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Alemania en su laberinto

Las recientes elecciones alemanas nos han revelado inquietantes tendencias de la política y sociedad germanas. La más evidente de todas es que el centro de gravedad político, estable desde el fin de la II Guerra Mundial, se ha desplazado hacia la derecha desde un espacio entre los socialdemócratas del SPD y los cristianodemócratas de la CDU/CSU hacia otro entre estos últimos y los populistas de derecha del AfD. Ahora, en esa franja se concentra el 50% del voto. Eso supondrá, pese al mantenimiento del excluyente “cordón sanitario” en torno al AfD, un replanteamiento de las prioridades de la política germana en torno a temas relacionados con la identidad nacional, la inmigración, los abusos del Estado del Bienestar o las relaciones exteriores de Alemania.

Pese a la previsible reedición de una nueva “Grosse Koalition” CDU/CSU-SPD en Berlín, el duradero consenso socialconservador, que ha monopolizado el panorama político teutón durante siete décadas, otorgándole una estabilidad envidiable, entra en tiempo de descuento. Tanto más cuanto que la tercera formación centrista liberal, el FDP, ni siquiera se sentará en el Bundestag.

La segunda evidencia de los comicios del pasado domingo es la constatación de que Alemania sigue dividida entre el Oeste y el Este. Tras transcurrir más de una generación desde la caída del Muro de Berlín en noviembre de 1989, la reunificación alemana es una quimera, al no lograr cohesionar a ambas sociedades. Los alemanes del Este, que abrazan mayoritariamente al AfD, aún se consideran ciudadanos de segunda categoría, cuyos problemas son desdeñados por la clase política.

Tal estado de frustración trae causa de las divergentes realidades políticas y culturales vigentes durante las décadas de separación, en las que los “Ossies” no asumieron (a diferencia de sus hermanos occidentales) responsabilidad individual ni colectiva alguna por el pasado nazi y el Holocausto, sintiéndose liberados de toda culpa por su nueva identidad superadora marxista-leninista. No experimentaron ninguna catarsis ni confrontaron críticamente su legado histórico. No fueron capaces de saltar sobre su sombra.

Una tercera revelación es que los jóvenes menores de 34 años se decantan por opciones políticas extremas, de derecha (AfD) o de izquierda (Die Linke), desertando de los tradicionales partidos situados en el centro del arco político. Dentro de este grupo de electores se observa, asimismo, un claro sesgo de género, pues las mujeres prefieren las formaciones de izquierdas y los hombres las de derechas. No es un fenómeno privativo de Alemania, sino más bien generalizado en toda Europa, pero en aquella resulta novedoso.

Asistimos, pues, a una preocupante coyuntura caracterizada por una quiebra del “consenso renano”, una falla en la cohesión social y territorial, y una creciente desafección generacional por las políticas moderadas. En suma, el país más estable y más próspero de Europa duda de sus antaño exitosas señas de identidad y se ve abocado a una redefinición de su modelo.

Sobre este telón de fondo, debemos abordar las claves de la durísima derrota infligida por el electorado a los tres partidos coaligados que han gobernado en Berlín durante los tres últimos años. El SPD cosecha sus peores resultados nada menos que desde 1890, lo que le obligará a un relevo de su débil liderazgo y a una actualización de su obsoleto programa político. La entrada en una nueva coalición gubernamental con la CDU/CSU puede suponer un temporal balón de oxígeno, pues siempre resulta más fácil acallar críticas internas y acometer los cambios necesarios desde el poder que en la oposición. No debería, pues, desaprovechar esta oportunidad si no quiere precipitarse en un definitivo deslizamiento hacia la irrelevancia.

Sus socios liberales quedan barridos del Parlamento y es probable que no se puedan recuperar y desaparezcan como formación política. Por su lado, Los Verdes también encajan un serio revés, quizás menor del esperado por su implacable aplicación de una agenda verde radical que, junto a las consecuencias energéticas y comerciales de la guerra en Ucrania, ha contribuido a sumir a Alemania en una recesión económica durante dos años consecutivos.

Se hunden, pues, los partidos centrales y emergen con fuerza los extremos, con un AfD que dobla sus resultados anteriores alzándose al rango de segunda fuerza del Bundestag y principal de la oposición, con capacidad de forjar minorías de bloqueo contra las iniciativas legislativas que exijan mayorías de 2/3 en el Bundestag y el Bundesrat, tales como levantar el freno fiscal recogido en la Constitución alemana o crear un vehículo financiero extrapresupuestario para allegar fondos para la defensa. Si no incurre en estériles aspavientos radicales, sólo puede engordar en la oposición.

Por lo demás, la sorprendente subida de los neocomunistas de Die Linke, básicamente a costa de Los Verdes, vigoriza las filas antisistema del arco político.

Así las cosas, el futuro Canciller democristiano Merz, que se propone acelerar al máximo las negociaciones para formar un gobierno de coalición con el SPD, tiene ante sí enormes retos que afrontar en su partido, Alemania, Europa y el mundo. Con un incremento de votos menor de lo deseable y un partido influenciado por la larga sombra de su íntima rival Merkel, quien no se abstuvo de desautorizar su propuesta para controlar la inmigración ilegal en plena campaña electoral, Merz deberá aplicar su programa de emergencia para sacar a Alemania de la recesión económica. Habrá de convencer a los socialdemócratas de la urgencia de rebajar la presión fiscal sobre las empresas del actual 35% a un 25%, reducir las cargas burocráticas y administrativas al emprendimiento y las pymes, mantener abiertas las fuentes de energía no renovables y diversificar los suministros para desinflar los prohibitivos precios de la energía, renovar el tejido productivo apostando por la digitalización y las tecnologías disruptivas, en especial la inteligencia artificial, la computación cuántica y las telecomunicaciones. En una palabra, modernizar la economía alemana, muy dependiente de sectores tradicionales muy maduros como la automoción, la máquina herramienta, la industria química y farmacéutica.

En Europa se está a la espera de un canciller alemán con liderazgo, ideas claras y decisión. Que avance con paso firme por la senda de la integración política, de los mercados financieros, bancarios y de capitales, hacia el horizonte de una Europa más competitiva, con una política exterior, seguridad y defensa comunes.

En Bruselas se ha acogido muy favorablemente el anuncio de Merz de aumentar en 200.000 millones de euros el presupuesto de defensa alemán. Y, sobre todo, se confía en que el próximo canciller asuma el papel político rector que le corresponde a Alemania en esta difícil coyuntura internacional. Empezando por la preservación del vínculo transatlántico. Pero eso será el objeto de un ulterior artículo.