La economía mundial está inmersa en un profundo proceso de transformación. El Fondo Monetario Internacional (FMI) habla de una “nueva era”. En estos momentos, el principal foco de incertidumbre e inestabilidad está en los Estados Unidos. La guerra arancelaria iniciada por la Administración Trump contra casi todo el mundo (más de 100 socios comerciales) supone un golpe sin precedentes al sistema de comercio mundial. Ha provocado un grave shock financiero, y el impacto en la economía estadounidense ya es palpable. Los riesgos para la economía europea, muy frágil, son grandes. Las principales instituciones internacionales se están haciendo eco de la situación, rebajando sus expectativas de crecimiento global para este año.
América Latina no es ajena a esta coyuntura turbulenta, a la que se enfrenta con buenos fundamentos externos, con amplias reservas y una sensible mejora en la balanza comercial, pero también con un importante recorrido de mejora en el frente fiscal, donde las economías regionales tienen escasa capacidad de reacción y donde también preocupa la sostenibilidad de la deuda, especialmente en determinadas economías, como Brasil o Colombia.
Calibrar el impacto de la caprichosa guerra arancelaria de Trump y de todo lo que pueda traer consigo sobre las economías latinoamericanas es casi misión imposible. Los riesgos a la baja son evidentes, incluyendo presión sobre el valor de las monedas, menores flujos de capitales, endurecimiento de las condiciones de financiación, entre otros. En sentido contrario, la guerra comercial puede suponer una oportunidad, pues podría producirse un redireccionamiento de los flujos comerciales internacionales hacia la región, donde, al calor de las rivalidades crecientes en el mundo, los procesos de integración económica podrían tomar un renovado impulso.
Más allá de estas consideraciones, conviene tener presente que América Latina cuenta con una combinación única de activos que encierra un gran potencial y puede determinar un mejor desempeño económico en comparación con otras áreas geográficas del mundo. En efecto, América Latina goza de una riqueza natural única, pues alberga el 60% de la biodiversidad del planeta, el 25% de los bosques tropicales y el 22% de las aguas dulces. También posee en abundancia recursos minerales clave para la transición energética, como el litio, y tiene una de las ofertas eléctricas más limpias del planeta. De un tiempo a esta parte, la región está viviendo una explosión tecnológica y de innovación, lo que se constituye en un factor clave de generación y atracción de talento. Los casos de Ciudad de México, Bogotá o Buenos Aires, donde el número de startups tecnológicas y unicornios no ha dejado de crecer en los últimos años, son paradigmáticos y ampliamente conocidos en este sentido. Por su parte, la demografía, aunque en pleno cambio de tendencia, sigue aportando al crecimiento. Todo lo cual sitúa a Latinoamérica en una posición clave en la coyuntura actual y en el contexto de las transformaciones estructurales en marcha, significativamente la transición hacia la descarbonización de la economía mundial.
Este panorama general esconde una gran heterogeneidad entre los distintos países de la región, y Argentina emerge como uno de sus principales motores económicos en estos momentos. El plan de estabilización macroeconómica impulsado por el Gobierno de Javier Milei desde su acceso a la presidencia, en diciembre de 2023, está dando sus frutos. La actividad económica se encuentra en niveles no vistos en muchos años, impulsada por sectores de importancia clave como la minería, la energía (petróleo y gas, sobre todo) y la agroindustria. El último dato de crecimiento, del mes de febrero, es contundente: la economía argentina creció a un ritmo del 5,7% en comparación con el mismo mes del año anterior. La inflación, uno de los problemas estructurales de más larga data del país, ha caído de manera significativa y sostenida en los últimos meses, desde el 25,5% intermensual en diciembre de 2023 hasta el 3,7% en marzo de este año. Lejos quedan, también, los déficits fiscales sistemáticos, pues 2024 terminó con superávit primario por primera vez en mucho tiempo. El empleo y los salarios reales han mejorado y el crédito se está expandiendo, lo que redunda en las familias y en el consumo privado. Por último, el acuerdo de financiación alcanzado recientemente con el FMI abre el camino hacia la normalización de la situación cambiaria en el país, permitiendo el levantamiento, aunque sólo sea parcial, del llamado “cepo cambiario”, que hasta ahora restringía la compra y salida de divisas en el país.
Como resultado, la economía argentina es hoy más predecible, más creíble a ojos del mundo y de los mercados, donde los capitales pueden entrar y salir libremente. El reto ahora es consolidar los avances en el frente fiscal, monetario y cambiario, ahondando en la estabilidad y en los fundamentos de la economía, y ofreciendo las condiciones necesarias para impulsar la inversión. En un escenario macroeconómico más ordenado, como es el caso, el sector financiero puede contribuir de forma decidida a dinamizar la economía e impulsar el crecimiento. Ello permitiría sentar unas bases sólidas para abordar otras reformas estructurales pendientes como la de las pensiones.
En todo caso, el camino no está libre de obstáculos. Conviene tener en cuenta, al menos, las siguientes circunstancias, que serán determinantes para la evolución económica de Argentina en los próximos meses. En primer lugar, 2025 es un año electoral. El mayor o menor apoyo con que cuente el Gobierno determinará el curso de la política económica. En segundo lugar, existen elementos que podrían ralentizar el proceso de reducción de la inflación, incluyendo la mejora sostenida de los salarios reales. También hay menos margen de maniobra por el lado de los recortes del gasto público, que ya han sido muy significativos. Además, el “cepo” ayudaba a mantener contenida la inflación, y esa es una herramienta con la que el Gobierno ya no cuenta. Finalmente, lo que suceda en el resto del mundo, cada vez más volátil e impredecible, tendrá su eco en su economía. Habrá que estar vigilante a estos desafíos, pero, sin duda, el desempeño reciente de la economía argentina sitúa al país como uno de los destinos de inversión más atractivos en el mundo actual con una combinación única de riesgos bajo control y rentabilidad esperada para los próximos trimestres.