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Angustia tropical

La Fundación FAES reproduce, con permiso del autor, el artículo del economista y exministro de Hacienda colombiano, Juan Carlos Echeverry, (El País, 30.04.2023), coincidiendo con la visita de Estado a España del presidente de Colombia, Gustavo Petro.


Tal vez el presidente Petro está acostumbrado a vivir con altos niveles de angustia, por sus años en la clandestinidad y luego en la aguerrida oposición política. Tal vez eso agudiza su mente y templa sus nervios. Pero al llegar a la Presidencia de Colombia, proyectar un alto nivel de angustia entre sus compatriotas puede no ser la receta adecuada.

Los colombianos, ya de entrada, nos acostumbramos a vivir con una alta dosis de angustia, proveniente de que 40 años atrás, a nuestros habituales problemas de desempleo, deficiente educación, atraso regional, monoexportación de café, falta de empleo para las mujeres y los jóvenes, deficiente infraestructura para una geografía desafiante, salud mal manejada e insuficiente, pensiones pésimamente distribuidas, pobreza y miseria en muchas regiones, a todo eso se sumó convertirnos en la mayor fuente mundial de producción de cocaína.

Vaya problema. Salir de pobres, tratar solucionar esa larga lista de desafíos, y además combatir una ilegalidad que Gobierno tras Gobierno no ha parado de crecer. El narcotráfico ha inundado regiones enteras de coca, armas e ilegalidad. Ha creado ejércitos irregulares por doquier. Contaminó a los grupos guerrilleros de las FARC y el ELN, otrora autoproclamados adalides de un pueblo sufrido, y los transformó en paramilitares ricos, con un tinte de nostalgia política y reivindicación social. Se tomó Alcaldías, Gobernaciones y, en un momento dado, hasta la Presidencia de la República.

Además, se tomó las fronteras. En efecto, la costa Pacífica de Ecuador a Panamá es hoy prácticamente feudo de bandas criminales. Inmensos trozos de la costa Caribe son dominados por los carteles, así como las fronteras con Venezuela y Ecuador. Allá la ley y el orden son los barones de la droga.

No creo que filósofos como Kierkegaard, Nietzsche, Heidegger, Sartre y Camus, que hicieron de la angustia la piedra angular de sus epifanías, imaginaran los cauces extraños que podía tomar en países tropicales asolados por el crimen. Lo que entre ellos llevaba una introspección desesperada, en el trópico puede terminar en manifestaciones colectivas de desesperanza.

De forma interesante, los colombianos hemos metabolizado la angustia y la hemos convertido en un acicate para la concentración y la acción. Los últimos 40 años han sido testigos de un país aguerrido que cae y se repone. Imagina soluciones y las adopta. Corrige errores y avanza.

Por la época de la aparición de la coca corrimos con suerte y aparecieron el petróleo y el carbón. La escasez de divisas dejó de ser problema. De cafeteros y agricultores, nos convertimos (aparte de cocaleros) en una economía minera, de servicios, con algo de manufactura. Creamos instituciones económicas estables, lideradas por una respetable tradición monetaria en el Banco de la República, fiscal en Hacienda, y de eficacia estatal en Planeación Nacional. Si no perfectas, de buen nivel y reconocidas en la región.

Grandes conglomerados de empresas estatales o de propiedad mixta con el sector privado, que son problemáticas en muchos otros países, son ejemplo en Colombia y América Latina, como Ecopetrol, ISA, EPM y el Grupo de Energía de Bogotá, entre otras. Aparte de Bogotá, se fortalecieron polos regionales clave como los ejes Cartagena-Barranquilla, Medellín-Pereira-Armenia-Manizales-Cali, Bucaramanga y sus zonas de influencia, Villavicencio-Llanos Orientales.

Las instituciones jurídicas como las Altas Cortes se ganaron merecido respeto, aun con el contrasentido de ser un país legalista plagado de ilegalidad. Se respetan los contratos, no se legisla con retroactividad, y el Ejecutivo y el Legislativo tienen un escrutinio serio en la producción de sus leyes. Se promulgó una Constitución incluyente y garantista de derechos, que a pesar de ser muy costosa, hemos ido pagando a módicos plazos y muchas reformas tributarias.

Creamos sistemas de asistencia social en salud, educación, pobreza, niñez, vejez, aún con muchos desafíos, pero que han avanzado tremendamente y cubierto a la población.

Ensayamos hacer unas paces generosas con el M-19, con nueva Constitución y todo. Luego con las FARC, dándoles carta blanca en un inmenso territorio; más tarde, ante el fracaso, ensayamos el Plan Colombia y la Seguridad Democrática, que fueron tan exitosas en recuperar territorio y dignidad, que a alguien se le ocurrió cambiar dizque un articulito de la Constitución y reelegir al presidente.

Luego ensayamos una paz desbordada en dádivas, a ver si las FARC por fin cedían, y cedieron. Cuidado no. Pero su implementación ha sido más difícil que la negociación. Finalmente, se volvió a cambiar el articulito y se echó para atrás la reelección, pues podía terminar dando al traste con todo. El articulito era más importante de lo que se creía.

A lo largo de esas luchas, logros y avances de 40 años, el narcotráfico mutó, creció, se fortaleció, se alió con la minería ilegal, desarrolló el microtráfico en ciudades y pueblos y, como una epidemia, contaminó mucho de nuestra fábrica social.

Así llegamos al último lustro, ya no de angustia nacional sino internacional, de confusión, crisis de liderazgo por doquier, Brexit, polarización en Estados Unidos, radicalización en América Latina, pandemia, guerras calientes en Europa y frías entre las superpotencias.

En medio de ese ambiente con múltiples fuentes de angustia, el nuevo presidente, Gustavo Petro está empeñado en convertir en problemas las soluciones de los últimos 40 años. El petróleo, un problema. El sistema de salud, otro problema. El sistema pensional, otro problema. Las Fuerzas Armadas, que nos defendían, otro problema.

Nada le gusta como está. Si bien está en todo el derecho de proponer cambios, y en 2022 un tercio del censo electoral votó con una estrecha mayoría por sus propuestas, es natural que la gente reciba con angustia muchos de esos cambios y tema que se conviertan en retrocesos o saltos al vacío.

Han sido tan arduamente ganadas las batallas y los avances, tan graduales los ascensos, que se corre un grave riesgo de caer en un rodadero que nos lleve, como en el juego infantil, de la casilla 54 a la 13, en una sola jugada.

La Corte Constitucional advirtió, con algo de angustia, que estaba en disposición de invalidar leyes si las consideraba contrarias al diseño constitucional. El Consejo de Estado invalidó un decreto presidencial que excedía las funciones del Ejecutivo. Los partidos políticos están en guardia contra partes de las reformas que consideran dañinas.

La sensación de que las cosas están empeorando pasó del 48% a 73% en las encuestas. La desaprobación sobre el desempeño del presidente Petro pasó del 20% al 57%.

Termina una semana de crisis política, se han cambiado en total a 10 ministros del gabinete, y en carteras esenciales como Hacienda e Interior. Si bien son prerrogativas del presidente, alimentan la angustia.

La gente angustiada gasta a duras penas lo que la inflación le permite, no se arriesga a comprar casa, carro o electrodomésticos. Las empresas angustiadas solo hacen mantenimientos indispensables, y no compran maquinaria, ni contratan trabajadores. Los inversionistas internacionales no acuden a países donde cunde la angustia.

Podemos sumar a esas angustias la llamada paz total. Pero dejemos así. A los nuevos ministros Luis Fernando Velasco, de Interior, y Ricardo Bonilla, de Hacienda, y al resto del gabinete les tocará emplearse a fondo para cambiar las fuentes de angustia por certezas. Al Presidente, enfocarse en el diálogo y la confianza. Salvo que quiera rasgar la sábana. Todas las crisis son crisis de liderazgo. Las angustias, en cambio, pueden aliviarse en parte si el presidente renueva su estilo de liderazgo.