El año 2022, en el contexto laboral, ha sido singular. Han concurrido circunstancias que lo convierten en un año especial y el análisis de lo acontecido puede ser prematuro todavía hoy en algunos aspectos, como consecuencia de que algunas medidas introducidas –la reforma laboral definida por el Real Decreto Ley 32/2021, por ejemplo– son recientes y puede que no hayan tenido impacto pleno en el mercado de trabajo español.
Aun así, algunos aspectos del mercado de trabajo en 2022 merecen ser destacados y el primero de ellos es que 2022 ha sido un año de creación de empleo, lo que es genuinamente positivo, aunque se ha medido una notable desaceleración en la segunda mitad del año. Según la EPA, en 2022 la ocupación aumentó en casi 279 000 personas, mientras que la Seguridad Social apunta a un aumento de 471 000 afiliados en el mismo período. En ambos casos, el ritmo al que se creaba empleo –en términos interanuales– al inicio de 2022 era muy elevado, puesto que rondaba el 4,5 %. Pero ambas fuentes han medido de forma inequívoca una significativa pérdida de velocidad en la creación de empleo, cerrando el año por debajo del 2,4 % (en el caso de la afiliación) y del 1,4 % (en el de la EPA).
La fuerte desaceleración experimentada en la creación de empleo ha llevado a determinados analistas de la euforia a la perplejidad. Euforia al achacar el buen inicio del año, en términos de creación de empleo, a las bondades de la reciente reforma laboral. La ansiedad con poner en valor dicha norma llevó hasta el punto de destacar su beneficiosa influencia en el mercado incluso antes de que hubiese entrado en vigor. Y perplejidad al ver como en muy pocos meses los resultados del mercado laboral dejaban de avalar dichas bondades.
En realidad, todo apunta a que la muy notable pérdida de ritmo de la creación de empleo se explica por un cúmulo de circunstancias económicas coyunturales bien conocidas a estas alturas –algunas de responsabilidad interna, otras de carácter internacional– que se han materializado de manera negativa.
La reforma laboral no ha tenido un impacto apreciable en el proceso de creación de empleo puesto que no incluía ninguna medida que fuera dirigida a influir en dicho proceso. No fue diseñada con el objetivo de favorecer la creación de empleo ni cambiar la naturaleza del mismo, sino con el de mejorar estadísticamente la medición de la temporalidad. Y en ese sentido tan concreto sí que puede calificarse como un éxito. La tasa de temporalidad a final de 2021 rondaba el 25,4 %. Y a final de 2022 se había reducido hasta un 17,9 %, por el fuerte ajuste introducido en el sector privado, donde ha disminuido hasta un 14,8 %, ya que en el público la temporalidad se ha mantenido por encima del 30 % durante todo 2022.
La temporalidad no se ha reducido por una transformación profunda de la actividad económica en España, de lo que habitualmente se denomina el ‘tejido productivo’. Las actividades que eran temporales o estacionales en 2021 lo han seguido siendo en 2022. Y el peso de las mismas en el PIB no se ha modificado esencialmente.
Lo sucedido tiene que ver con la eliminación del contrato temporal por obra y servicio –que suponía un tercio de toda la contratación en España en 2021 y servía, en un día promedio de 2021, para dar soporte legal a la relación laboral de 1,4 millones de personas– y la introducción de mayores restricciones en la figura del contrato temporal por circunstancias de la producción. Descontando el repunte experimentado en la economía sumergida, una parte muy notable de los trabajadores que hasta 2021 eran contratados de manera temporal como consecuencia de la naturaleza de sus actividades han pasado a encajarse en las diferentes modalidades de contratos indefinidos existentes. La consecuencia es evidente: la temporalidad se ha reducido, aunque la actividad desarrollada es la misma. No se ha cambiado la economía ni el mercado de trabajo, sino que se ha vestido con un traje diferente. El cambio referido se ha materializado en un fuerte aumento en 2022 de la contratación indefinida, que ha pasado de 2,1 millones de contratos en 2021 a 7 millones en 2022, con una gran ganancia de protagonismo del contrato fijo discontinuo. Durante 2022 se han firmado 2,3 millones de contratos fijos discontinuos, lo que ha incrementado su cuota entre los indefinidos de un 12 % en 2021 a un 33 % en el año posterior.
La proliferación de contratos fijos discontinuos ha elevado el número de personas que trabajan gracias a ellos. En diciembre de 2021 el número de afiliados a la Seguridad Social que estaban de alta con un contrato fijo discontinuo era de 382 000 personas. Un año después la cifra era de 834 000 afiliados. Un aumento de 452 000 personas. La pregunta es obvia: si durante el año se han firmado 2,3 millones de fijos discontinuos, ¿cómo es que el número de afiliados en alta con dicho contrato solo ha aumentado en una quinta parte? La razón puede ser triple: o bien un mismo trabajador ha firmado varios contratos fijos discontinuos con diferentes empresas, o bien muchos contratos firmados se han extinguido o, finalmente, muchos de estos trabajadores se encuentran en los períodos de inactividad asociados a sus contratos fijos discontinuos y están esperando un nuevo llamamiento.
Este último aspecto es especialmente relevante, puesto que es la fuente de la polémica en relación con la opacidad de la información proporcionada en relación con el fuerte crecimiento experimentado por el número de demandantes de empleo que llegan a dicha situación con un contrato fijo discontinuo bajo el brazo. Las estimaciones más conservadoras los sitúan entre 500 000 y 600 000, lo que llevaría la cifra del ‘paro efectivo’ –una nueva variable que se ha empezado a calcular durante 2022 para reflejar mejor la realidad de las personas que quieren trabajar, no pueden hacerlo y acuden a los servicios públicos de empleo en búsqueda de ayuda– por encima de los 3,4 millones de personas, frente a los 2,9 millones de parados registrados.
Finalmente, otro aspecto a destacar durante 2022 es el fuerte crecimiento de la mortalidad de los contratos indefinidos. La reforma laboral, como se ha mencionado, ha forzado el crecimiento de este tipo de contratos. Pero en la medida en que no ha cambiado la estructura productiva, es natural que muchas empresas que tienen necesidades temporales o estacionales hayan despedido a sus trabajadores al terminar el período en el que eran necesarios, pese a que sus contratos fuesen indefinidos. Estos despidos se han hecho en muchos casos recurriendo a la figura de la ‘no superación del período de prueba’ (se han multiplicado por 6 respecto a 2021), lo que supone no tener que indemnizar al trabajador. Las restricciones en las modalidades de contratación también han provocado que muchas empresas hayan recurrido al contrato indefinido para cubrir necesidades de empleo de muy corta duración –pocos días–, lo que ha provocado un fenómeno inédito en el mercado laboral español: en 2022 unas 332 000 personas firmaron más de un contrato indefinido en un mismo mes natural.
En definitiva, 2022 ha sido un año con luces y sombras para el mercado laboral. El empleo ha crecido, pero lo ha hecho dando síntomas de agotamiento en la segunda mitad del año. El número de trabajadores supera los niveles prepandemia, pero no así el número de horas trabajadas. La temporalidad se ha reducido, pero fundamentalmente en las estadísticas, no en la realidad económica o laboral. El paro ha descendido, pero cuando se tienen en cuenta los períodos de inactividad de los fijos discontinuos la realidad es la contraria. Lo que sí es inequívoco es que analizar el mercado de trabajo tras la reforma laboral se ha vuelto un ejercicio más complejo.
Valentín Bote es profesor de Teoría Económica en la UAM