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NOTA EDITORIAL | Fin de ciclo

Durará lo que pueda, seguirá poniendo a prueba la paciencia de los españoles y las costuras del sistema constitucional, se empeñará en arrastrar consigo el futuro de la nación, multiplicará exponencialmente su potencial devastador según vaya acercándose su final, pero, como ciclo político, el sanchismo está acabado. Eso no quiere decir que esté dada, a plazo fijo, la victoria de su alternativa. El cambio de ciclo político, esto es, el inicio de otro nuevo y mejor, no será un resultado automático, sino fruto del esfuerzo.

Este número de Cuadernos de Pensamiento Político FAES se publica cuando coinciden en el tiempo dos hechos que simbolizan bien el contraste entre agonía y esperanza. La prisión provisional sin fianza del último secretario de organización socialista, el muñidor de todos los enjuagues inconfesables del sanchismo, por un lado, y la celebración del 21 Congreso Nacional del Partido Popular, por el otro.

Lo que debe irse con el sanchismo es una práctica política llevada al paroxismo, pero que no inventó y que no debería sobrevivir a su final. La concepción patrimonial y sectaria del poder desplegada por los ejecutivos de Pedro Sánchez a lo largo de estos años ha resultado en una auténtica privatización del Estado: la colonización de las instituciones, la compraventa simoníaca de la última investidura –intercambiando poder por amnistía, a costa de la Constitución y con merma de la dignidad nacional–, la estabulación de los españoles en amigos y enemigos, a un lado y otro del “muro” levantado como único programa de gobierno reconocible, todos estos son los rasgos más salientes de un estilo político que confunde Estado, gobierno y partido en la misma amalgama. Por lo mismo que se divide a la sociedad se confunden los poderes del Estado: el Gobierno de Sánchez ha sido el gobierno de una cuadrilla en provecho propio, no el Gobierno de todos los españoles al servicio de su bien común.

Un Gobierno dedicado a explotar los resultados de la polarización que él mismo aviva no está en condiciones de atender ninguna de las auténticas prioridades del país. Por eso, en la España de Sánchez la circulación ferroviaria colapsa, los aeropuertos se saturan y, de propina, se arrastra a toda la península al “cero eléctrico”. España no funciona. Y sin perspectivas de mejora: ya ni se presentan proyectos de Presupuestos porque se acepta mansamente el veto de los cómplices secesionistas que mantienen a Sánchez sentado en su poltrona pero bajo su dictado: España va camino de convertirse en la colonia del secesionismo que deforma códigos, impulsa leyes y garantiza su impunidad cobrándose –último capítulo– el prestigio del Tribunal Constitucional como avalista solidario.

La peor corrupción sanchista ha consistido en suscribir con el secesionismo un pacto fáustico: unidad nacional a cambio de poder. Es ceguera voluntaria resistirse a mirar de frente una transacción tan evidente. Lo que quede de ciclo sanchista aumentará el precio, la intensidad y el ritmo de las cesiones. Si le da tiempo, entregará facultades de autodeterminación y concederá la “financiación singular”–el Concierto catalán– sin temor a comprometer la soberanía nacional ni a jugarse la quiebra fiscal del Estado. También aquí es urgente una victoria popular de suficiente dimensión como para condicionar el rumbo histórico de la izquierda que suceda a Sánchez.

La venalidad es una forma de corrupción muy llamativa, pero no la más corrosiva ni aquella cuyos resultados serán más difíciles de revertir. Se corrompe la política cuando se nos dice que el manoseo del Código Penal, los indultos y la amnistía hay que tolerarlos, incluso aplaudirlos, dado que con ellos se compra la “paz social”. Porque eso es tanto como decir que el Estado de derecho y la Ley están de más, incluso pueden ser contraproducentes y “provocadores”. Apaciguamiento y blanqueamiento de los enemigos de la Constitución siempre se han dado la mano cuando se han puesto en marcha políticas propias de aprendices de brujo.

Cuando un gobernante pierde el respeto por la Ley acaba por perdérselo a sí mismo; pero entonces no puede pedir a nadie que se lo guarde. El respeto se merece, no se implora. Este año celebraremos el centenario del fallecimiento de Antonio Maura que tiene afirmaciones concluyentes sobre esto mismo: “Un Estado imbécil, que ante la amenaza revolucionaria, viendo preparadas para acometerle las facciones subversivas, renuncie a la defensa, no merecería siquiera entrar por asalto en su alcázar, sino barriéndole y escupiéndole”.

El sanchismo nunca ha dejado de faltar al respeto a todo el país. Como sabe que determinadas mentiras son imposibles de tragar, confía en que los españoles no las tengan en cuenta: da por supuesta la inexistencia de ciudadanía en España.

Por eso se aferra a la mentira de una “economía que va como un cohete”. Entre la manipulación estadística, la descontextualización de datos macro y mentiras flagrantes se intenta que los españoles olviden o minimicen la progresiva divergencia española con el resto de Europa medida en términos de renta per cápita (depauperación de las clases medias), una carga fiscal excesiva, la radical disminución de su poder de compra, la pésima evolución de la sostenibilidad financiera de nuestro sector público o las abrumadoras cifras de paro (el juvenil, escandaloso) de nuestro país. Hoy somos más pobres, con más desempleo, con menos competitividad y con muchos más impuestos, despilfarro y deuda. Este y no otro es el auténtico legado económico de Sánchez.

El cambio de ciclo no será un cambio de nombres. El Partido Popular ha expresado un compromiso muy nítido respecto a su voluntad de acabar con la división para recuperar la unidad, y restañar heridas para fortalecer la convivencia nacional. Donde el sanchismo buscó alimentar la confrontación entre bloques, se deberá apelar al patriotismo y al sentido nacional para hacer justo lo contrario: integrar a los españoles, poniendo en primer plano lo que les une e invitándoles a compartir objetivos comunes.

La restauración institucional y la derogación sin contemplaciones de los excesos recientes son polos reformadores muy claros de cualquier oferta popular ilusionante. Promulgar la concordia implica derogar el revisionismo histórico, la revancha sectaria y el uso partidista de la historia para enfrentar en el presente a españoles con españoles.

Para poder acometer con garantías la tarea pendiente hay que apelar con claridad a un mandato claro. Eso es mucho más urgente que calcular ahora apoyos parlamentarios. Hay que trabajar por construir, con generosidad y firmeza, una mayoría muy ancha, dándole motivos para confiar. El PP no necesita avalistas, la garantía de su compromiso estará en su palabra y en sus actos. Su credibilidad consta en su propia ejecutoria cada vez que tocó defender la unidad nacional, combatir el terrorismo o poner en marcha programas de liberalización que se tenían por impracticables.

Los socialistas carecen de autoridad moral para denunciar ninguna política de pactos después de haber gobernado en coalición con el populismo de extrema izquierda y apoyados en una mayoría parlamentaria de comunistas, separatistas, golpistas y herederos políticos del terrorismo. Compañías que no es que cuestionen parcialmente la Constitución, sino que impugnan de frente su fundamento, porque niegan existencia política a la nación española y llevan años (algunos, más de un siglo) tratando de liquidarla.

El PP hace bien en aspirar a gobernar solo porque Vox no es un PP “sin complejos” sino otra cosa distinta del PP. La derecha liberal no necesita a la derecha populista para defender la unidad nacional; la derecha liberal diverge de la derecha populista en asuntos no menores (Estado autonómico, libertad de comercio, sociedad abierta, construcción europea, sociedad secular).

La puesta a punto del proyecto político del PP traslada la idea de que tanto para relevar a Sánchez, como para restaurar en el Gobierno los valores demolidos por el sanchismo, votar al PP será no sólo lo más útil sino lo más acorde con un ideario que tome como ejes la unidad nacional y la libertad. Porque esa tarea no será sólo reactiva o meramente defensiva; para ser auténticamente nacional tiene que ser integradora.

Sólo caben cordones sanitarios con quienes ponen en peligro la convivencia democrática y eso es cosa de terroristas, golpistas y secesionistas insurreccionales no dispuestos a respetar las reglas de juego. Por tanto, no hay simetría válida en propuestas de aislamiento institucional simultáneo a Vox y a Bildu, por ejemplo.

Pero esta consideración elemental no atenúa la necesidad de deslindar los campos entre una derecha liberal que no aspira a prescindir de la mitad del país y es leal al texto constitucional íntegro y una derecha populista nacida al calor de omisiones y renuncias superadas, crecida en la polarización que fabricó el sanchismo y con vocación resistente antes que gubernamental.

España debe pasar página cuanto antes. Convencidos de la necesidad de abrir un nuevo capítulo con pulso firme, buena letra y vocación de mantener abierto el libro de su historia, publicamos este número en la esperanza de poder ayudar, en alguna medida, a redactarlo.

PUBLICACIÓN DE REFERENCIA

La revista trimestral Cuadernos FAES de Pensamiento Político comenzó a publicarse en 2003 con el propósito de aportar ideas al análisis político y económico, el debate ideológico, las relaciones internacionales, la seguridad y el terrorismo, la reflexión sobre las instituciones democráticas y la historia política, convirtiéndose en una publicación de referencia para el debate público en nuestro país. Desde abril de 2021, la revista es en formato digital y está alojada en las plataformas de Kiosko y más, Orbyt y Arce.