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Legislativas francesas: de frente a frente

Emmanuel Macron había convocado anticipadamente unas Elecciones Legislativas en busca de una “aclaración” tras el fuerte ascenso de la Agrupación Nacional (RN) en los pasados comicios europeos. Sin embargo, los resultados parecen abonar la confusión antes que la claridad. Cierto que el “muro republicano” organizado para acordonar el voto del RN ha funcionado bien. Incluso demasiado bien: hasta el punto de desmentir los sondeos que vaticinaban un amplio triunfo de la derecha populista del remozado “Frente Nacional” y adjudicar la victoria al recién organizado “Frente Popular”, alianza de partidos de extrema izquierda que se alza con el primer puesto. De un frente a otro en una Francia sumida en la polarización.

El fiasco de la Agrupación Nacional es indisimulable más allá del incremento de escaños. Las expectativas le ponían a las puertas del poder y una movilización masiva lo ha frustrado finalmente. RN aglutina prácticamente un tercio del cuerpo electoral francés, es capaz de imponer su repertorio y agenda en la opinión pública, pero sigue alimentando un miedo y una desconfianza demasiado extendidos como para ostentar todavía la condición de partido mayoritario, de gobierno.

El resultado de ese miedo es una victoria de la izquierda. Nadie lo intuyó la noche de la primera vuelta. Desde el macronismo se difundió la idea del ‘riesgo cero’ por votar al Frente Popular: una victoria demofrontista era impensable. Al final, el presidente de la República tendrá que asumir una cohabitación formando un Gobierno que ensaye un incierto giro a la izquierda. Macron, desde ese punto de vista, ha vuelto a ganar por tercera vez en su particular duelo con Marine Le Pen. Aun a costa de la sangría de diputados de su formación. Eso sí, ninguna “aclaración” en términos de estabilidad política. La Asamblea Nacional queda más fracturada y será menos gobernable. Macron, evitando la Escila de una cohabitación con Jordan Bardella, ha ido a dar en los escollos de Caribdis: convivir con un bloque de izquierdas en que la fuerza hegemónica es La Francia insumisa de Jean-Luc Mélenchon.

Habrá que ver si el presidente de la República cede el Gobierno a una figura surgida del Frente Popular o, frente a Mélenchon, logra componer una mayoría transversal con socialistas y ecologistas en el gobierno. Ambas opciones le obligarán a pagar el precio: los más “moderados” del bloque de izquierdas ya piden la derogación de la reforma de las pensiones, la vuelta del impuesto sobre el patrimonio y la suspensión de la ley de extranjería. Por debajo, la frustración que sirve de motor político al electorado del RN aumentará y es probable que ese sentimiento se extienda hacia los sectores de derecha hostiles a Le Pen y nada entusiasmados con la perspectiva de las políticas socialistas en ciernes.

En medio de este escenario lo único claro parece la instalación de la política francesa en un periodo de inestabilidad que la arquitectura constitucional de la Quinta República parecía, hasta ahora, dificultar. Una suerte de crisis permanente es lo que parece otearse en el horizonte francés.

El nuevo Frente Popular

Alguna atención merece la izquierda vencedora en estas elecciones. La lectura nacional de estos resultados es demasiado tentadora para que se resistan al ditirambo nuestros aficionados domésticos a las “olas reaccionarias” y las “fachosferas”; a todo lo que les permite la emoción de jugar a fingirse una suerte de maquis póstumo y sin riesgos.

Lo cierto es que, en Francia, hay una izquierda que puede permitirse el lujo de apoyar a los terroristas genocidas de Hamás[1] y, al tiempo, dar lecciones de moral sobre la necesidad de levantar “cordones sanitarios”.

El discurso del regreso de los años treinta encuentra, sin embargo, algunas aporías. Ahora, las notas repugnantes que infamaban a la extrema derecha: negación del Holocausto, racismo, antisemitismo… son prerrogativa de la extrema izquierda. Hay mucho de mitología inconsciente, de generalización abusiva, de anacronismo en el planteamiento de los “frentes populares”. Se parte siempre de una falacia que Jean-François Revel describía como la “cláusula del totalitarismo más favorecido”. La izquierda francesa complaciente con el comunismo ha sido muy estudiada por autores como Nolte o Furet. Mientras su discurso beneficiaba al comunismo con toda suerte de excusas (al fin y al cabo, un hijo desviado de la Ilustración), el fascismo y el nazismo recibían el justo castigo que tenían merecido. La táctica de los frentes populares es tan vieja como conocida. El “antifascismo” justifica cualquier amalgama. La legítima inquietud ante la posibilidad de un ministro de Defensa del RN complaciente con Putin se convierte en grito de combate en boca de muchos que nunca dijeron una palabra cuando Moscú financiaba a la vista de toda Francia al PCF, una sucursal parisina del Kremlin durante medio siglo.

En el otro lado, para juzgar a “la derecha”, se abre el campo para amalgamarlo en función de su ápice más extremo, capaz, por sí solo, de infectar el conjunto; eso sí, para enjuiciar posiciones de izquierda se sostiene que sus integrantes deben ser examinados uno a uno, ponderando sobre todo la “respetabilidad” de los sectores más moderados. En suma, la ley del embudo “antifascista” funciona así: a la derecha la pudren sus pocos extremistas; a la izquierda la prestigian sus pocos moderados. Al fondo, el derecho que la izquierda se arroga de ser prescriptora del Bien según le convenga. Hoy por hoy, en Francia, por vez primera desde el caso Dreyfus, el antisemitismo no es tara moral sino signo de progreso. Si la cartografía de esta nueva ética política es confusa por imprevisible, siempre podemos recurrir a una brújula infalible. Cada vez que dudemos sobre la ubicación del Mal, basta con seguir a la izquierda.

Así también se desvirtúan las democracias. La convivencia democrática implica debate entre adversarios, no combate con un enemigo al que se insulta tanto como se necesita para gobernar a lomos de una opinión dividida y polarizada. Puede que, después de todo, Macron haya hecho todo lo posible –con su política de en même temps– para suplantar el espacio entero de la izquierda y la derecha moderadas y poder así quedar solo frente al Enemigo. En la estela del Miterrand que inflaba al Frente Nacional para neutralizar a la derecha republicana, los planteamientos de “yo o el caos” degradan el debate democrático y se exponen a severos contratiempos. Y así, en Francia, la política de Frentes Populares contra Frentes Nacionales desata guerras culturales que obturan el planteamiento serio de los problemas reales: la deuda, la autoridad, la educación, la sanidad o la inmigración. El Enemigo es tan importante que hay que mantenerlo con vida hablando de él incesantemente, tan útil que hay que restaurar el brillo de su maldad todos los días. Oculta tanto los vicios propios como los deberes anexos al ejercicio del poder. Impide la reforma y propicia la confrontación.

Ojalá Francia sepa evitar esa pendiente. Hay espejos en los que nadie debería mirarse.


[1] https://www.marianne.net/politique/melenchon/attaque-du-hamas-contre-israel-la-france-insoumise-plus-isolee-que-jamais