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Elecciones venezolanas: la putrefacción del chavismo

Anotaciones FAES 31

Las dictaduras son dictaduras porque no asumen las reglas de juego de la democracia. Este 28 de julio Venezuela afrontaba un proceso electoral convocado y controlado por el régimen, que había sido precedido por la intervención de partidos opositores, la inhabilitación arbitraria de candidatos y una acentuación de la violencia represora.

Pasada la medianoche en Venezuela, el Consejo Nacional Electoral (CNE), atribuía, con el 80% escrutado, a Nicolás Maduro la victoria con el 51,20% de los sufragios. Lo hacía tras varias horas de incertidumbre y evidencias claras de haberse perpetrado un enorme fraude electoral, a tenor de lo apuntado en todas las encuestas independientes y en las realizadas a pie de urna el mismo domingo, que daban a González Urrutia una victoria holgadísima: de entre 20 y 35 puntos. La oposición lo está denunciando desde el primer momento, mientras Maduro pretende exhibir su pucherazo como una “derrota del fascismo”.

No solo la oposición cuestiona los resultados. El presidente chileno Gabriel Boric los ha declarado “difíciles de creer”, añadiendo que Chile “no reconocerá ningún resultado que no sea verificable». En la misma línea se han pronunciado Argentina, Uruguay, Paraguay, Ecuador, Costa Rica, Guatemala, Panamá y República Dominicana, exigiendo el conteo de los votos.

En la región nadie ha querido apostar por Maduro ni antes ni después de las elecciones. Tampoco Lula, tampoco Boric, ni otros líderes de la izquierda latinoamericana. Es un triste privilegio de la izquierda española el erigirse en único avalista internacional de la dictadura chavista. Un Monedero muy activo en la campaña de Maduro y un expresidente del Gobierno erigido en interlocutor privilegiado han brillado de nuevo como paladines de una autocracia empobrecedora y sangrienta.

El silencio del Gobierno de Sánchez ante la expulsión de los observadores parlamentarios le retrata, por si a estas alturas hicieran falta acciones u omisiones vergonzosamente explícitas. Mientras desde Lula hasta Petro, pasando por Boric, se han venido expresando recelos sobre la fiabilidad de estos resultados, Sánchez, ni como presidente del Gobierno español ni como presidente de la Internacional socialista ha pronunciado, hasta el momento en que se redactan estas líneas, ni una palabra.

Y lo cierto es que estas eran unas elecciones cruciales. La disyuntiva se plantea entre una transición pacífica a la democracia o el enconamiento del régimen. Además, es evidente el impacto regional de los comicios sobre todo el continente. Venezuela es factor primordial de la colosal presión migratoria en la zona. Los exiliados venezolanos se cuentan por millones; cabe suponer que ese número se acrecentará si Nicolás Maduro se mantiene en el poder.

Una autocracia despótica prolongada durante 25 años cuenta, para sobrevivir, con la complaciente benevolencia de una parte significativa de la izquierda latinoamericana y mundial. El “socialismo del siglo XXI” recuerda en esto al “socialismo real” del XX. La misma clientela de “compañeros de viaje” incapaces de llamar a las cosas por su nombre y, para empezar, “tiranías” a las tiranías.

Es una buena noticia que esa complacencia, en el caso venezolano, vaya disminuyendo, pero también debemos recordar que tamaña falla moral fue lo que permitió consolidarse a la dictadura. También esto hace todavía más vergonzosa la complicidad de cierta izquierda española incrustada en el Gobierno. Un PSOE abducido por sus socios populistas es incapaz de contribuir a articular la respuesta que ahora es perentoria y que España debería liderar en el ámbito internacional. Es desolador comprobar cómo la lógica que fragua la coalición social-populista subordina la lealtad a la idea democrática a cuestiones tácticas en el seno del conglomerado que sostiene a Sánchez. El compromiso democrático también se demuestra a la hora de elegir socios políticos.

En estas horas y días, la unidad de la oposición, la firmeza democrática de los dirigentes regionales y la claridad de ideas en la comunidad internacional serán decisivas para garantizar la paz y la viabilidad de la democracia en Venezuela. El régimen de Maduro se descompone, pero sabe que se juega su continuidad en el envite; su putrefacción no ahorra riesgos muy serios a este momento.