Sin margen para la sorpresa, el Partido Conservador ha elegido a Boris Johnson como nuevo líder para sustituir a Theresa May. La victoria de Johnson ha sido concluyente y le conduce cómodamente a Downing Street. El Reino Unido profundiza en el error del brexit y abre un panorama aún más inquietante sobre los términos en que tendrá lugar la salida de este país de la Unión Europea.
Sin margen para la sorpresa, el Partido Conservador ha elegido a Boris Johnson como nuevo líder para sustituir a Theresa May. La victoria de Johnson ha sido concluyente y le conduce cómodamente a Downing Street. El Reino Unido profundiza en el error del brexit y abre un panorama aún más inquietante sobre los términos en que tendrá lugar la salida de este país de la Unión Europea. Johnson es uno de los promotores del brexit, ha propagado la demagogia populista en su prédica contra Europa y se encuentra a la cabeza de la utilización de las distorsiones más groseras de la relación entre Londres y Bruselas para justificar la ruptura. No se le discute inteligencia y audacia, pero tampoco parece muy discutible el despliegue de patrioterismo inglés que ha realizado, su pensamiento deudor de las pasadas glorias de la Inglaterra victoriana y el tufillo supremacista de su visión de los europeos continentales. Pensar que una vez en Downing Street aparecerá “el otro” Boris Johnson es una ilusión infundada. Johnson ha asumido que el Partido Conservador no sobreviviría electoralmente al incumplimiento de su compromiso de abandonar la UE y se dispone a hacerla efectiva el 31 de octubre.
Sin embargo, hay un problema para el que Johnson no ha aportado solución alguna. Y es que en el Parlamento británico no existe una mayoría a favor de una salida del Reino Unido sin acuerdo con la Unión. Su elección no cambia la aritmética y la cuestión sigue estando en el mismo lugar en que la dejó May: se rechaza el acuerdo negociado con Bruselas pero se rechaza igualmente la opción de irse dando un portazo. La aportación de Johnson a este bloqueo ha sido sugerir que el Paramento se cerraría hasta después del 31 de octubre, de modo que no pudiera interferir en la cuenta atrás. La sugerencia de un ardid como este resulta vergonzosa en el país precursor del parlamentarismo y da idea del nivel de degradación institucional al que se ha llegado a cuenta de este asunto.
La Unión Europea no está dispuesta a reabrir la negociación de lo ya acordado si no hay un buen motivo para ello, como ha reiterado la nueva presidenta de la Comisión, Úrsula von der Leyen. Y ese buen motivo no parece que sea Johnson quien lo vaya a ofrecer. Las opciones se van reduciendo. O Johnson intenta un brexit por las bravas, forjando una mayoría que acepte la salida británica sin acuerdo y culmine el desastre político, o intenta reverdecer la causa del brexit, y comienza desde cero la negociación con la UE, lo que exigiría dejar sin efecto la decisión de salida para luego volver a formularla. Ni la posición laborista en favor de un nuevo referéndum, ni los movimientos transversales que se están produciendo en el Parlamento han fructificado. Cabe, no obstante, que si la aritmética se le resistiera a Johnson, el nuevo líder conservador tuviera que ir a elecciones, opción harto improbable en estos momentos.
Lo que es claro es que la elección de Johnson no clarifica las cosas, ni añade ninguna perspectiva constructiva a este tortuoso proceso. Acelera la visión del precipicio, pero no aparta al Reino Unido, ni al resto de Europa, de un desenlace traumático cuya causa esencial radica en la mentira populista.
Ha querido la casualidad que lo primero que tenga que afrontar Johnson sea una grave crisis en el estrecho de Ormuz que afecta a algo tan identificativo del Reino Unido como la capacidad de su Armada para seguir “gobernando las olas”. Precisamente cuando el antecesor de Johnson, competidor y ministro de Asuntos Exteriores, apela a una coalición naval europea que garantice la seguridad y el libre tránsito por los estrechos, resulta que el discurso aislacionista, patriotero y patéticamente imperial del populismo británico llega a Downing Street. Un discurso que convierte en una extravagante caricatura la política de un gran país.