Grupo de Análisis FAES
El cambio climático es uno de los grandes desafíos globales de nuestro tiempo. Bajo los auspicios de Naciones Unidas, las grandes potencias mundiales se han comprometido a ponerle freno, adoptando ambiciosos objetivos de reducción de emisiones de gases contaminantes y de maximización de la eficiencia energética. En la COP21, celebrada en París en diciembre de 2015, 150 jefes de Estado y de gobierno de todo el mundo expresaron su voluntad de evitar un cambio climático peligroso, reduciendo las emisiones de gases de efecto invernadero y manteniendo el aumento de la temperatura de la superficie de la Tierra por debajo de los 1,5ºC respecto a los niveles existentes antes de la Revolución Industrial. Los dirigentes del G-20 han expresado en su última reunión en Roma su voluntad de mantener vivo este compromiso. En Europa este proceso de transición es imparable. La Comisión Europea se ha propuesto ser neutra en emisiones de CO2 en 2050. China, por su parte, se ha fijado el objetivo de lograr la neutralidad de carbono antes de 2060, y la India, antes de 2070, a la espera de que la Administración Biden dé a conocer sus objetivos concretos.
Todas estas decisiones han supuesto un punto de inflexión en la respuesta global al cambio climático y están impulsando cambios profundos en el orden energético mundial. Los hidrocarburos como el carbón, el petróleo y el gas son todavía el gran eje vertebrador del sistema energético mundial y seguramente lo sigan siendo hasta 2050, pero a su vez el despliegue de las tecnologías y energías renovables es imparable. Los equilibrios geopolíticos de la energía, regionales y globales, también están siendo alterados. Regiones como el norte de África y, dentro de esta, países como Argelia, se ven especialmente afectados por este contexto.
Argelia es un país clave desde el punto de vista geopolítico en el Magreb por su población y geografía, su condición de estabilizador regional y, también, la importancia de sus hidrocarburos, que constituyen la base de la economía del país y casi la totalidad de sus exportaciones. A título ilustrativo, según datos de Worldometer, Argelia es el decimoséptimo productor de petróleo y el quinto productor de gas natural del mundo.
Sin embargo, la situación interna de Argelia es altamente compleja y su condición de potencia energética regional está en tela de juicio. El sector energético argelino, que se encuentra sumido en una crisis estructural desde hace años, se ha visto fuertemente impactado por la crisis de la COVID-19. La falta de diversificación económica y la ausencia de un clima de estabilidad política e institucional capaz de fomentar la iniciativa empresarial, atraer inversiones extranjeras y desarrollar nuevos mercados, suponen un lastre evidente para la economía del país. Por último, en el marco del proceso de transición energética en marcha en Europa, las exportaciones de hidrocarburos como el gas tendrán cada vez menos espacio, lo que provocará, entre otros elementos, que países vecinos como Marruecos, que disponen de más capacidad renovable instalada, estén en clara ventaja y puedan postularse como uno de los ganadores de la transición energética.
Todo ello indica la urgencia de formular un paquete de reformas ambiciosas que mejore el marco institucional y regulatorio, y permita reconvertir el modelo energético de Argelia y orientarlo hacia la nueva realidad energética global, marcada por el creciente peso de las energías renovables y otros factores como el reciente entusiasmo por el hidrógeno. Apostar por la diversificación y el desarrollo de sectores no vinculados al energético es igualmente importante.
Para Europa, Argelia es un aliado estratégico clave y uno de sus principales proveedores de gas. Si las reformas fracasan y Argelia no es capaz de abordar el proceso de reconversión (transición) energética, el riesgo de colapso económico y político en el país sería real y podría desembocar en un problema de inestabilidad geopolítica en la región, con implicaciones de seguridad y también en términos de inmigración evidentes para Europa. En su última comunicación sobre la nueva política de vecindad con el Mediterráneo, la Comisión Europea fija la transición energética como una prioridad clave en la región norteafricana. Por todo ello, la Unión Europea debe ayudar, apoyar y ofrecer los estímulos políticos y económicos necesarios para que Argelia avance en el proceso de reformas y de transición energética con garantías de éxito. Más allá de esto, la Unión Europea debe reajustar su política energética exterior, reconociendo la importancia de su vecindad, aprovechando mejor las oportunidades que esta ofrece y minimizando cualquier riesgo potencial en materia de seguridad.
España es uno de los países europeos más interesados en que todo ello sea así. Para España, Argelia es un socio privilegiado por sus innegables intereses comunes vinculados fundamentalmente a los suministros energéticos, por razones de vecindad y también por otros intereses económicos y políticos relacionados, entre otros elementos, con la lucha antiterrorista y las políticas de inmigración. La importancia de Argelia para nuestro país se ha hecho especialmente evidente al calor del reciente conflicto con Marruecos que ha supuesto el cierre del gasoducto que surtía a España a través de ese país. Que Argelia sea capaz de atraer inversiones y desarrollar una industria renovable es prioritario para España, que no solo puede obtener beneficios económicos y estratégicos de ello, sino también, y más importante si cabe, contribuir a la estabilidad, la seguridad y la sostenibilidad de la región magrebí.