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Andalucía

Pocas veces en los últimos años, un resultado electoral es tan evidente en su interpretación como el registrado ayer en Andalucía.

El Partido Popular ha obtenido un resultado extraordinario, producto de la capacidad de atracción hacia su propuesta de sectores diversos del electorado andaluz, incluidos votantes del Partido Socialista. Juanma Moreno obtiene un aval reforzado para que el cambio que ha liderado continúe y se consolide. Un cambio llevado a cabo por un equipo de gobierno competente y un buen entendimiento con Ciudadanos en el gobierno de coalición, pero alentado al mismo tiempo por un proyecto político de modernización y apertura de Andalucía, de atracción de talento e inversión, de recuperación de clases medias y de reactivación de los motores de desarrollo con los que esa comunidad viene escalando posiciones en las clasificaciones más significativas económicas y sociales.

El PP es un partido en el que su base territorial ha sido clave para mantener su primacía en el ámbito del centro derecha y ofrecer una alternativa a la conjunción de izquierdas que ha prevalecido en Galicia, Madrid, Castilla-León y ahora Andalucía. En este caso, la victoria del PP bajo el liderazgo de Juanma Moreno reviste un significado especial que acredita una obra de gobierno solvente y una firme expectativa de futuro. Para el Partido Popular, recién salido de una crisis de liderazgo que ha sido resuelta con rapidez y acierto con la presidencia de Alberto Núñez Feijóo, la victoria andaluza lo fortalece abriendo el camino para pasar de alternativa a verdadero gobierno a la espera.

Pero, además de esta lectura, el acierto estratégico ha sido centrarse en lo que los ciudadanos buscan con su voto, es decir, que Andalucía avance en su modernización, en la transformación de su economía, en el aprovechamiento de las muchas condiciones que ofrece para dejar definitivamente atrás los lastres políticos y las estructuras clientelares que el socialismo de décadas quiso hacer irreversibles.

El Partido Socialista, con la venda puesta antes que la herida, puede engañarse, pero no engaña a nadie alegando la singularidad de los resultados para negar su impacto en la política nacional. Bien saben los socialistas que las elecciones andaluzas son relevantes y mucho. Que un partido y un gobierno al que no se le cae de la boca el autoelogio como progresista haya cosechado semejante fracaso en Andalucía debería llevar a alguna reflexión, aunque esta sea tardía y seguramente estéril. Los resultados andaluces interpelan directamente a Pedro Sánchez y a su ingeniería de coalición. Descalifica su estrategia de polarización, invalida su apelación al miedo a Vox, y deja a su partido en Andalucía en un estado de precariedad, incertidumbre y división. La adhesión acrítica al liderazgo de Sánchez -“sólo manda uno, los demás somos monaguillos”, al decir del castellano manchego García-Page– está teniendo consecuencias devastadoras para el socialismo, que ya puede empezar a entrever la factura histórica que Sánchez le va a hacer pagar.

Vox tampoco tiene motivos de satisfacción. La candidatura de Macarena Olona, elevada a acontecimiento prodigioso por determinados sectores, ha resultado un fiasco. Ninguno de los objetivos ha quedado cumplido, tampoco el más importante que era el de forzar la entrada en un eventual gobierno de coalición si sus votos hubieran sido necesarios para investir a Moreno Bonilla. El exceso, el tremendismo retórico, la escenificación de un andalucismo tópico no ha encontrado el eco que esperaban los que insisten en servir el mismo menú a los votantes ya sean elecciones en Madrid, en Valladolid o en Sevilla. Con su discurso antieuropeo, su antiautonomismo obsesivo e insostenible y esa fijación sin matiz en la inmigración, Vox sigue enrocado en posiciones que muestran las limitaciones de su recorrido.

La extrema izquierda confirma sus tendencias, también las autodestructivas. De nuevo, aquí, ha recibido cumplida respuesta de los votantes. Carece de credibilidad e insiste en una agenda extravagante, ideológicamente radical, extrema y distanciada sideralmente de las preocupaciones de los ciudadanos. La extrema izquierda va camino de ser un recuerdo polvoriento e impostado de la “nueva política”, envejecida y puesta al servicio de las ambiciones de poder de un grupo de dirigentes dispuestos a apurar las parcelas de poder que todavía ocupan.

Ciudadanos se extingue. Ha cumplido su ciclo vital después de un papel constructivo ampliamente reconocido en Andalucía. Seguramente la dirección nacional de este partido se resistirá a tomar decisiones y dejará que los votantes las tomen por ellos.

El fracaso global de la oposición da mayor relieve si cabe al triunfo del Partido Popular. El mandato democrático ha sido generoso y, por eso mismo, será exigente. Pero Juan Manuel Moreno y el PP de Andalucía han acreditado visión y solvencia más que suficiente para cumplirlo.