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Antisemitismo y estado palestino

Hay un gen antisemita en la cultura, en la política y en las sociedades occidentales que espera a que se den las condiciones favorables para manifestar sus efectos patológicos. El gen está alojado en el integrismo anclado en la maldición a los “deicidas”, en el derechismo castizo, en la izquierda odiadora para la que todo vale con tal de reventar lo que significa Occidente. Está en los oportunistas siempre dispuestos a hacer caja electoral; está en los insoportables empeñados en arrogarse una pretendida superioridad moral. Y se encuentra, en fin, en los que no pueden asimilar que el Estado de Israel haya resistido con éxito, y desde su misma creación, los ataques concertados de sus enemigos, ni pueden reconocer que Israel es la única democracia en Oriente Medio con prensa libre, elecciones, poder judicial independiente, libertad personal y debate público abierto.

Hay manifestaciones contra el Gobierno israelí, pero después de protestar los manifestantes vuelven a su casa en vez de ser detenidos y ejecutados por docenas como ocurre en Teherán. Hay judíos radicales y fanatizados que viven en el fundamentalismo, pero en Israel lejos de condenarse a las mujeres a la invisibilidad y el sometimiento, las que así lo quieren se bañan libremente en las playas de Tel-Aviv, beben lo que les apetece y aman a quien quieren.

El Estado de Israel ha sido la respuesta legítima a esa pregunta que pesa sobre los judíos desde el Holocausto: ¿cómo fue posible que 6 millones de judíos fueran exterminados sin que opusieran resistencia, como verdaderos corderos conducidos al matadero? Ese Estado es el que está llamado a cumplir el “¡nunca más!” frente al espectro de la Shoa que volvió a aparecer el 7 de octubre con el asesinato en masa de más de 1.300 israelíes, después de una orgía sangrienta a manos de Hamás. Víctimas violadas, mutiladas, humilladas más allá de lo imaginable, que sufrieron el ensañamiento de sus asesinos y todavía hoy lo sufren esos más de 130 rehenes, hombres, mujeres, niños, jóvenes y ancianos, secuestrados por los terroristas que salieron de Gaza para llevar a cabo una atroz cacería humana.

Criticar a Netanyahu y al Gobierno que Israel padece, tensionado por el radicalismo de los partidos religiosos, es perfectamente legítimo. Objetar la manera en que se están conduciendo las operaciones militares en Gaza es parte del debate que suscita la guerra. Sin embargo, tachar a Israel de “Estado genocida” es antisemitismo. Instar a que los judíos sean arrojados al mar es antisemitismo. Negar a Israel el derecho a defenderse en una guerra que no ha iniciado es antisemitismo. Negar a Israel el derecho a un Estado dentro de fronteras seguras e internacionalmente reconocidas es antisemitismo.

En este contexto, la decisión del Gobierno español de reconocer un inexistente estado palestino flota en esta corriente en la que la impugnación de Israel va mucho más allá que la crítica al gobierno de Netanyahu. Mientras Israel se empeña en la guerra contra una poderosa organización terrorista que controla Gaza, hablar de un estado palestino es optar por una política declarativa, gestual y, a la postre, estéril. Ese reconocimiento no va a cambiar la situación sobre el terreno ni acercará la solución de los dos Estados. La mejor contribución que se puede hacer a la paz es ayudar a un escenario en el que Hamás quede fuera del futuro de Palestina. Después de lo ocurrido el 7 de octubre de 2023, Israel no puede aceptar una posguerra en la que Hamás vuelva a controlar Gaza, como un territorio títere de Irán cuando Teherán controla Líbano –un Estado fallido–, en buena medida, Siria en asociación con los rusos, apoya a grupos terroristas en Cisjordania y busca la desestabilización de la monarquía jordana. Ni Israel puede aceptar semejante escenario ni ningún dirigente responsable de nuestro entorno podría aceptar que la continuidad del Estado judío quede comprometida. Si se quiere que nazca un verdadero estado palestino, la victoria de Israel sobre Hamás es la única apuesta realista para que eso ocurra. No es una contradicción, es Oriente Medio.