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Adolfo Suárez, el inesperado

El presidente Adolfo Suárez ha dejado una huella importante e imborrable en la historia contemporánea española. Suárez fue clave para lograr con éxito el paso legal y pacífico del régimen franquista a una democracia que nos dura ya casi cuatro décadas. Sin embargo, incluyendo su llegada a la presidencia del Gobierno en 1976, prácticamente todos sus éxitos políticos fueron si duda inesperados.

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Cristina Palomares, doctora en Historia Internacional por la London School of Economics. Autora del libro Sobrevivir después de Franco: evolución y triunfo del reformismo, 1964-1977 (Alianza Editorial). Excoordinadora de actividades para Europa de la Fundación FAES

 

El presidente Adolfo Suárez ha dejado una huella importante e imborrable en la historia contemporánea española. Suárez fue clave para lograr con éxito el paso legal y pacífico del régimen franquista a una democracia que nos dura ya casi cuatro décadas. Sin embargo, incluyendo su llegada a la presidencia del Gobierno en 1976, prácticamente todos sus éxitos políticos fueron si duda inesperados.

Nadie se esperaba que este abulense prácticamente desconocido por el público se “colara” en la terna para la elección de presidente del Gobierno que el Rey Juan Carlos mandó confeccionar tras la caída del desastroso Gobierno de Carlos Arias. Tampoco se esperaba que el Rey ignorara el resultado y eligiera a Suárez, que quedó en tercer puesto detrás de Gregorio López-Bravo y Federico Silva. En realidad los dos candidatos más obvios a ocupar la presidencia eran Manuel Fraga y José María de Areilza, aunque sorprendentemente no sobrevivieron a la primera ronda de la votación. Aunque preparados para el cargo, el Rey los había descartado entre otras cosas porque, por una parte, Fraga había sido ministro con Franco y, por otra, porque Areilza había formado parte del Consejo Privado de Don Juan.

El joven Rey había elegido hace tiempo a Suárez para dirigir la delicada maniobra de virar 180 grados el barco del país. Un joven simpático y ambicioso marinero de tierra, sin la brillantez intelectual de sus rivales y sin demasiada experiencia en la mar política y aún menos en la mar turbulenta que acechaba la España de mediados de los años 70. Sin embargo, el Rey vio en él cualidades que le hicieron pensar que era la persona adecuada para tal empresa.

Aunque ya se conocían de antes, la relación entre el entonces Príncipe y Suárez comenzó a fraguarse en 1969, cuando este último era gobernador civil de Segovia. El biógrafo de Suárez, Abel Hernández, y también su hijo, Adolfo Suárez Illana, cuentan que fue entonces cuando, a petición del Príncipe, Suárez redactó unas notas explicando cómo haría el tránsito del régimen franquista a una democracia. Había que lograr desmontar con cuidado y desde dentro el sistema político franquista. Nadie parece haber visto dichos papeles y para muchos es un mero rumor. Sin embargo, las palabras pronunciadas por el Rey tras la muerte de Adolfo Suárez en las que el monarca hablaba de “Adolfo y yo” como impulsores de la Transición podrían apuntar a que quizás sí existieron.

Su nombramiento no pudo causar mayor desasosiego en todos los sectores de la política española. Desde el famoso “Qué error, qué inmenso error” de Ricardo de la Cierva, o “error histórico” de Ramón Tamames a “El Apagón” de la portada de Cuadernos para el Diálogo, la prensa española mostraba su desconcierto y pesimismo. Incluso la prensa extranjera lo miraba con recelo, The Observer británico decía que Suárez carecía de “todas las cualidades que se creía estaba buscando el Rey cuando decidió desafiar al búnker franquista […], carece de experiencia […], es un hombre del sistema, con sus raíces firmemente arraigadas en la ideología del viejo régimen”.

Ciertamente Suárez se había criado en el seno del régimen. Empezó a labrarse su camino en política desde las filas de Acción Católica de Ávila, aunque sería su relación con Fernando Herrero Tejedor, a quien conoció siendo gobernador civil y jefe provincial del Movimiento en Ávila a mediados de los 50, lo que le ayudó a conocer las entrañas del Movimiento a través de los distintos cargos que ocupó a lo largo de los años 60. Como apuntaba The Observer, Suárez era claramente un hombre del Movimiento. Aun así, uno de los pocos que vio más allá de su currículum fue Santiago Carrillo. Tras escuchar a Suárez defender la ley de Asociaciones Políticas en junio de 1976, Carrillo pensó que su lenguaje era más parecido al de un demócrata que al de un fascista. Al dirigente comunista tampoco se le pasó que el padre y abuelo de Suárez fueran republicanos y que tenía un familiar viviendo en París y miembro del PCE.

Estos días se van a escribir muchas líneas sobre la vida y los logros de Adolfo Suárez. Yo destacaría la capacidad de Suárez de llevar a su terreno tanto a procuradores franquistas como a miembros de la oposición democrática. Por supuesto que en dicha tarea no estuvo solo. Torcuato Fernández-Miranda o el coronel Gutiérrez Mellado, entre otros, fueron imprescindibles para allanar el camino de la Transición. Pero su personalidad y su carácter fueron piezas clave para el éxito del proceso. El inesperado y trabajadísimo éxito de la Ley para la Reforma Política en las Cortes fue solo el comienzo de lo que estaba por llegar. A partir de ahí, todos y cada uno de los logros del Gobierno Suárez fueron inesperados: la legalización del Partido Comunista, la amnistía de presos políticos y las elecciones democráticas, por mencionar algunos.

Para ayudarnos a apreciar la figura de Suárez quizá debamos imaginarnos qué tipo de Transición hubiéramos tenido si la presidencia del Gobierno la hubiera ocupado otro. Suárez fue el presidente inesperado que nos devolvió a los españoles la ilusión por construir por fin todos juntos una España mejor. Tristemente, desde hace algunos años, Suárez no se acordaba de todo esto; sin embargo los españoles sí nos acordamos por él.

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