Anotaciones FAES 46
Este viernes todos los demócratas tenemos una cita inaplazable en Caracas. El mundo asistirá expectante al desenlace de una tragedia cuyo último acto viene representándose desde hace meses, aunque la obra dure ya demasiados años. El resultado de tal desenlace es estrictamente binario: o toma de posesión del presidente electo o usurpación del poder por la casta delincuente que lo detenta. Ningún demócrata español puede contemplar semejante avatar como simple espectador. Desde la fundación FAES dejamos constancia de nuestro inequívoco apoyo a la democracia venezolana, y, por tanto, de nuestra adhesión al resultado electoral del pasado 28 de julio, que dio una amplia mayoría a la candidatura de Edmundo González. Él es el presidente electo que este viernes debe tomar posesión del cargo y hacer efectivo el mandato inapelable del pueblo de Venezuela. Nuestro respaldo implica así, necesariamente, la rotunda condena del fraude electoral perpetrado por el madurismo. El régimen busca ahora consolidar un autogolpe que mantiene secuestrada la voluntad popular y ha convertido Venezuela entera en un inmenso presidio.
Es la hora, por tanto, de secundar con hechos los discursos, con obras las intenciones, con acción la convicción. Es la hora de la claridad. Claridad que deploramos no encontrar en quien más debería tenerla en esta encrucijada histórica. El Gobierno de España todavía no ha reconocido la victoria de Edmundo González y su condición de presidente electo de Venezuela; ha colaborado en la maniobra que forzó su exilio del país y mantiene, cuando las primeras democracias del mundo han hecho ya las declaraciones pertinentes, una postura que camufla de pragmatismo realista su efectiva complicidad con la narco-dictadura. No hay “mediación” posible entre democracia y autocracia, porque no existe punto intermedio entre el respeto de la soberanía popular y su violación cotidiana.
España defrauda el papel que le asigna su trayectoria histórica y su condición de nación democrática cuando su Gobierno asume labores de indigna tercería que prolongan la usurpación madurista. El papel de España es hacer de puente, sí. Entre la Unión Europea y los venezolanos que resisten en el interior: para exigir el respeto de sus derechos. Entre la Unión Europea, Latinoamérica y los venezolanos en el exilio: para facilitar su regreso. Entre un pueblo secuestrado por una pandilla criminal y la comunidad de naciones libres: para hacer inviable la tolerancia exterior que necesita un régimen en trance agónico. El Gobierno, entre esos actores y para esos objetivos, tendría un ancho campo donde ejercitar su vocación “mediadora”. Pero para situarse en ese plano hacen falta claridad moral y pensamiento estratégico; tener claro que en la “resolución” de cualquier “conflicto” que enfrente libertad con despotismo, toda táctica debe subordinarse a la consecución del único final decente: la democracia gana, la tiranía pierde. En el caso de este Gobierno, los precedentes no son alentadores.