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Argentina: Un escenario político abierto y complejo

Los análisis previos a las elecciones legislativas del pasado 27 de octubre establecían que para que se iniciara el cambio político en Argentina era necesario que los comicios arrojaran los siguientes resultados.

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Guillermo Hirschfeld es coordinador de Programas para Iberoamérica de la Fundación FAES

 

Los análisis previos a las elecciones legislativas del pasado 27 de octubre establecían que para que se iniciara el cambio político en Argentina era necesario que los comicios arrojaran los siguientes resultados:

1) Que Sergio Massa, el ex jefe de Gabinete de Cristina Fernández, ahora representante del peronismo opositor, ganara por un margen cercano a los 10 puntos en la provincia de Buenos Aires.

2) Que Gabriela Michetti, la candidata del PRO, partido liderado por Mauricio Macri, Hermes Binner –líder socialdemócrata de la provincia de Santa Fe– y el radical Julio Cobos en Mendoza, consiguieran holgadas victorias en sus respectivos distritos.

3) Que la oposición obtuviera el triunfo en las cinco mayores circunscripciones electorales del país: Ciudad Autónoma de Buenos Aires, provincia de Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Mendoza.

4) Que el candidato a senador oficialista Daniel Filmus, por la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, no alcanzara los votos necesarios para entrar en la Cámara Alta.

5) Y que sumados los votos de los candidatos oficialistas, estos obtuvieran un techo no mayor de 30 puntos en todo el país.

Los mismos análisis auguraban que si todo esto ocurría, el desmoronamiento del régimen kirchnerista sería inevitable. Pues bien, se dieron todas las supuestas condiciones para el inicio del cambio salvo la última, pues los votos obtenidos por el Frente para la Victoria han superado los 30 puntos en el conjunto del país.

Frente a los deseos de cambio, surgen las dudas y se define un escenario mucho más complejo de lo que se podía pensar. Con una presidenta enferma, un gabinete sin mando, una gestión económica caótica, una oposición fragmentada y un oficialismo que conserva un suelo electoral resistente, las preguntas surgen tanto por el lado oficialista como por el de la oposición.

¿Cómo gestionará los próximos dos años el oficialismo? ¿Acaso se encastillará en sus posiciones más radicales, creyendo quizá que así conservará esa aún consistente base electoral, o moderará las formas recurriendo a un candidato peronista del interior del país con proyección nacional, quizás Urribarri o Capitanich? Una interpretación preliminar por los exégetas del relato kirchnerista podría ser que se le han escapado votos por un extremo en beneficio de partidos de ultraizquierda, que han obtenido mayor respaldo electoral que en otras ocasiones. Con esta lógica, podrían pensar que salir a la caza de ese electorado sería rentable.

No obstante, se trataría de una jugada arriesgada porque el oficialismo conserva un electorado moderado que, ante la radicalización del proyecto, se decantaría por otras opciones más templadas. Además, provocaría en el kirchnerismo fricciones internas que no harían otra cosa que erosionar su capital político.

Por el lado de la oposición, en el caso de Sergio Massa y su proyecto, la pregunta es si estamos de nuevo ante un gatopardismo dentro del peronismo, o si se trata de una auténtica asunción de la importancia que tiene la institucionalidad en una República constitucional. En segundo lugar, la duda que suscita el progresismo encarnado por Hermes Binner, Julio Cobos y la histórica Unión Cívica Radical es si podrá privilegiar lo que los une a estos referentes por encima de lo que los separa, y así conformar una fuerza política sólida. En cuanto al PRO y Mauricio Macri, cabe preguntarse si tendrán la destreza y fuerzas suficientes para erigirse ante el país como la alternativa que representa el cambio y poder así llegar con posibilidades de victoria a una segunda vuelta en las elecciones presidenciales de 2015, en las que cada día parece más improbable la presencia de Cristina Fernández, puesto que la imprescindible reforma de la Constitución para concurrir una vez más se hace ahora imposible.

Por último, aunque no por ello menos importante, está por ver que la sociedad argentina asuma la responsabilidad que le corresponde y exija a la clase política de manera activa que permita una democracia sólida, con alternativas políticas viables para iniciar una transición pacífica hacia la normalización y el progreso.

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