Carlos Dardé es catedrático de Historia Contemporánea, Universidad de Cantabria. Autor de una biografía de Alfonso XII (Arlanza Ediciones, Madrid, 2001) y de Cánovas y el liberalismo conservador (Gota a Gota, Madrid, 2013)
El 28 de noviembre se cumple el aniversario del nacimiento, en 1857, del príncipe Alfonso de Borbón y Borbón que, en diciembre de 1874, se convertiría en el rey Alfonso XII. Reinó poco tiempo, once años escasos, ya que moriría en noviembre de 1885, a punto de cumplir los veintiocho años, por complicaciones de la tuberculosis que padecía. Fue llamado “el Pacificador” –como puede leerse en el magnífico monumento levantado a su memoria en el parque del Retiro madrileño–, por haber acabado con la última guerra carlista, pero también se le podría aplicar este calificativo por su decisiva contribución al establecimiento de un largo periodo de convivencia pacífica entre los españoles, de la que éstos no disfrutaban desde hacía décadas.
A diferencia del Reino Unido, donde en aquel último cuarto del siglo XIX, la reina Victoria había perdido gran parte de su antiguo poder efectivo para adquirir un nuevo poder simbólico, en España el monarca continuaba siendo la piedra angular del sistema político al disponer de la capacidad de disolver las Cortes y nombrar gobiernos que, más tarde, se veían confirmados por unas elecciones manipuladas desde el ministerio de la Gobernación. Desde esta privilegiada posición, Alfonso XII, aleccionado por la dura experiencia de los ocho años de exilio que siguieron al destronamiento de su madre, Isabel II, en 1868, y por el conocimiento de la Europa moderna –se educó en París, Ginebra, Viena y en una academia militar inglesa–, apoyó sin fisuras el proyecto de Antonio Cánovas del Castillo de hacer una restauración no revanchista sino integradora de todos los que estuvieran dispuestos a abandonar el recurso a los pronunciamientos de cuartel para alcanzar el poder. Más tarde, el rey demostró, como escribió el ministro inglés en Madrid, que no era una marioneta en manos de quienes le habían colocado en el trono, y llamó a gobernar al líder de la oposición liberal, Práxedes Mateo Sagasta, nada menos que un antiguo condenado a muerte por conspirar contra Isabel II. Se hacía así realidad la alternancia pacífica de los partidos en el poder.
El rey protagonizó algún escándalo con su vida privada y provocó un serio incidente diplomático con Francia al mostrar imprudentemente su preferencia por el ejército alemán. Pero en conjunto su labor al frente del país fue francamente positiva. Gestionó con habilidad el conflicto con Alemania con motivo de las islas Carolinas, controló a los altos mandos del Ejército, trató de moralizar la administración, y demostró su proximidad al pueblo con ocasión de catástrofes naturales, como los terremotos de Andalucía, o la epidemia de cólera de 1885. Rodeado de un cierto aire romántico, al que contribuían el conocimiento de su enfermedad y la repentina muerte de su amada primera esposa, Mercedes de Borbón, el rey supo transformar la frialdad con que fue recibido en una amplia corriente de simpatía y aceptación hacia su persona y la institución que representaba. Alfonso XII, un rey sinceramente liberal, afianzó la monarquía en España.
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