Anotaciones FAES 58
El PSC sí paga a traidores. Y muy bien. Casi tan bien como el PSOE. Precisamente esta semana está abonando alguno de los plazos de la factura girada por ERC para investir a Salvador Illa como presidente de la Generalidad. A la veintena de delegaciones en el exterior (“embajadas”) que Illa heredó y contribuyó a crear, añade ahora, en trámite de urgencia, un nuevo cuerpo de funcionarios con prurito de servicio diplomático; dotado de funciones parangonables a las de la diplomacia convencional de cualquier Estado. Para que Cataluña, país “tan extraordinario como España” –cuando se va la luz–, según Sánchez, se relacione de tú a tú con otros Estados, con otros gobiernos, con la Unión Europea y con cualesquiera organismos internacionales. Los golpistas del 17 son gobernantes vicarios en el 25 y por eso, si entonces el Tribunal Constitucional eliminó de una ley similar la expresión “diplomacia pública de Cataluña”, ahora bastará con haber suprimido la palabra (“diplomacia”) para mantener la cosa (un servicio exterior en toda regla).
Consecuencias de la normalización que don Salvador encarna. Aplaudan los incautos y toda esa grey mesetaria, espantada de antemano ante el hipotético reproche de “no entender” el “problema catalán”. Lo cierto es que se entienden muy bien los términos recogidos en el instrumento legal de esta última mordida. Como la globalización, dice su preámbulo, ha difuminado “el concepto de soberanía modificando implícitamente las reglas de las relaciones internacionales”, España tiene que dejar de ser un Estado soberano para disgregarse en una yuxtaposición de estadillos tipo la Ruritania de El prisionero de Zenda. Es decir, que los carriles diseñados para vehicular la proyección internacional del procés vuelven a colocarse en su sitio, para que el convoy circule a toda velocidad en el próximo golpe. Solo que, ahora, la obra de instalación corre por cuenta de amables “normalizadores” que, debiendo la poltrona a los golpistas de ayer, les permiten obrar a cubierto, a salvo de las incomodidades propias de todo proceso de emancipación nacional. Con el Código Penal emasculado, la sedición amnistiada, el Estado desarmado y la hacienda propia –para financiar lo que venga– a la vuelta de la esquina.
Estando los sediciosos en el Govern, las “embajadas” catalanas eran 21. Tras la normalización socialista son… 21. Antes abarcaban 72 países y ahora… también. Suponían más de diez millones de euros al año. Como ahora, pero ¡ah! es que los socialistas catalanes ni siquiera pueden aprobar un presupuesto propio y por eso tienen que prorrogar el de ERC.
Empeñarse en ignorar los avances que en materia de “reencuentro” lidera Illa – posterboy de la Academia Madrileña para la Investigación del Seny – es claro síntoma de fanatismo ultra. Hay que estar muy ciego para no ver cómo, de la mano de un político tan sofisticado, vamos reencontrando, actualizados, cada uno de los ingredientes del procés: desprecio por los límites constitucionales, puesta en cuestión de la nación española, fragmentación del Estado, centrifugación de competencias soberanas…
Quien gestionó como ministro de Sanidad una pandemia –con el resultado por todos conocido–, tenía que ser el mismo que administrara el ibuprofeno socialista en Cataluña. Ya sabemos en qué consiste: es la vieja receta de tratar el nacionalismo con dosis homeopáticas de su mismo virus. Los antecedentes de nuestro hombre en materia de vacunas alimentan expectativas muy prometedoras.
Si la promoción personal dentro de la fauna sanchista debe medirse atendiendo al destrozo que se es capaz de generar, Salvador Illa tiene muchas opciones como delfín. Siempre que no le dé una pájara.