El pasado 18 de mayo se eligieron los diputados de la Asamblea de la República, el parlamento de Portugal. Apenas un año antes, el 10 de marzo de 2024, los portugueses ya habían ido a las urnas, como habían hecho también en 2022 y en 2019. Es decir, el sistema político portugués, que había sido sobresalientemente estable durante treinta años parece haber entrado en un ciclo de inestabilidad que recuerda los conturbados años de su transición a la democracia, iniciada en 1974.
En aquel tiempo, el foco de la inestabilidad radicaba en la falta de un consenso básico en la sociedad y en los partidos políticos portugueses con relación al régimen político que se quería desarrollar en el país. Una minoría, con el apoyo de los militares radicalizados, buscaba replicar en el país más occidental de Europa el socialismo que entonces dominaba el extremo oriental del continente. La mayoría de la sociedad portuguesa, y los partidos del llamado bloque central, por el contrario, buscaban establecer una democracia constitucional, representativa o liberal, congruente con el contexto geográfico y cultural del país. Fueron estos últimos quienes vencieron en una larga marcha de triunfos electorales seguidos de reformas constitucionales que tuvieron sus jalones más importantes en 1982 y 1989. Estas reformas siempre se hicieron con el consenso de los partidos del bloque central y sirvieron básicamente para eliminar los trágalas autoritarios que los militares radicalizados habían impuesto a los constituyentes portugueses.
A partir de entonces, la democracia se asentó en Portugal y vinieron los gobiernos estables, que completaban la legislatura. Un tiempo de sosiego y progreso iniciado con el primer gobierno con mayoría parlamentaria de Cavaco Silva, en 1987. Una razón de esta estabilidad es que, frente a la amenaza de las fuerzas revolucionarias, los partidos democráticos, esto es, el Partido Socialista (PS), el Partido Socialdemócrata (PSD) y el Centro Democrático y Social (CDS) establecieron las reglas no escritas de que se dejaba gobernar al partido más votado en las elecciones, aunque no tuviera mayoría; y, en caso de que no se alcanzara una mayoría en el parlamento por parte de un único partido del bloque democrático, estos se apoyaban entre sí, estableciendo un cordón sanitario con los extremistas de izquierda. El resultado de la aplicación de estas reglas es que los comunistas no formaron nunca parte de los gobiernos elegidos democráticamente; y que el Partido Socialista gobernó en coalición con los dos partidos de la derecha por separado. Es decir, la gran coalición no es privativa de Alemania porque Portugal la experimentó dos veces. Por su parte, los partidos de la derecha gobernaron en muchas ocasiones en coalición, en general con la etiqueta que siempre les fue bien: la Alianza Democrática, AD.
Sin embargo, este largo tiempo de feliz entendimiento entre los partidos democráticos llegó a su final en las elecciones legislativas de 2015 y aquí arrancan los males del presente. Fue entonces cuando Pedro Passos Coelho, al frente de la coalición electoral PSD-CDS, Portugal à Frente (PàF) ganó las elecciones, pero sin alcanzar la mayoría absoluta, puesto que le faltaron nueve escaños para llegar a los 116 necesarios. Dado que en Portugal es el presidente de la República, a la sazón Cavaco Silva, quien nombra al primer ministro, después de oír a los partidos y al Consejo de Estado, Passos Coelho fue el elegido, puesto que era quien debía ocupar el cargo por haber ganado las elecciones y, de acuerdo con la tradición no escrita, le correspondía al Partido Socialista respetar su victoria. Sin embargo, el sagaz António Costa, entonces líder del Partido Socialista, no consideró necesario contar al presidente de la República que estaba tejiendo una mayoría en el parlamento con los partidos de la extrema izquierda. De modo que la sorpresa llegó cuando Passos Coelho, al llevar su gobierno al parlamento para recabar su confianza, fue rechazado con el voto concertado del Partido Socialista y los diputados comunistas y bloquistas. Lo que nunca había pasado, lo inimaginable, ocurrió entonces y fue calificado de geringonça, una chapuza que no habría de durar. Pero duró la legislatura completa.
Fue así como António Costa llegó por primera vez al gobierno, mediante un acuerdo de legislatura con la extrema izquierda que le garantizó una legislatura tranquila y completa a pesar de su extrema minoría pues le faltaban treinta escaños para alcanzar la mayoría en la cámara. Entre quienes más jalearon este cambio radical en el comportamiento de los partidos portugueses estaba su ministro de transportes Pedro Nuno Santos.
Pues bien, lo que ha venido sucediendo desde entonces en el sistema de partidos portugués es una auténtica revolución. Los partidos de la extrema izquierda que apoyaron a Costa tenían entonces 37 diputados y hoy, a falta del reparto definitivo puesto que hay cuatro escaños del voto exterior todavía por asignar, se han quedado en 4 o quizás 5. El Partido Socialista alcanzó, en la tercera legislatura de Costa los 119 escaños, una hazaña de mayoría absoluta que antes solo había conseguido José Sócrates. Pero esto fue apenas un efímero espejismo. La tercera legislatura de Costa, la de la mayoría absoluta, fue la más corta de todas y con el liderazgo de su sucesor, de Pedro Nuno Santos, el PS perdió 42 escaños en las elecciones de 2024 y en las de este mes de mayo otros 20, para quedarse provisionalmente en los 58. Por su parte, Luís Montenegro, líder del PSD ganó en minoría en 2024 y ha revalidado ligeramente este triunfo en 2025 al haber conseguido con la coalición AD 89 escaños. Es decir, provisionalmente, necesitaría 27 escaños más para poder alcanzar una mayoría en el parlamento.
El problema es que las viejas reglas no escritas ya no aplican. El PS permitió durante casi un año que gobernara Montenegro para evitar así un gobierno de coalición con la extrema derecha de Chega!, pero, a la postre, esta solución extraña a los propios postulados de Santos no tuvo permanencia y él mismo participó de su final. De modo que, tras estas elecciones se vuelve a plantear el mismo dilema. Si alcanzase un acuerdo con Chega! Montenegro tendría una holgadísima mayoría en el parlamento, pero en estas elecciones y en las pasadas hizo del “no es no” a Chega! su divisa. De forma que, si el PS no apoya a Montenegro, siquiera con la abstención, no habrá gobierno; y si Montenegro no consigue un acuerdo con Chega! quedará de nuevo en manos de lo que disponga el nuevo líder del PS ahora que Santos ha dimitido en congruencia con el destrozo que ha propiciado en su partido.
En suma, la extrema izquierda que hizo posible la geringonça casi ha desaparecido; el Partido Socialista está descabezado y perplejo tras obtener el tercer peor resultado de su historia; la derecha del PSD y CDS gana las elecciones, pero de forma insuficiente, incluso aunque contara con el apoyo de Iniciativa Liberal (9 escaños). Solo Chega! celebra con entusiasmo el colapso del sistema. Así pues, ¿qué problema hay en gobernar con Chega!?
El partido de André Ventura entró por primera vez en el parlamento en las elecciones de 2019, donde su líder ocupó en solitario su único escaño. Se trata de un partido personalista, un partido de un solo hombre, que ha sido capaz de capitalizar la demanda de descontento de la sociedad portuguesa. Un descontento que tenía antes expresión en la abstención y que hoy se manifiesta en el apoyo a este partido. En las elecciones de 2022 subió a 12 escaños; en las de 2024 alcanzó los 50; y en estas del 18 de mayo ha conseguido igualar al PS en 58 y es probable que lo supere una vez se conozcan los resultados definitivos.
El mensaje político de Chega! es tan negativo como eficaz. En la campaña de estas elecciones uno de sus carteles estrella pintaba a los líderes del PS y del PSD en un trasfondo sombrío y con grandes letras se anunciaba que habían fracasado durante cincuenta años. Es decir, toda la vida democrática de Portugal era rechazada de un plumazo. Hay cierta ironía en esto porque la extrema izquierda portuguesa siempre sostuvo que los socialistas y la derecha habían realizado una contrarrevolución que había truncado el sueño progresista portugués. Ahora, sin embargo, es un partido del universo denominado de ultraderecha el que desacredita totalmente la historia democrática de Portugal y el legado mismo de la revolución de abril. Chega! ha alimentado el enfado portugués haciendo de la corrupción su tema favorito; y ha alimentado los miedos e incertidumbre de los portugueses con una deplorable vinculación entre gitanos y extranjeros con la inseguridad.
Algunos portugueses observan con ironía cómo Chega! después de atizar un día sí y otro también a los partidos tradicionales con la corrupción, y de decir que en 50 años de vida democrática no hay sino fracaso de los partidos centrales del gobierno, haya utilizado como lema electoral en esta campaña el de la imagen de André Ventura con la frase “denme una oportunidad! Una oportunidad ¿para qué?, se preguntan. El otro lema de esta campaña es no menos hiperbólico: “Salvar Portugal”.
En suma, parece que una parte importante del electorado portugués está dispuesto a mandar a los políticos tradicionales a su casa y en esto consisten buena parte de sus anhelos políticos. También es interesante ver dónde están estos votantes, y aquí hay una sorpresa. En el norte de Portugal, esto es, del Tajo hacia arriba, es la derecha tradicional la que ha ganado en todos los distritos. Esto es lo normal, lo que siempre ha pasado. Pero al sur del Tajo, en lo que fueron los feudos de socialistas y comunistas, quien ha ganado ha sido Chega! ¿Qué conclusiones se pueden sacar de todo esto?
Creo que al menos dos. Una, que la polarización inducida por los partidos centrales cuando buscan alianzas con los extremistas conduce siempre a un deterioro del sistema democrático, porque hacer de la corrupción el tema monográfico de la política acaba por producir hastío y enfado en los electores, lo que los lleva a apoyar a candidatos anti-políticos. En segundo lugar, que en Portugal el electorado tradicional de la izquierda está profundamente enfadado con sus partidos y eso explica que se hayan pasado a Chega! Ciertamente hay algunas continuidades entre unos y otros, en particular su nacionalismo y su anti-europeísmo, pero la cuestión migratoria, la pugna por los servicios sociales y la inseguridad han sido definitivos en este tránsito.
Pero hay más: Chega! está utilizando como instrumento de negociación con vistas a la formación de un nuevo gobierno la idea de una reforma constitucional. Para realizarla necesita del concurso de la AD de Montenegro y de Iniciativa Liberal. Para que sea viable la reforma de la Constitución es necesario el apoyo de dos tercios del parlamento. Estos son 154 diputados. A falta de asignar cuatro escaños correspondientes a la diáspora portuguesa por Europa y el mundo, la Alianza Democrática de Montenegro tiene 89 diputados; Chega! 58; e Iniciativa Liberal 9, es decir, tendrían 156 diputados, dos más de los necesarios, aunque seguramente tendrán algunos más finalmente. La iniciativa de Chega! busca, nos dicen, reforzar la lucha contra la corrupción y conseguir un endurecimiento de penas que se traduzca en más seguridad, pero también modificar los recuerdos revolucionarios que todavía adornan el preámbulo de la Constitución de 1976. Está por ver cuál será la respuesta de Montenegro a este desafío, pero la debilitada izquierda portuguesa ya habla de golpe de Estado de la derecha. En suma, Chega! persigue, en vísperas de los 50 años de la actual Constitución portuguesa la reversión de los retales revolucionarios que la adornan.
La propuesta es en sí una gran provocación porque busca que sea la derecha la que imponga su reforma a una izquierda en horas bajas, lo que conducirá sin duda a alimentar una espiral de polarización que no presagia nada bueno para Portugal. Una revolución a contrario es una contrarrevolución y ese parece ser el escenario en el que algunos quieren ver a Portugal, un cuadro en el que la división antagónica de la sociedad portuguesa pudiera traer el recuerdo del terrible verano caliente de 1975, pero ahora con los protagonistas invertidos.