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Boric impaciente

El nuevo presidente de Chile, Gabriel Boric, no ha tardado en cumplir con lo que parece haberse convertido en un ritual obligado de la nueva y viejísima izquierda populista iberoamericana: agraviar al Rey de España.

En unas declaraciones entre malintencionadas e infantiles realizadas después de su toma de posesión, Boric tachó de “bien inaceptable” el retraso de la comitiva del rey don Felipe que viajaba desde Santiago a Valparaíso y que, según el presidente chileno, provocó que también su ceremonia posesoria tuviera que retrasarse. Boric, comunista elevado a la presidencia de Chile desde el activismo callejero con el impulso de la escasa destreza política y estratégica demostrada por el centroderecha de ese país, de momento, pone en evidencia su descortesía hacia un invitado que con su presencia contribuyó a la proyección de su estreno.

Como ha explicado detalladamente la Casa del Rey, don Felipe y su comitiva cumplieron escrupulosamente con el horario establecido en el programa y fue la ordenación de los movimientos de las diversas caravanas oficiales a cargo de la gendarmería lo que determinó la acumulación de mandatarios en Valparaíso, sede del Congreso chileno, y los consiguientes retrasos. Pensar que un trayecto de 120 kilómetros como los que separan Santiago de Valparaíso, con decenas de caravanas, pueden manejarse con la precisión de un trayecto urbano es desconocer lo que conlleva la organización de este tipo de acontecimientos.

El Rey iba acompañado en este viaje de la vicepresidenta Yolanda Díaz y de la ministra de Igualdad. La presencia de ambas solo destacó por sus efusivos abrazos de colegueo de bar a Boric y su equipo. Sin duda celebraban que la izquierda iberoamericana haya sumado a Chile a sus últimas adquisiciones electorales. Los que sin el más mínimo sentido crítico derraman expectativas casi milagrosas en lo que Boric puede dar de sí, con el permiso de la Constituyente, no aportan más que argumentos ideológicos para apoyar tales esperanzas. Pero, tratándose de la izquierda, ni su fracaso en Iberoamérica ni la inmunidad política que le prestan sus parientes europeos son ninguna novedad.