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América Latina: enredados en el corto plazo y sin visión de largo plazo

En 2024, América Latina mantendrá un ritmo de crecimiento mediocre en torno al 2%, por debajo del promedio mundial, que estaría alrededor del 3%, y muy por debajo del crecimiento de países emergentes en Asia y el este de Europa, que estarían en torno al 4%. Las perspectivas a medio plazo no son mejores.

En el corto plazo, el escenario externo mejora ligeramente, con recuperación del comercio global, leve mejora de precios de materias primas y un suave reacomodo en los tipos de interés internacionales. En el frente interno, sin embargo, la ausencia de mejoras en la competitividad en la última década viene pasando factura a la formación bruta de capital y ha obligado a políticas monetarias muy contractivas para evitar que la inflación causada por efectos de oferta se vuelva persistente. Así, las principales economías de mercado mantienen tipos de interés reales muy elevados –Brasil, Colombia y México entre el 7 y el 8%; y Chile y Perú en torno al 4%–, lo cual afecta a la recuperación de la demanda interna. A pesar de que se espera que en la mayoría de países este año la inflación converja a las metas establecidas por las autoridades monetarias, los tipos reales seguirán en terreno positivo durante todo el 2024.

En el lado fiscal, la posición ha sido más bien laxa y el proceso de consolidación no ha caminado como se esperaba. Después de la pandemia, se generó un fuerte incremento de la deuda pública, de entre 10 y 15 puntos del PIB en promedio, y, para este 2024, se esperaba un acercamiento a un balance primario estructural, pero el déficit primario estructural incluso se estaría ampliando en promedio cerca de un 1% del PIB respecto al 2023. Este deterioro fiscal no genera alerta en cuanto a la solvencia fiscal (salvo en algunos casos concretos). Lo que más preocupa es la composición del gasto público, con una muy baja inversión pública, a pesar de las brechas de infraestructura existentes en la región y las estructuras tributarias poco eficientes.

En ese escenario de bajo crecimiento, existen dos países que se encuentran en situaciones especialmente complicadas. Por un lado, Argentina, en medio de un severo proceso de ajuste fiscal que llevará a una caída del PIB en torno al 3% este año, esperándose un rebote para el 2025, pero todavía sin recuperar los niveles de producción del 2022. Por otro lado, Bolivia, que, aun con severos desequilibrios macroeconómicos, se resiste a implementar medidas correctivas. El alto déficit fiscal y la tasa de cambio fijada en 6,96 bolivianos por dólar seguirán vigentes mientras Luis Arce siga siendo presidente de Bolivia, por lo que se recurrirá al banco central para el financiamiento fiscal y a una ampliación de controles de precios y cambiarios que profundizarán los desequilibrios macroeconómicos en el medio plazo. De hecho, ya existe un mercado negro de divisas cuya cotización viene creciendo y a julio de este año marca ya una tasa de cambio superior a 10 bolivianos por dólar, un 50% más alta que la tasa oficial.

De cara al largo plazo, preocupa la caída en la productividad total desde 2015 y los retrocesos en temas estructurales que se han visto en la mayoría de países. En esa línea, tres elementos son críticos: (i) continúa la baja eficiencia del gasto público, que, más allá del fuerte crecimiento en los años de altos precios de materias primas, no ha tenido una mejora en la calidad (especialmente en los temas de salud y educación) y la incapacidad para reducir la brecha de infraestructura pública; (ii) desmejoras en las condiciones de protección de derechos de propiedad y resolución de controversias, y (iii) sensible aumento en trámites y procesos regulatorios, afectando la competitividad y atracción de inversiones en la región. Dos de las estrellas de crecimiento de la región como Chile y Perú tienen ahora potencial de crecimiento en torno al 2-2,5%, claramente insuficiente.

Respecto a la integración regional, las perspectivas no lucen mejor. En América Latina, los procesos de integración económica y comercial casi siempre han estado subordinados a las afinades políticas de los gobiernos de turno y no a un pragmatismo basado en principios económicos de eficiencia. Ahora, el nuevo contexto internacional de mayor polarización y menor globalización, profundizará aún más las diferencias entre los países. De un lado, tenemos a Sudamérica, cuyo principal socio comercial es China y con creciente participación, tanto de la misma China como de otros países de Asia. Del otro lado, tenemos a México, Centroamérica y el Caribe, cuya relación con Norteamérica se profundizará con la relocalización de las cadenas de valor, mayores vínculos con proveedores y el creciente turismo pos-COVID. México, Panamá y República Dominicana estarían entre los ganadores.

Forjar una visión de largo plazo en función de las fortalezas y oportunidades en cada uno de los países de la región es la clave para retomar la agenda de reformas pendientes y volver a la senda del crecimiento sostenido.