El desplome del régimen sirio y la fuga de Bashar el-Assad suponen un serio revés a la estrategia rusa en la región, que desde 2015 se apoyaba en Damasco para apuntalar su influencia en la zona. No han pasado ni veinticuatro horas desde que una portavoz de la diplomacia rusa enfatizara el pasado viernes –inaugurando un monumento al zar Alejandro I– que Rusia lograría “una victoria histórica en todos los frentes”. Dos días después, uno de ellos, el sirio, se derrumbaba de forma total.
Durante nueve años, efectivos rusos han tratado de consolidar la posición de Assad frente a la coalición rebelde. Formando un ejército que ha terminado por abandonar el campo y lanzando ataques aéreos desde la base de Hmeimim. Tras la invasión de Crimea en 2014, el escenario sirio era para Moscú el teatro de operaciones donde recuperar crédito e influencia. Todo eso se ha venido abajo tras la fulminante ofensiva iniciada el pasado 27 de noviembre por las milicias islamistas comandadas por Hayat Tahir al-Sham.
Era obvio que Rusia soportaba mal la necesidad de ser eficaz en Siria mientras todos sus esfuerzos se concentraban en el frente ucraniano, tras la invasión de 2022. El 7 de octubre de 2023 abre un nuevo escenario bélico en la región que complica también el apoyo iraní al régimen sirio, concretado en el despliegue de milicias en el territorio.
Este mismo fin de semana Lavrov seguía comprometiendo el apoyo ruso a Bashar si bien añadía, desde el Foro de Doha, una apelación a la “necesidad de reanudar el diálogo con la oposición”. Al día siguiente, Rusia solicitaba una reunión urgente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas.
Ahora está en cuestión el futuro de la presencia militar rusa en Siria –entre 3000 y 5000 efectivos–, con dos bases militares, las de Hmeimim y Tartous. Desde esas posiciones, los rusos desplegaban su acción militar con bombarderos de largo alcance, apoyados por su fuerza naval en el Mediterráneo que bombardeaba el interior del país con misiles de crucero mientras las milicias iraníes operaban en tierra. También ha sido relevante la contribución rusa en términos de defensa antiaérea, con sistemas S-400, S-300 así como con recursos de guerra electrónica.
Durante el fin de semana se ha asistido a una cacofónica política de comunicación de Moscú en que tan pronto se especulaba con la posibilidad de una retirada o el nombramiento de un nuevo comandante de las fuerzas rusas sobre el terreno, luego desmentido, como se daba pábulo a la proliferación de rumores sobre el envío de mercenarios del “Afrika Corps”, sucesor del grupo Wagner. Los próximos días serán decisivos para saber cuál será por fin la decisión rusa: retirarse o adaptarse.