Idioma-grey

Claves de la intervención en Irán

La guerra entre Israel e Irán tiene una triple dimensión de rango mundial: Israel libra una contienda por Oriente Medio, por la no proliferación nuclear y contra un eje agresor que desafía el equilibrio global en varios frentes. Es crucial comprender el trasfondo real de lo que está en juego.

ORIENTE MEDIO

Desde 1979, la Revolución de los ayatolás ha intentado erradicar el Estado de Israel y suprimir la presencia norteamericana en la región para reconfigurarla a la medida de su patrón teocrático. Ha venido usando proxis para hostigar a sus enemigos y hacer decisiva su influencia; al mismo tiempo, almacenaba misiles y desarrollaba una capacidad nuclear con el propósito de hacerse inmune a cualquier respuesta. El punto álgido de esa estrategia se alcanzó justo después del 7 de octubre de 2023, cuando uno de los proxis de Irán, Hamás, había perpetrado una matanza que humillaba a Israel; otro, Hezbolá en el Líbano, estaba convirtiendo el norte israelí en un páramo; y un tercero, los hutíes en Yemen, incendiaban el Mar Rojo comprometiendo el comercio internacional. Al socaire de todo esto, Irán impulsaba por debajo sus ambiciones nucleares.

Israel, amenazada su propia existencia, se aplicó a revertir esta dinámica que lo comprometía existencialmente. Y lo cierto es que su reacción ha reequilibrado el tablero regional: golpeando decisivamente a Hamás y Hezbolá, contribuyendo a la implosión del Estado vasallo de Teherán en Siria y atacando al propio Irán.

LA NO PROLIFERACIÓN NUCLEAR

Durante los últimos años, lo que fue un logro mundial, los acuerdos de no proliferación, se estaba desvaneciendo progresivamente. Corea del Norte, en su día, ya ignoró las advertencias de Estados Unidos y construyó su propio arsenal nuclear. El programa nuclear iraní ha seguido amagando con una proliferación descontrolada en Oriente Medio. Israel se ha erigido históricamente, a lo largo del tiempo, en el obligado vindicador de la no proliferación regional. Atacó el programa nuclear iraquí en 1981 y el programa sirio en 2007; ha estado atacando, abierta o encubiertamente, el programa iraní durante años.

Ese programa nuclear iraní, para cualquier mínimo conocedor, no justifica los usos civiles y pacíficos que alega el régimen para legitimarlo; el progresivo enriquecimiento de combustible nuclear solo puede explicarse remitiéndolo al objetivo de dotarse del arma nuclear. Irán rehúsa sistemáticamente someterse a un régimen internacional de inspecciones. El pasado día 12 el organismo de la ONU responsable de las inspecciones (la OIEA), aprobó una resolución que definía una situación de emergencia. La OIEA declaraba que Irán incumplía sus obligaciones en materia de proliferación, denunció falta de cooperación de las autoridades al menos desde 2019, alertó de la presencia de partículas de uranio en lugares no declarados y, con todo esto, el propio director general del organismo, Rafael Grossi, declaraba que Irán disponía de 400 kilos de uranio altamente enriquecido. La respuesta iraní: anunciar planes para abrir una nueva planta de almacenamiento de uranio.

POTENCIAS REVISIONISTAS

Irán, Corea del Norte, Rusia y China se han armado y ayudado mutuamente en los últimos años. Los drones iraníes ayudaron a Rusia a devastar ciudades ucranianas; Teherán utilizó la campaña de terror aéreo de Rusia para diseñar sus propios ataques contra Israel. Europa no está indemne de la acción desestabilizadora de Irán, que organiza atentados contra sus adversarios políticos allí donde se encuentren: el intento de asesinato de Alejo Vidal Quadras tuvo lugar en Madrid.

Por lo demás, no es tanto que Israel entienda el mundo de hoy como dividido entre democracias amigas y autocracias hostiles; pero a medida que la coalición revisionista se cohesiona, la lógica estratégica de su posición lo vincula, cada vez más estrechamente, con las democracias. Al golpear a Irán —la única potencia revisionista que todavía carece de armas nucleares— Israel desafía a esa coalición golpeando su eslabón más débil.

INTERVENCIÓN NORTEAMERICANA

Este cuadro explica la intervención norteamericana, implicada en su inesquivable condición de superpotencia global. La Administración Trump parece haber comprendido que no podía limitarse a esperar una victoria israelí. La fuerza aérea de Israel no podía mantener el ritmo actual para siempre. Probablemente, no podía destruir con sus propios medios la instalación de enriquecimiento de uranio de Fordow, profundamente enterrada y fuera del alcance de sus recursos logísticos.

La intervención norteamericana no estaba contemplada en el programa neo-aislacionista de MAGA y, de hecho, lo contradice. Pero si Estados Unidos elimina el programa nuclear iraní, Trump podrá exhibir una victoria importante en los tres frentes que hemos descrito. Alguien que comenzó su segundo mandato proclamando su “abandonismo” en Oriente Medio, ya rectificó implicándose en el combate contra los hutíes. Ahora vuelve a auto-enmendarse. Es lo mejor que Trump puede hacer.

Lo que toca, por el momento, es solidarizarse con un país sometido a la amenaza constante de un enemigo que aspira a ser potencia nuclear y escapa de todo control internacional. Si el cambio de régimen en Teherán es un efecto posible, aunque no fuera –en sí– el objetivo de la inicial respuesta israelí, este sería un escenario esperanzador para la estabilidad regional. La verdadera escalada a evitar es la de una teocracia fanática que subyuga a su pueblo y amenaza a sus vecinos, convertida en potencia atómica y árbitro de un Oriente Medio transformado en polvorín nuclear.