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Estados Unidos y la paz en Ucrania

Para que “América vuelva a ser grande de nuevo”, ¿qué tipo de paz debería promover en Ucrania?  ¿Le bastaría con detener los combates o, antes bien, se trata de restablecer la credibilidad estadounidense, demostrar la primacía de Estados Unidos y garantizar que Rusia no ataque a Ucrania ni a sus vecinos de la OTAN en el futuro?

Si la nueva Administración piensa en la política exterior como una derivada del interés nacional, parece estar en el interés de los Estados Unidos –cuya condición de superpotencia forma parte de la definición de ese interés– aumentar su propia capacidad de disuasión sobre China, Corea del Norte e Irán. Y eso no se consigue aceptando cualquier oferta de Putin para zanjar “como sea” la guerra que él provocó.

Vladimir Putin ha sido el principal obstáculo para la paz en la región durante más de una década. El expansionismo que patrocina le llevó a una primera invasión del territorio ucraniano en 2014. Cuando la penetración rusa topó con sus límites, recurrió a las negociaciones aprovechando la urgencia occidental en detener los combates. Los acuerdos de Minsk II ponían en ventaja a Rusia y consolidaban actuaciones ilegítimas, pero, aun así, Putin no quedó satisfecho. La desastrosa retirada norteamericana de Afganistán le animó a volver a la carga en 2022 para completar el trabajo; por ahora, sin éxito. Su siguiente objetivo es imponer su visión sobre una paz aceptable a Trump y a Europa –Ucrania no es una voz atendible para él porque ni siquiera admite su existencia como Estado-.

En el esquema ruso, las condiciones de partida que justificaron el ultimátum de 2022 siguen vigentes: cambio de régimen en Kiev, desmilitarización y “neutralidad permanente de Ucrania”, retroceso de la OTAN a los límites de 1997 y acotación del margen de maniobra norteamericano dentro de ese remanente. A ese lote se han ido sumando desde 2022 otras reivindicaciones: reconocimiento de la anexión rusa de las regiones ucranianas de Kherson, Zaporizhia, Donesk y Luhansk, incluidas zonas que no están bajo control militar ruso. La paz de Putin tiene mucho más de “Dictado” que de “Tratado” y dejaría inerme a Ucrania ante una eventual agresión posterior.

Putin pretende negociar bilateralmente con Estados Unidos, dando de lado cualquier interlocución ucraniana. Retóricamente niega poner “condiciones previas” pero sitúa el punto de partida en las exigencias que ya tiene formuladas. De fondo, lo que persigue es ponerse a la par con EE. UU. como superpotencia y hacer efectiva la idea de una Rusia también “grande de nuevo” en tanto que heredera de la Unión Soviética y su “esplendor imperial”.

No parece que el retorno a la “grandeza” de América pueda consistir en aceptar semejante humillación. Putin confía en sus posibilidades porque cree estar ganando en el terreno militar y la estrategia de la Administración Biden –empeñada en ofrecer “salidas”– no corrigió esa sensación. 

Las discusiones sobre demandas territoriales en la zona no deberían pasar por alto que Putin siempre ha exigido algo más que kilómetros cuadrados de suelo ucraniano. Quienes sostienen que la posibilidad de una expansión de la OTAN provocó o incitó la invasión rusa de 2022 olvidan el recordatorio de Putin sobre una promesa de Biden: mantener Ucrania fuera de la alianza durante, al menos, una década. Esos argumentos presentan a Ucrania como un problema y la retirada preventiva como solución. Toca recordar que, aquí, el problema es Putin.

Una paz justa pasa por rechazar el esquema negociador ruso e insistir en que Estados Unidos y sus aliados acompañen las conversaciones de paz entre Rusia y Ucrania como Estados soberanos. Pasa por rechazar las demandas territoriales de Putin y exigir la devolución del territorio imprescindible para garantizar una defensa ucraniana en el futuro. Pasa por reivindicar la existencia misma de Ucrania como Estado independiente con capacidad militar disuasoria. Y, para los EE. UU. debería pasar por reafirmar su autonomía a la hora de forjar las alianzas que prefiera, sin que Putin les diga lo que pueden y lo que no pueden hacer.

Para todo eso sería necesario que Putin quedase convencido de la imposibilidad de una victoria militar y de que los EE. UU. no abandonarán Ucrania como abandonaron Afganistán. Eso sí sería hacer “América grande de nuevo”.