasado; la segunda, en la elección de consejeros para el nuevo proceso. Una tercera hubiera significado un durísimo golpe para un Gobierno con escaso respaldo y amplios niveles de rechazo popular.

Por otra parte, ya no hay excusas. Los problemas más graves que tiene Chile no son constitucionales y la ciudadanía parece cansada de gritar sin que nadie la escuche. El Gobierno, aliviado, pero sin nada que celebrar, debe enfrentar un grave escándalo de corrupción que tiene instalado a las puertas de La Moneda; un país en que nadie se siente seguro y autoridades que carecen de credibilidad para enfrentar la violencia; un grave estancamiento económico; una crisis inminente en el sistema de salud; y enfrentar también una educación sin agenda y con miles de niños pagando los costos de las malas reformas empujadas y aprobadas por quienes hoy gobiernan.

6.- Futuro de la oposición

La derecha y las fuerzas políticas de centro se unieron para hacer campaña a favor de esta segunda propuesta constitucional. La derrota del domingo no cambia demasiado la configuración al interior de la oposición. José Antonio Kast, excandidato presidencial y líder del Partido Republicano, que tenía la mayoría en este nuevo consejo constitucional, obtiene, en definitiva, el mismo porcentaje que en la pasada segunda vuelta presidencial. No le basta para ganar, pero no retrocede en apoyo popular. Y Republicanos sumados a Chile Vamos (coalición de centroderecha) mantiene, prácticamente, los mismos votos que obtuvieron en la elección de consejeros.

Es decir, el escenario queda abierto para las próximas elecciones presidenciales sin que ninguna figura quede irremediablemente dañada ni tampoco ninguna especialmente fortalecida.

El presidente Boric, la noche del domingo, quizo aprovechar el resultado forzando una interpretación equivocada. Señaló que la gente pedía acuerdos y, por tanto, llamaba a la oposición a sumarse a su reforma previsional y tributaria.

El resultado del plebiscito se puede interpretar justo a la inversa, como la muerte del último gran acuerdo político, apresurado, hecho de espaldas a la gente. Es decir, el Gobierno espera que la derecha no haya aprendido nada de lo ocurrido; que a un mal acuerdo constitucional, que la gente nunca respaldó, agregue ahora votos para un pésimo acuerdo tributario y otro previsional.

La derecha debe dedicarse a construir un proyecto político amplio y coherente que permita solucionar los problemas y no agravarlos. La ciudadanía parece hastiada de ministros y parlamentarios firmando acuerdos sólo porque les acomoda la foto o les incomoda restarse de ella.

Hoy existen en Chile muchas oposiciones y es esencial que tengan perfil propio para que más ciudadanos se sientan representados por ellas. Se necesita sumar y para ello se debe cuidar la unidad. No se les puede descalificar un día y a la mañana siguiente pretender cerrar pactos con ellos.

La oposición debe ser proporcional al daño que este Gobierno está causando y, al mismo tiempo, debe dar rápido vuelta a la página del tema constitucional para dedicarse a construir una alternativa política reconocible. No se puede esperar ganar sólo por lo mal que lo hace la izquierda en el poder. Eso no basta. En lo ocurrido el domingo hay, también, algo que aprender de eso.


Marcela Cubillos es abogada, exministra de Chile y exconvencional