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El deseo o la intención de implementar una nueva etapa política en Cataluña –pasar la página del “proceso” y abrir el capítulo de la reconciliación y la convivencia democrática y social, dice el socialismo que acepta el chantaje nacionalista a cambio de los votos necesarios para mantenerse en la Moncloa– colisiona con la realidad. Tras las elecciones autonómicas, Cataluña sigue estando donde está. Es decir, donde la han llevado los unos y los otros con mando en plaza. El PSC –sí al indulto, sí a la derogación del tipo penal de sedición, sí a la reducción de penas por el delito de malversación, sí a la amnistía, sí a la colonización de la Justicia, sí a la política de inmersión lingüística y un largo etcétera– incluido.
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Tras las recientes elecciones autonómicas celebradas en Cataluña –el triunfo del PSC y el descalabro independentista–, hay quien se pregunta si el “proceso” se acabó. Una pregunta que oculta la siguiente ilusión: se acabó el “proceso” gracias a la política de reconciliación del PSC.
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El “proceso” que empezó en 2012 colapsó en 2017 e implosionó en 2019. Por varias razones: la sedición independentista no implementó la insurrección popular deseada; la sedición independentista fracasó igualmente al no conseguir el paso de la legalidad constitucional vigente a la ilegalidad aprobada por el Parlamento catalán los días 6 y 7 de septiembre –Ley de Transitoriedad Jurídica y Fundacional de la República y Declaración Unilateral de Independencia– del mismo 2017; el Estado no negoció con los sediciosos; las costuras del Estado no se rompieron; una parte muy importante de la sociedad catalana aceptó el artículo 155 y la ‘represión’ del Estado; y el Tribunal Supremo sentenció. A lo que hay que añadir la desmovilización –el absentismo electoral– de un independentismo decepcionado por sus líderes.
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Quienes conocen la historia de Cataluña saben que se distingue por sus intentonas golpistas. La de 2017 no es la última, sino la penúltima. ¿Acaso creen ustedes que la reconciliación (?!) propiciada por Pedro Sánchez acabará con la tentación golpista del independentismo catalán? ¿Acaso creen ustedes que la victoria electoral del PSC, así como el descalabro electoral independentista en las últimas elecciones autonómicas, conducirá a una Cataluña libre de independentistas dispuestos a tomar el relevo de sus antepasados que se han distinguido por la deslealtad institucional? ¿Acaso dudan ustedes que las concesiones de Pedro Sánchez –del indulto a la amnistía– no favorecen la tradición antidemocrática del independentismo catalán?
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En el mejor de los casos, la denominada reconciliación de la sociedad catalana –se acabó la sedición, dicen–, promoverá, a trancas y barrancas, unos años de supuesta calma. De la impunidad a cambio del poder a la impasibilidad a cambio de la calma. Lo que sabemos ya es que la etapa de la calma se ha estrenado con un Carles Puigdemont –gracias a la amnistía– resucitado políticamente hablando. Lo que también sabemos es que el giro estratégico “moderado” de ERC ha beneficiado a Junts, cosa que podría conducir a una radicalización de los republicanos en tiempos de calma.
Durante la etapa de la calma el independentismo catalán cambiará liderazgos, acumulará fuerzas, mantendrá vivo el conflicto con un Estado al que desprestigiará en el interior y el exterior, y buscará escenarios de confrontación que victimicen a Cataluña y perjudiquen a España. La teoría y práctica del viejo/nuevo embate: una “solución democrática” por la vía de la consulta o la autodeterminación. Nada nuevo.
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No se equivoca Emiliano García-Page cuando afirma que “el independentismo es como un alacrán, crees que te vas a llevar bien, pero siempre termina picando”.
Miquel Porta Perales es crítico y escritor