Bolivia asistió a las urnas el domingo 18 de octubre tras casi un año de la renuncia y posterior huida del expresidente Evo Morales. Los bolivianos se jugaban mucho en estas elecciones. Después de que la movilización ciudadana de noviembre del año pasado obligara a Evo Morales a renunciar, luego de un probado fraude electoral demostrado por la OEA y la Unión Europea, existía una sensación generalizada de que la hora del proceso político vinculado al socialismo del siglo XXI en Bolivia había llegado a su fin.
Pero la ilusión no duró demasiado. Un año después, el Movimiento al Socialismo, esta vez liderado por Luis Arce –doce años ministro de Economía de Morales– vuelve al poder y con él los miedos y las viejas pesadillas de una población dividida por los intereses regionales y con las heridas abiertas por la pandemia del COVID-19, la crisis económica y la polarización política.
Probablemente, aquellas metas trazadas desde la calle por ciudadanos insatisfechos y contestatarios al régimen autoritario de Morales hoy sean solo una triste anécdota, pero lo cierto es que aquel proceso de transición que tanta esperanza había dado al pueblo boliviano catapultó al país, quizás sin querer, al punto de partida.
Existen una serie de causas que prueban con certeza por qué el Movimiento al Socialismo – MAS retorna fuerte al poder por la vía democrática. El proceso de transición a la cabeza de la presidente transitoria Jeanine Añez cambió en corto tiempo los objetivos que se implican y articulan en una transición política. Y es que un proceso con esas características tiene una única misión: convocar a elecciones, que no es otra cosa que el retorno ineludible al cauce institucional de un país quebrado por el autoritarismo y la corrupción de catorce años. El retraso de esta convocatoria y la impertinencia de ser parte activa del proceso electoral deshizo pronto la ilusión de un verdadero cambio político para los bolivianos. A ello hay que sumar los casos de corrupción y la persecución con tintes revanchistas ejecutada desde su propio gabinete, lo que en el ideario colectivo de una parte importante del grupo de ‘indecisos’ y de los desafectos con Morales, pero no con su partido, se tradujo en “prefiero lo malo conocido que lo bueno por conocer”.
Por otro lado, los esfuerzos para unir a la oposición política al MAS fueron insuficientes. La división entre los contendientes y, en especial, entre Carlos Mesa y Luis Fernando Camacho, los dos principales líderes de oposición, coadyuvaron a que el voto se aglutine en torno al MAS, que elaboró bien su propuesta de retornar a la tribu y su falaz estabilidad económica, frente a los desaciertos del Gobierno transitorio, opacado por la crisis económica y sanitaria, y el planteamiento errado de la campaña electoral de los otros partidos en carrera. Carlos Mesa no terminó de entender el conflicto entre lo popular y el proyecto nacional, su autoconfianza emanada de los resultados de 2019 le ocultó una verdad inevitable: era necesario buscar el voto ciudadano en la ciudad, el campo y las provincias, no esperarlo inamovible.
Otro factor político decisivo fue la candidatura del líder cívico cruceño Luis Fernando Camacho. Su propuesta radical y regionalizada produjo la división del voto y de la sociedad boliviana. La experiencia nos dice categóricamente que no siempre un liderazgo cívico/ciudadano es un liderazgo político competente y que ninguna propuesta local o regional puede ser capaz de conquistar un sentimiento nacional. Me remito a las palabras del candidato tras conocer los resultados: “por primera vez en la historia, Santa Cruz va a tener una bancada digna, representante del pueblo cruceño”.
Finalmente, el masismo tuvo más certezas que errores durante la campaña y supo aprovechar estos desaciertos de sus oponentes que, obnubilados por sus propias contradicciones, no fueron capaces de ver llegar al león herido. Luis Arce representa el perfil menos malo del MAS: moderación, bonanza y estabilidad económica. Ello en la visión simplista de los hechos, pero fue suficiente para que el elector conservador e indeciso optara por esa alternativa y perdonara los pecados capitales que cometieron Evo Morales y el MAS durante catorce años.
Hoy la realidad es distinta, los factores políticos son diferentes, el MAS no tendrá mayoría parlamentaria y la bonanza económica es solo un dulce recuerdo. Sin embargo, el error es pensar que el MAS, un partido sin vocación democrática, pero con vocación popular, tiene la intención de articular un nuevo modelo político que considere los valores de la democracia liberal que hoy defendemos: consenso, imparcialidad, división de poderes y alternancia. Lo cierto es que Bolivia se enfrenta nuevamente a una dura realidad. El socialismo del siglo XXI vuelve a marcar posiciones y lo hace de una forma sutil, a través del voto y la propuesta. La reflexión deberá ser cómo conducir la defensa de los valores democráticos y la economía liberal para conquistar a un electorado que presta más atención al caudillaje y la economía planificada que a la libertad y los valores de la tradición republicana. Este paradigma es fácilmente trasladable, aunque con matices, a la realidad de América Latina. Lo ocurrido en Bolivia debe dar lugar para la reflexión en un contexto regional en el que la oposición democrática está debilitada y la exacerbación de los totalitarios está al acecho.