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Argelia y la transición energética española

La garantía del suministro de hidrocarburos ha sido una constante preocupación de los Gobiernos españoles, que se ha puesto de manifiesto en el cuidado por diversificar los proveedores y por garantizar el uso de distintas tecnologías. Dentro de esta estrategia la relación con Argelia ha tenido en todo momento una dimensión especial. La proximidad y las formidables reservas de gas natural llevaron a considerar la viabilidad de inversiones que garantizaran el aprovisionamiento de gas natural mediante dos gasoductos, uno directo y otro a través de Marruecos.

La relación con Argelia ha tenido efectos muy positivos a lo largo del tiempo, proporcionando la base del suministro. Sin embargo, la inestabilidad política y diplomática preocuparon en todo momento. El régimen político es el resultado de la guerra de la Independencia frente a Francia, que no consideraba este territorio como una colonia o mandato, sino como un departamento más. Tras la independencia se estableció un régimen político nacionalista y socialista bajo el control del Frente de Liberación Nacional. A pesar de las riquezas almacenadas en su subsuelo, la experiencia política no ha resultado muy satisfactoria, provocando tanto una demanda de mayor democracia y lucha contra la corrupción de una parte, como una revuelta islamista que degeneró en guerra civil. El régimen se mantiene por el compromiso de las Fuerzas Armadas, pero la legitimidad de su Gobierno está cuestionada.

En el plano diplomático, la tensión con su vecino Marruecos ha venido siendo un problema de gran importancia, así como fuente de preocupación para sus vecinos, incluidos España, Portugal y Francia. Desde la independencia el contraste entre una monarquía que reivindica su origen en la familia del profeta y un régimen socialista ha dificultado la relación. Contraste que se ha proyectado en sus respectivas culturas políticas, sus aliados y sus posicionamientos internacionales. La cuestión del Sáhara ha actuado como crisol de esa tensión. Si para Marruecos era el reto por antonomasia para ampliar territorio, línea de costa y aguas territoriales, acercándose al sueño nacionalista proyectado por el Partido Istiqlal, para Argelia era la vía para contener el crecimiento de su vecino y rival, al tiempo que garantizar el establecimiento de un régimen afín que facilitara su acceso al Atlántico.

En las dos últimas décadas la combinación de exigencias democráticas por parte de las generaciones más jóvenes y educadas y el auge del islamismo ante un proceso globalizador, que para muchos implicaba el cuestionamiento de la “correcta” vía de comprensión del profeta, ha supuesto en el conjunto del islam una grave grieta de inestabilidad. La situación se ha venido agravando por la presión demográfica, la reducción del crecimiento económico y el escándalo provocado por la corrupción de las clases dirigentes. Tanto Marruecos como Argelia han combatido a los grupos yihadistas y han tratado de limitar y controlar a los movimientos islamistas. Sin embargo, en la gigantesca franja del Sahel el fracaso en este combate ha sido la norma, complicada con regímenes dictatoriales, inestables y corruptos. El creciente apoyo de Rusia y China a estos Gobiernos no ha hecho más que agravar la situación.

La preocupación por el contagio a los Estados del Magreb de la inestabilidad crónica del Sahel y por las igualmente crónicas tensiones bilaterales entre Marruecos y Argelia, llevaron a adoptar una estrategia prudente, invirtiendo en puntos de recepción de gas licuado que, llegado el caso, pudieran suplir las carencias de suministro por los gasoductos construidos conjuntamente y que aportaban la base del consumo nacional.

España es una referencia europea en diversidad de fuentes de suministro. La prudencia mostrada por Gobiernos previos se ha demostrado acertada. La crisis diplomática argelino-marroquí, provocada por el reconocimiento estadounidense de la marroquinidad del Sáhara Occidental ignorando la doctrina establecida por Naciones Unidas sobre su proceso descolonizador, llevó al Gobierno de Argel a suspender sus relaciones diplomáticas con Marruecos y a clausurar el gasoducto del Magreb, que llegaba a Tarifa desde Tánger. Un giro que se complica con un mayor acercamiento de Argelia hacia Rusia y China, complementando su antes citada creciente presencia en el Sahel y aumentando la conflictividad en el Mediterráneo occidental.

La crisis argelino-marroquí por la cuestión del Sáhara ha venido a coincidir en el tiempo con la invasión rusa de Ucrania, como fase final de las crisis previas por la secesión de Crimea y el levantamiento prorruso de las provincias del Dombás. Si los Estados miembros de la Alianza Atlántica decidieron no intervenir militarmente en defensa de la soberanía de Ucrania, por miedo a que el conflicto derivara en una guerra nuclear, optaron sin embargo por castigar a la potencia invasora con sanciones económicas sin precedentes en la historia. Rusia podría ganar la guerra, pero estaría condenada a la ruina. Para poder hacer efectivas estas sanciones resultaba imprescindible superar la dependencia del gas y del petróleo ruso de buena parte de las naciones europeas, y muy particularmente de Alemania, la potencia económica por excelencia de la Unión Europea.

En este nuevo entorno estratégico, España no tiene problemas de suministro gracias a las inversiones y diversificación llevados a cabo. Sin embargo, en un entorno inflacionario, sufrirá tanto el mayor coste del gas natural licuado como el alza general de los hidrocarburos por la inestabilidad causada por la guerra de Ucrania y el impacto de las sanciones aplicadas a Rusia por el bloque occidental.

Europa debería poder sustituir el abastecimiento ruso por el argelino. Sin embargo, esto no es posible por la ausencia de conexión entre los gasoductos mediterráneos y los del norte de Europa. Francia nunca tuvo interés en facilitar dicha conexión, por presión del lobby nuclear. Como formidable generador de electricidad mediante sus numerosas centrales de fisión, no tenía por qué facilitar a sus competidores un mercado que podía ser propio. Por otro lado, Alemania, el Estado que más podría necesitar esos recursos, manifestó un patente desinterés en la conexión, convencida de la seguridad de los suministros rusos.

En el futuro cabe suponer que se avance hacia esa conexión. Sin embargo, la apuesta por prescindir de los combustibles fósiles puede desanimar la inversión. Por otra parte, esta debería hacerse a partir de los gasoductos argelino-italianos, pues la suma del cierre del gasoducto del Magreb y la apuesta diplomática del Gobierno español en favor de la tesis marroquí sobre el Sáhara augura dificultades para hacer de España la vía primera del suministro para el resto de Europa.


Florentino Portero es analista de relaciones internacionales. Director del Instituto de Política Internacional de la Universidad Francisco de Vitoria

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