La polémica entre los partidarios de y los contrarios a los “eurobonos”, traducida por los primeros en una demanda urgente a la solidaridad de los “eurozonistas” y por los segundos en una denuncia de los incumplimientos de los primeros, ha traído a la memoria la que con motivo de la crisis del 2008 enfrentó a los “pigs” sureños con los norteños ricos y bien educados y que, en convulsiones varias, acabó en los rescates y las correspondientes incomodidades. Ahora, y desde España, ha sido comprensiblemente mal recibida la innecesaria y habitual mala educación holandesa al rechazar la petición de los también hoy conocidos como “coronabonos”, bien que en nuestro auxilio acudiera el primer ministro portugués: no tuvo empacho en calificar de “repugnante” la postura de los que hoy, a lo Max Weber, muchos vuelven a describir como “calvinistas”. En contraposición, se entiende, a los “católicos” que nosotros seríamos. La polémica viene además mal servida por las confusas declaraciones que sobre las urgentes necesidades financieras que nuestro país sufre para enfrentar la tragedia de COVID-19 realiza Pedro Sánchez, al sumar en sus plegarias cosas tan diferentes como el “eurobono” y el “Plan Marshall”.
Habría que precisar varias cosas al respecto. La primera y evidente es que ni Holanda ni Alemania pueden presentarse en este caso como los impolutos servidores de una comunidad de la que, según ellos, otros se aprovechan gratis et amore. Son numerosas las ocasiones en que ambas han torcido las disposiciones del sistema en su propio beneficio y cuando lo han estimado necesario. Y acompañados en ello por el silencio benevolente de los demás.
La segunda es que ni España ni Italia, principales demandantes de los bonos, pueden tampoco olvidar que el catálogo de sus cumplimientos con las normas comunes, fundamentalmente de tipo económico y fiscal, deja bastante que desear. Tienen razón en demandar solidaridad ante la gravedad del momento y la cortedad de los medios domésticos para atajarla, pero sería de sentido común que aceptaran algún principio de condicionalidad en la concesión de sus peticiones. A no ser que efectivamente sus dirigentes tengan en mente la donación gratuita que en su momento supuso el Plan Marshall. Pero eso no parece estar en los libros contables de la UE para otra cosa que no fuera, si es que efectivamente toma forma, la ayuda al desarrollo del África subsahariana.
La tercera es que siendo el momento de una extremada gravedad, bien harían los líderes europeos en buscar soluciones razonables de compromiso en vez de tirarse los trastos a la cabeza y construir un espacio fiscal hasta ahora inexistente que garantice en sus líneas básicas los compromisos de la solidaridad y la eficiencia. Las cicatrices del Brexit están a la vista de todos. Sobre todo de aquellos que desde el Este o el Oeste, y los correspondientes populismos de izquierda y derecha, intentan desmontar el edificio de la libertad, la prosperidad y la estabilidad continental.
La cuarta y última es que, con “eurobonos” o sin ellos, la imagen que el Gobierno Sanchez /Iglesias ofrece en el exterior de nuestras fronteras no podría ser desgraciadamente más patética. La tardanza en la búsqueda de respuestas, la evidente e innoble politización de las mismas, la incompetencia para hacer frente a las demandas sanitarias del problema, los consiguientes elevados números de contagiados y fallecidos, junto con los dramas personales de los mayores sin cobertura y los profesionales médicos desprotegidos, ofrecen un cuadro dantesco que, como era de esperar y de temer, The New York Times, el Washington Post o The Guardian relatan con detalle y sin misericordia. Es evidente que no somos los únicos aquejados por esos y similares problemas y tanto americanos como británicos, bajo los excelsos liderazgos de Trump y Johnson, tienen también mucho que explicar a esos y otros respectos. Pero soy de los que creen en la razón del “mal de muchos consuelo de tontos” y, a la manera unamuniana, siempre me he procurado fijar en el dolor de España. Que, como bien decía un titular en el diario El País de hace unos días, sufre desgraciadamente, además de otros males, de una “crisis reputacional”. ¿Quo usque tandem?