Hay un partido que no condena los crímenes de ETA, ni ha pedido perdón a sus víctimas, ni ha declarado la injusticia del daño causado. Y lo que debería preocupar es el aturdimiento moral ante los que todavía hoy ejercen de albaceas del legado perverso del terrorismo.
En vísperas de que el Gobierno socialista llevara al Congreso para su ratificación los decretos-leyes con los que el PSOE arrancaba su peculiar campaña electoral, supimos por la portavoz de Bildu en la Cámara que los negociadores gubernamentales le pedían con insistencia su voto para asegurar la convalidación de los decretos. El coordinador general de EH- Bildu, Arnaldo Otegui, no disimuló lo halagado que se sentía porque los socialistas reconocieran que le necesitaban. Encantado de sentirse una pieza imprescindible de la ‘mayoría Frankenstein’, Otegui adelantó su disposición a seguir apoyando al PSOE de Sánchez en el futuro. Y ha ido más allá, porque, una vez sellada su alianza con Esquerra Republicana de Cataluña, hasta desafía la posición del PNV y se muestra dispuesto a disputarle a este la titularidad del ‘lobby’ nacionalista en Madrid que se dispone a capitalizar los réditos insospechados que le podría reportar un gobierno socialista.
Arnaldo Otegui fue activista de ETA político-militar. Cuando esta facción de ETA se disuelve en 1982, Otegui se pasa a ETA-militar. Fue condenado en firme a seis años por el secuestro del empresario Luis Abaitua, se le somete a juicio –y es absuelto por falta de pruebas- por el secuestro de Javier Rupérez y el secuestro frustrado y el atentado contra Gabriel Cisneros, ambos diputados de UCD. Su historial incluye huida a Francia, explosiones e imputaciones de atraco. Amortizado como terrorista de campo, opta por el frente político de ETA y termina convertido en portavoz de la llamada Mesa Nacional de Herri Batasuna y sus organizaciones sucesoras hasta la ilegalización. Cuenta cómo el asesinato de Miguel Angel Blanco le coge en la playa. Juega a ser Gerry Adams, pero en realidad lo que hace, como disciplinado militante de la izquierda abertzale, es defender y justificar el terrorismo etarra de los peores años de la estrategia de “socialización del sufrimiento” y del asesinato de cargos públicos constitucionalistas. La negociación política que Zapatero emprende con ETA y Batasuna le ofrece la oportunidad de blanquear su trayectoria y presentarse, con el asentimiento de la izquierda y los nacionalistas, claro, como el gran hacedor de la paz. Su vuelta a prisión por intentar reconstituir la marca política de ETA disuelta en virtud de la Ley de Partidos es tachada de injusta por esa misma izquierda que elogiaba sus supuestos servicios a la causa de la paz. El Tribunal de Estrasburgo se apoya en unas desafortunadas manifestaciones de la presidenta del tribunal que lo había condenado para declarar que el juicio no había tenido la imparcialidad debida, pero eso mismo le permite rematar la construcción de su nueva imagen como el pacificador que desde dentro fuerza a ETA a dejar las armas y encima tiene que sufrir una condena injusta por los tribunales españoles.
Ni Bildu, ni Sortu, ni cualquiera otro de los envases en que se presenta el mismo producto en el que siempre ha estado Arnaldo Otegui, ha condenado el terrorismo de ETA, ni ha pedido perdón a las víctimas, ni ha reconocido la injusticia del daño causado por la banda terrorista. Y los socialistas lo saben porque así lo han reclamado a EH-Bildu en la ponencia sobre memoria y convivencia que se está debatiendo en el Parlamento Vasco. Conviene repetirlo: En la política vasca y en la española a nivel nacional sigue habiendo un partido que no condena los crímenes de ETA, que no ha pedido perdón a sus víctimas, ni ha declarado la injusticia del daño causado. Esta verdad –y no las palabras de quien la señala- es la que debería escandalizar. Y lo que deberían preocupar no son esas palabras sino el aturdimiento moral ante los que todavía hoy, con una escandalosa normalidad, ejercen de albaceas del legado perverso del terrorismo.