Miquel Porta Perales es crítico y escritor
En nombre de la democracia, se puede socavar la democracia. Concreto: en nombre de la denominada “verdadera democracia” y del llamado “principio democrático” se está socavando la democracia en España. Por un lado, la izquierda en sus diversas manifestaciones. Por otro, los nacionalismos periféricos. Vayamos por partes. El viejo comunismo, la socialdemocracia desnortada, los nuevos movimientos sociales, los novísimos indignados, así como los autodenominados intelectuales comprometidos, todos ellos parecen haberse conjurado para entronizar en España la dicha “democracia verdadera”. ¿Qué afirman? Que la nuestra es una democracia burguesa, que no responde ante los ciudadanos, que no representa al pueblo, que cercena cualquier intento de romper la lógica del poder. Por su parte, los nacionalismos periféricos insisten –sin más– en la existencia de un principio democrático según el cual “el pueblo tiene el derecho inalienable a decidir libremente su futuro colectivo”.
Los primeros persisten en el error de distinguir entre una supuesta democracia burguesa al servicio del capital y una supuesta democracia real al servicio del pueblo, ignoran que nuestra democracia sí responde ante el ciudadano en las Cortes Generales y en las urnas, rechazan la obviedad de que los parlamentarios, senadores y gobernantes lo son porque el ciudadano les ha otorgado su confianza mediante unas elecciones libres y democráticas, no admiten que la lógica del poder varía o no en función de quienes lo detentan en tanto han sido votados por el pueblo soberano. Los segundos se empeñan en dar vida a la entelequia de un derecho natural a decidir que se ejercería más allá del marco jurídico legal propio y característico de la democracia.
Las falacias y las ficciones de quienes predican la verdadera democracia y el principio democrático se compendian en sus propuestas. Los unos: un “Estado Social Participativo” que conduzca a una “democracia avanzada”; una democracia “que explore mecanismos de intervención directa de la sociedad” y reivindique el “ideal contestatario de democracia”; “¡Democracia real ya!”, “la democracia parte del pueblo y el gobierno debe ser del pueblo”, “referéndums obligatorios y vinculantes”. Los segundos: “iniciar por la vía del referéndum el proceso para hacer efectivo el ejercicio del derecho a decidir para que el pueblo decida su futuro político colectivo”.
¿Estado participativo? ¿Democracia avanzada? ¿Intervención directa? ¿Ideal contestatario? ¿Democracia real? Un discurso retórico y tramposo –que bebe del período que transcurre de 1917 a 1968: los fantasmas del pasado– con el cual se pretende justificar el asalto a la democracia que hoy se está perpetrando. ¿El referéndum que “hace efectivo el derecho a decidir el futuro colectivo del pueblo”? Una propuesta enfática y tramposa –un calco del romanticismo alemán del XVIII– que, apelando al pueblo y al derecho natural, rompiendo unilateralmente la legalidad democrática y constitucional vigentes, se propone quebrar el Estado.
La llamada “democracia verdadera” y el llamado “principio democrático” brindan un buen ejemplo de la demagogia y el populismo –uso y abuso de la palabra, tergiversación de la realidad, fustigación sistemática del adversario, desprecio de la legalidad– que socavan los fundamentos de la democracia y la convivencia. Una y otro abren la vía que conduce a un proyecto de ingeniería social deliberada que pretende conformar ciudadanos de acuerdo al modelo diseñado por quienes –imbuidos de superioridad moral– se consideran a sí mismos los verdaderos representantes del “pueblo”. Fuera circunloquios: la democracia formal –la democracia parlamentaria o representativa– es la única democracia existente. Cualquier alternativa –por bienintencionada que aparente– puede suponer la dilución o cancelación de la democracia y las instituciones democráticas. Un nuevo ataque a la sociedad abierta.
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