La pandemia de COVID-19 está transformando todos los aspectos de nuestras vidas, entre los cuales la salud pública es, con razón, el que mayores motivos de preocupación nos plantea. Las consecuencias económicas, sociales y políticas a nivel nacional y global apenas se pueden intuir todavía. El mundo está peor, no sólo por la pandemia, sino, además, por la ausencia del liderazgo de Estados Unidos en la lucha contra aquella y la lenta respuesta de la OTAN y la UE, que presentan síntomas de poca coordinación y solidaridad muy limitada. El gobierno comunista de China ve en esta situación, de gran confusión y polarización interna de las sociedades occidentales, una extraordinaria oportunidad estratégica para asumir el liderazgo global. Las decisiones que tomemos ahora se dejarán sentir durante años después de vencer al COVID-19 y tendrán consecuencias geopolíticas para la seguridad transatlántica, las normas democráticas y el equilibrio de poder entre las democracias y las autocracias.
Antes de elogiar la eficacia del gobierno chino siguiendo ciegamente sus métodos en la lucha contra el coronavirus, cabe recordar que antes de dar un paso adelante para asumir el liderazgo global, sustituyendo a Occidente, China gestionó catastróficamente la crisis (para su propia población y la del resto del mundo). El empeño de China en ayudar a los países europeos enviando material sanitario y adoptando el papel de campeón en la lucha contra el COVID-19 mientras utiliza los instrumentos de desinformación para acusar a los militares estadounidenses de haber introducido el virus en Wuhan como un arma biológica, es un intento de blanquear sus errores previos, una manifestación de oportunismo estratégico y para que nos olvidemos de que tiene una gran parte de la responsabilidad de convertir una epidemia local en pandemia global.
El coronavirus se detectó por primera vez en noviembre de 2019 en la ciudad de Wuhan, pero los funcionarios chinos lo ocultaron durante más de dos meses e incluso castigaron a los médicos que lo habían detectado, desperdiciando un tiempo precioso y retrasando por lo menos en cinco semanas las medidas que podrían educar al público, detener los viajes y permitir la realización de pruebas generalizadas. Incluso cuando estaba claro que se trataba de una epidemia, Beijing controló estrictamente la información, limitó los viajes de la OMS a Wuhan, no contabilizó los contagiados y fallecidos, y alteró a toda prisa los criterios para el registro de nuevos casos de COVID-19, en un esfuerzo probablemente deliberado por manipular el número oficial de casos. James Kraska, en su artículo “China is Legally Responsable- Claims Could be in the Trillions”, explica detalladamente todos los pasos deliberadamente equivocados e “ilícitos” del gobierno comunista que demuestran que China es responsable para la pandemia mundial, según el Reglamento Sanitario Internacional del 2005, legalmente vinculante [1].
A medida que la crisis empeoraba en enero y febrero, algunos observadores especularon con que el coronavirus podría incluso socavar el liderazgo del Partido Comunista Chino [2]. Sin embargo, a principios de marzo, China estaba reclamando la victoria. La supuesta victoria china sobre el COVID-19 se atribuye a las cuarentenas masivas, a la interrupción de los viajes y al cierre completo de la mayor parte de la vida cotidiana en todo el país, que el gobierno ha conseguido a través de unas medidas draconianas y un excesivo control de la población a través de las nuevas tecnologías. A mediados de marzo, las estadísticas oficiales informaron que los nuevos casos diarios habían caído en un solo dígito [3]. El portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de China Zhao Lijian afirmó que «La fuerza, eficiencia y rapidez de China en esta lucha ha sido ampliamente aclamada” y añadió que China estableció «un nuevo estándar para los esfuerzos mundiales contra la epidemia” [4].
Antes de adoptar este “nuevo estándar”, tenemos que ser conscientes de que el éxito de la propaganda china y el resultado de su búsqueda del liderazgo mundial depende de la respuesta de EEUU y la fortaleza de la relación transatlántica. Todavía estamos a tiempo de retener el liderazgo de nuestras sociedades, eso es, de gestionar y coordinar una respuesta global, porque la pandemia es un desafío global que no puede solucionar por su cuenta Estado alguno.
La desinformación sobre la exitosa gestión del gobierno comunista de China ha suscitado un debate sobre cuáles son los métodos más eficaces en la lucha contra el COVID-19: los de los regímenes autoritarios, como la “vigilancia totalitaria” (la monitorización de la población mediante nuevas tecnologías que violan los derechos individuales y la privacidad) —ampliamente utilizados por el gobierno chino— o los del “empoderamiento de los ciudadanos” de las democracias liberales, que se basan en la responsabilidad individual y la confianza de la ciudadania en sus gobiernos y sus expertos. El debate es absurdo porque se trata de un falso dilema: no tenemos que elegir entre la libertad y la seguridad, o entre la salud y la seguridad. Las democracias liberales están mucho mejor equipadas que los autoritarismos de cualquier signo para lograr el equilibrio adecuado entre salud, seguridad y libertad. No debemos permitir que el COVID-19 cambie nuestros sistemas democráticos, y menos que nos subordine a un gobierno comunista con pretensiones de potencia global.
[2] https://www.foreignaffairs.com/articles/china/2020-03-18/coronavirus-could-reshape-global-order
[4] https://www.fmprc.gov.cn/mfa_eng/xwfw_665399/s2510_665401/t1752564.shtml