Idioma-grey

EDITORIAL FAES | La indecencia gobernante

Avishai Margalit, en su libro así titulado, escribe que una “sociedad decente” es aquella cuyas instituciones no humillan a las personas sujetas a su autoridad. Y llega a decir que es más prioritario promover una sociedad decente que una sociedad justa. Su lectura se recomienda sola, pero parece particularmente aconsejable para alguien como Sánchez, que reprocha “indecencia” a los demás –ayer sin ir más lejos– con tanta facilidad como desahogo a la hora de practicarla él mismo.

Era Sánchez, el mismísimo Sánchez –el patrón de Ábalos, de Cerdán y de Koldo, el doctor fake, el conseguidor de La Moncloa–, quien pedía, en 2014, votar “al Partido Socialista porque es la hora de devolver la decencia y la limpieza a la política”; desde entonces, la palabra no se le cae de la boca sin que llegue nunca más allá. Hace una década, había que devolver la “decencia” a la política; por lo visto, demasiado poco tiempo para ver resultados.

Porque lo cierto es que el paso por la política de Pedro Sánchez dibuja un rastro indecente. Comenzó humillando a sus propios compañeros de partido, que tuvieron que defenestrarle de la secretaría general tras su tentativa fraudulenta en aquel Comité Federal bochornoso. Ese fue el kilómetro cero de la ‘banda del Peugeot’. La road movie concluyó con la reconquista del partido –en nombre de la “decencia”– y con una moción de censura apañada embutiendo morcillas en una sentencia para que, en jornada memorable, don José Luis Ábalos defendiese en la tribuna del Congreso la “regeneración política y moral de la política española”. Ah, con qué sabor a verdad autobiográfica pueden paladearse hoy estas palabras suyas, siendo ministro, excusando enjuagues inconfesables: “El marco jurídico vigente no es un corsé. En política no nos pueden poner un corsé, yo sé que los conservadores son muy de eso”. En qué estaría pensando…

Claro que este Gobierno, tan “decente”, no está para tiquis-miquis constitucionales tratándose de durar en el poder: llegados a él para salvar a España de la “indecencia” no hay Constitución ni Código Penal que valgan si entorpecen la obra de limpieza regeneradora de políticos tan decentes; la cosa, además, bien merece cierta compensación: ¿dónde está escrito que el combate por el progreso sea incompatible con forrarse un poquito y tener detalles con parientes y parientas? Una vez instalado en la Moncloa Pedro el decente, queda de sobra acreditado que eso de la hostilidad socialista a la institución familiar era otro bulo de la derecha extrema y la extrema derecha. En España, el socialismo real, hoy por hoy, es un socialismo de amiguetes.

En lo estrictamente político, el sanchismo no ha dejado pasar una sola ocasión de humillar al conjunto de los españoles subordinando el interés nacional a estrictos intereses personales y de partido. Y así, unos profetas singularmente fanáticos de “lo público” –en sus discursos– han acometido la mayor privatización del poder institucional de toda la historia reciente. Sencillamente, porque lo han comprado. Con la humillación añadida de haber firmado la compraventa fuera del territorio nacional y con pacto de foro judicial también extranjero. Porque esta es una legislatura negociada entre PSOE y Junts en Ginebra con mediación salvadoreña. Sustentada en compromisos derivados de un pacto de investidura suscrito en Bruselas y que Cerdán y Zapatero –esos hombres decentes– han venido rescatando in extremis viajando a Suiza cada vez que levantaba un dedo admonitorio el hombre –tan decente– de Waterloo, a quien Cerdán se refería como “exiliado”.

El presidente del Gobierno afirma estar, solo o en compañía de otros, “en el lado correcto de la historia”; lo que hay, en realidad, es una historieta de lo más indecente: toda una secuencia humillante resultado de la sumisión voluntaria de Pedro Sánchez para conseguir los siete votos que le hicieron presidente, y que culmina hoy, por cierto, con la farsa de Perpiñán. Porque la España “decente” del sanchismo se gobierna con mando a distancia y contra el interés nacional.

Lo cierto es que un Gobierno decente no humilla a las víctimas del terrorismo asociándose hasta la subordinación con los herederos políticos de quienes las asesinaron. A este respecto, lo visto la semana pasada en el Congreso es uno de los episodios más indecentes que cabe recordar en una sesión parlamentaria; y ha habido unos cuantos. Un Gobierno decente no gobierna de espaldas a sus obligaciones constitucionales y al Parlamento. Un Gobierno decente disuelve las cámaras cuando no tiene su confianza y vive de la prórroga presupuestaria durante ejercicios sucesivos, regateando concesiones inasumibles y comprando prórrogas cada vez más exiguas a costa del futuro de todos los españoles, de su crédito exterior e incluso de la convivencia y la paz civil.

Un Gobierno decente no aprovecha catástrofes naturales de dimensión nacional para eludir responsabilidades propias, trasladándolas acumuladas al rival político y atizando así una polarización inducida por él mismo. Un Gobierno decente no tiene un concepto instrumental del Estado y la Administración: “mando único” para sermonear por televisión y “cogobernanza” para endosar responsabilidades. Los gobernantes decentes, cuando vienen mal dadas, afrontan las consecuencias; los gobernantes indecentes desertan.  Los primeros pueden soportar cualquier interpelación airada; pero a los que hacen de la mentira su forma de vida, solo les queda la fuga como forma de salida.

España es una sociedad decente. No merece un Gobierno que la humille; uno de los más indecentes de su historia, sea cual sea el lado –correcto o incorrecto– por donde se mire.