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Ser español

Yo supe que era española cuando viví en México y descubrí las posibilidades casi infinitas de nuestra exuberante lengua que hermana a millones de individuos; donde aprendí a decir la alberca del condominio, a observar las jacarandas; cuando me decían güera en los abarrotes y al leer los carteles de los vados, “se ponchan las llantas” …

Yo supe que era española cuando entré por primera vez de la mano de mi padre en la basílica de Santa María de San Sebastián para escuchar la Salve y cayeron mis primeras lágrimas de emoción. Cuando el verano pasado visité Cestona, en su cementerio, frente a la tumba de mis abuelos, mi padre, mis tíos, de la mano de mi hijo Javier. En la lápida, nombres y fechas, unos requetés, otros en el maquis, otros nacionalistas. Supe que era española en su balneario, donde se conocieron mis padres. En esa misma barra modernista en la que se acodaron algún día, se miraron a los ojos, y se enamoraron. En su plaza, que conserva uno de los arcos del gótico más antiguos de Guipúzcoa y la marca de ETA en un pequeño cartel con el nombre y la fotografía del centenar de etarras, asesinos, que cumplen condena en las cárceles, en las cárceles vascas, sobre una pared de piedra centenaria que la lluvia araña cada día.

Yo supe que era española la primera vez que acompañé a Cristina Cuesta en una pancarta, DILO CON TU SILENCIO, a la que nos convocaba a la misma hora, en la misma plaza, la de Guipúzcoa, de San Sebastián, después de cada atentado terrorista. La primera vez que entendí el significado de la portada de un periódico, un cadáver en blanco y negro, sus manos maniatadas, su soledad, la deshumanización de un bulto inerte y torturado, y sentí el impulso vital de manifestarme junto a otros contra ETA.

Yo supe que era española cuando conozco una tarde de verano a Gregorio Ordóñez. “Es más español que un botijo, pero resuelve”, decía de él Ramón Labayen, el alcalde nacionalista con el que gobernó San Sebastián.

Gregorio y su quijotismo, tan español, “yo sé quien soy”, dijo el Caballero de la Triste Figura. Goyo sabía muy bien quién era y sabía lo que debía hacer. “Tú vives siempre en tus actos”, le habría dicho el poeta Salinas. Y en su intención, habría añadido Savater. La de romper tanto prejuicio, el silencio, el miedo. La de devolvernos el aire de la libertad, de sentirnos vascos y españoles, sin complejos, sin alardes.

Yo supe que era española cuando abracé a la madre de Gregorio Ordóñez en el cementerio de Polloe de San Sebastián. Cuando comprendí la irremediable soledad infinita después de su asesinato cobarde. Cuando vi en la prensa las pintadas en las calles de algunos pueblos, Ordóñez, fascista, español. De nuevo español, como una maldición bíblica, como una condena a muerte, la pura justificación del crimen.

Yo me siento española sin culpa, sin aspavientos, sin ostentación de serlo, tal vez esta sea la cuestión. Soy española desde mi reconciliación con la Historia, la que comparto con millones de ciudadanos. No son míos los dramas, ni las envidias ni las melancolías que me precedieron; ni los imperios, ni las guerras civiles que rompieron la nación española. No son míos los traumas que hicieron supurar a nuestro país con cada cambio de estación, que si tradición, que si modernidad. No son míos, aunque en cada nueva generación asoma el síndrome de una herencia ancestral que entiendo pero que no me exalta, ni me provoca, tan solo convivo con ella, la acepto sin que me duela. No hay arrogancia en mi identidad heredada, ni orgullo patrio.

No sé si se nos reconoce sólo con vernos la cara, como se canta en la Zarzuela de Pablo Luna. la historiadora y presidenta de la Real Academia de la Historia, Carmen Iglesias, recoge en uno de sus artículos el siguiente dictum del poeta de la segunda mitad del siglo XIX, Joaquín María Bartrina,

“Oyendo hablar a un hombre fácil es

acertar donde vio la luz el sol:

si os alaba Inglaterra será inglés;

si os habla mal de Prusia es un francés

y si habla mal de España, es español”.

Esa fea costumbre nos persigue y nos identifica, todavía hoy. Ese despotricar de los españoles contra los españoles también forma parte de nuestra herencia. Por suerte, tiene cura. El antídoto nos lo explica Carmen Iglesias, “frente al estereotipo de la descalificación de la realidad histórica, y de su manipulación por ignorantes, es fundamental conocer y comprender de manera racional la historia de España”. Así de simple, así de necesario.

Reconozco en mí la argamasa de los valores del cristianismo, del tomismo de nuestra monarquía, de la alegría de vivir, de la luz de un paisaje que cuando me acerca al Atlántico, o al Mediterráneo, me hace saborear cantares, aromas y recetas de otras culturas vecinas, tan viejas como la mía. Mi afirmación de española no huele a rancio patriotismo, sino al salitre del Cantábrico. Me afrmo en ella junto a mi donostiarrismo, al vasquismo heredado de mi familia paterna, a su lengua y a sus tradiciones.

Lejos desde luego de nacionalismos inquietantes y rupturistas. Mario Vargas Llosa defiende en el prólogo al Quijote, frente a los nacionalismos, y en sus antípodas, “el patriotismo como sentimiento generoso y positivo, de amor al terruño y a los suyos, a la memoria y al pasado familiar, y no una manera de diferenciarse, excluirse y elevar fronteras contra “los otros”.

¿Quiénes son los otros? ¿Los voluntarios que acuden con escobas para retirar el barro de sus pueblos vecinos tras una dana? ¿El vecino que te presta una pala y te ayuda a limpiar la nieve tras la Filomena? ¿El que habla euskera? ¿El que habla español? ¿El que vota a izquierdas? ¿El que vota a derechas?

Cada nueva generación los españoles nos enfrentamos a diferentes momentos de la Historia, pero en el fondo, a idénticos problemas de convivencia. Sigue siendo la política el arte de lo posible, un instrumento noble para derrumbar los muros que muchos siguen empeñados en levantar una y otra vez. A las nuevas les va a tocar una vez más, trabajar contra lo que Baroja describía como patriotismo falso y burocrático, regionalismos y provincialismo infecto. Que no sea eso lo español.

No se es mejor o peor español, simplemente, se es. Hemos nacido en España, somos parte de esta joven nación que seguimos construyendo, condenados como estamos, los unos y los otros, a compartirla, a convivirla, a quererla. Que cada cual decida de qué manera asume su pertenencia, su adhesión, su compromiso, que será un compromiso ineludible y cívico, el de la solidaridad que nos une a nuestros vecinos, a nuestros adversarios, a nuestra Historia. Como dice el refrán español, ancha es Castilla. Lo que sí sé es que, como española, tengo los mismos derechos y las mismas obligaciones que todos vosotros, incluso que aquellos que dicen no serlo. Por eso hoy aquí me reafirmo en mi condición de española y que viva España y que viva el Rey.

Ana Iribar