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A propósito del Concierto Económico

La polémica sobre el Concierto Económico vasco no va a desaparecer fácilmente. No, al menos, mientras la crisis económica mantenga a flor de piel la sensibilidad social ante todo lo que pueda percibirse como privilegio.

Secretario General de la Fundación

La polémica sobre el Concierto Económico vasco no va a desaparecer fácilmente. No, al menos, mientras la crisis económica mantenga a flor de piel la sensibilidad social ante todo lo que pueda percibirse como privilegio. La invocación de la historia como legitimación de diferencias tiene a estas alturas una fuerza persuasiva muy limitada. Con la historia ocurre como con las opiniones, cada uno tiene la suya, y en estos tiempos de posmodernidad, ni el pasado ni la tradición son la mejor credencial, menos aún cuando el uno y la otra se reinventan arbitrariamente en el discurso nacionalista.

Para alguien que, como es el caso, defiende el Concierto Económico vasco –y el Convenio navarro– y considera también que otro Cupo es posible, ver a los nacionalistas vascos convertidos en denodados defensores de la obra de D. Antonio Cánovas frente al acoso del soberanismo catalán es un extraordinario espectáculo político. Temporalmente, Cánovas ha pasado de ser uno de los objetos favoritos de denigración por el nacionalismo vasco a hacer que el régimen de Concierto Económico que él ideó se transforme en material genético de la autonomía vasca. Por otra parte, escuchar a dirigentes nacionalistas esgrimir la Constitución para negar que el Concierto sea una discriminación infundada es una satisfacción que parecía improbable. Está muy bien reivindicar los acuerdos fundacionales de la Transición, pero el nacionalismo debería recordar todos. La recepción de los derechos históricos en la Constitución no es la sumisión de ésta al pasado como lo cuentan los nacionalistas, sino un acuerdo de equilibrio entre unidad y diversidad en el que es la Constitución y no la historia la que da eficacia y legitimidad democrática a la recuperación de esas instituciones.

Merece alguna reflexión que desde Cataluña el frente amplio del soberanismo o exija un concierto a la vasca, como CiU y ERC, o pida su desaparición, como ha hecho el PSC. Que los socialistas catalanes lo hayan hecho en nombre de una supuesta reforma federal del Estado no sumará muchos creyentes en la utilidad de semejante reforma para resolver los problemas del modelo territorial. Pero seguramente lo más aleccionador a propósito del Concierto sea reparar en la escasa consistencia del argumento según el cual un pacto fiscal con Cataluña devolvería las aguas a su cauce. La evidencia empírica contradice esta conjetura. El Concierto Económico del País Vasco no ha desactivado las pretensiones secesionistas, ni ha moderado al nacionalismo. En realidad, el frenesí soberanista del nacionalismo vasco que protagonizó Juan José Ibarreche con su plan, se produjo en un momento de extraordinaria bonanza económica y de abundante recaudación fiscal, muy lejos de cualquier preocupación por la financiación de los servicios públicos.