Anotaciones FAES 48
Pedro Sánchez lleva confundiendo la política exterior con una pasarela desde que estrenó el cargo. Para nuestro presidente, ese titán de la verdad, organizar una cumbre de la OTAN tiene más que ver con decorar “marcos incomparables” que con decir algo sobre marcos estratégicos. Su inanidad en ese campo es la de todo su Gobierno; la de su ministra de Defensa, por ejemplo, a quien la semana pasada, sus 32 colegas de la OTAN despacharon para Madrid con el aviso de interiorizar “un sentido de urgencia mayor”. No está el patio para bromas, y es una broma de muy mal gusto lo de agendar el incremento del 2% en gasto militar para dentro de cuatro años.
Con el vínculo trasatlántico comprometido, la OTAN dividida, Europa marginada y Putin envalentonado, a Sánchez se le mira ya como a una anomalía excéntrica; pocas felicitaciones serán de esperar por sus tomas de posición desde la última enhorabuena, la de Hamás. Ahora, cuando la seguridad colectiva europea pasa por su momento más crítico en décadas, Sánchez sigue apostando por vivir de gorra y que la seguridad la paguen otros: es lo que esconde su propuesta de mutualizar los imprescindibles desembolsos en defensa. Y mientras tanto, arrastrar los pies. Alemania ha duplicado su gasto militar en cinco años; cualquiera puede imaginarse lo que pensarán los socialdemócratas germanos al oír hablar del 2% al presidente de la Internacional Socialista.
Parasitar el esfuerzo de los demás y denunciar en el adversario complicidades que no existen: “que el PP rompa” no se sabe bien qué, aunque sí con quién. Y eso lo dice alguien que gobierna coaligado con Izquierda Unida, cuyo portavoz, Enrique Santiago –secretario de todo, del PCE y hasta de Estado–, calificó, el año mismo de la invasión, como “incomprensible” la decisión de enviar armas a Ucrania y, tirando de argumentario putinista, no tuvo empacho en criticar la política “expansionista” de la OTAN como causa del conflicto. Señala con el dedo alguien como Sánchez, que sentó en la vicepresidencia del Gobierno a Pablo Iglesias; el mismo que, pocos años antes, había estrenado su escaño en el Parlamento Europeo haciendo una cerrada defensa de Putin. Y ahora acude a París para sentarse en una mesa donde todos saben que el de España es un presidente sin Presupuestos desde hace años, sin principios desde siempre y que tiene que negociar con enemigos de la integridad constitucional europea –indistinguible de la española– y con populistas de extrema izquierda hasta los balbuceos de las ruedas de prensa que dan cuenta del último atropello penal, fiscal o territorial urdido de espaldas a la ciudadanía, a la Constitución y a los socios comunitarios.
Rusia ya intervino en España en 2017; desestabilizar la Unión y dividir la Alianza Atlántica son objetivos estratégicos suyos bien conocidos. La debilidad siempre es provocativa; siempre y en todo lugar: en el Este y también en el Sur. Es el peor momento para que, en París o donde sea, España esté representada por un ‘pasajero sin billete’, el polizón que la desgobierna. Todavía es peor si se repara en que lo hace con el permiso de las peores compañías; las menos recomendables cuando lo que está en juego es el vínculo atlántico, la seguridad colectiva europea y la propia integridad del territorio nacional.