La industria es un sector clave para la productividad, la competitividad y el crecimiento económico de los países. Aporta innovación y progreso tecnológico, ejerce un importante efecto arrastre sobre el conjunto del sistema productivo en términos de crecimiento y generación de empleo de calidad, y tiene un gran potencial como elemento de vertebración y cohesión social y territorial.
Sin embargo, su peso ha venido reduciéndose durante los últimos años en casi todos los países avanzados del mundo como consecuencia de distintos factores, entre ellos la terciarización de la economía y la deslocalización de ciertos ámbitos de producción industrial. Además, los últimos años han estado marcados por crisis y conflictos geopolíticos que han provocado perturbaciones y bloqueos en las cadenas de suministro globales y un incremento muy significativo de los precios energéticos y de las materias primas, todo lo cual ha revelado la importancia de la industria y ha puesto de manifiesto la necesidad de reforzar sus capacidades como palanca de resiliencia y crecimiento económico sostenido.
En la Unión Europea, la ambición por la reindustrialización se ha concretado en una mayor voluntad política y legislativa, dando un renovado impulso al objetivo declarado de lograr que la industria genere el 20% del PIB comunitario.
El objetivo de la reindustrialización cobra especial relevancia en el camino de la transición verde marcado a nivel europeo. En efecto, la UE se ha propuesto ser el primer continente del mundo climáticamente neutro de aquí al año 2050, para lo cual se ha fijado ambiciosas metas de reducción de emisiones contaminantes y de maximización de la eficiencia energética a las que la industria no es ajena.
La descarbonización plantea importantes retos para la industria, toda vez que exige de un importante esfuerzo de innovación tecnológica para aumentar los niveles de eficiencia energética y eliminar el uso de combustibles fósiles, pero también oportunidades, pues la transición hacia un mundo más sostenible tiene el potencial de fortalecer la competitividad del tejido industrial, favoreciendo la atracción de inversiones y el desarrollo de nuevas industrias.
En España, la necesidad de reforzar el tejido industrial es particularmente evidente. Nuestra industria no ha dejado de debilitarse durante las últimas décadas y apenas representa el 15% del PIB nacional. En el universo de la Unión Europea, sólo siete países tienen un menor peso industrial que nosotros.
En este contexto, nuestro país encuentra en la descarbonización una ventaja competitiva y una oportunidad única para impulsar la industria, que, conviene recordar, es un sector muy relevante en términos de consumo energético y de emisiones de gases contaminantes, siendo responsable de más del 30% del consumo de energía final y de cerca del 20% de las emisiones de gases de efecto invernadero, lo que revela el papel clave que está llamada a desempeñar en el proceso de transición hacia una economía climáticamente neutra.
La proyección más evidente de esa ventaja competitiva reside en que España es el país de la Unión Europea con mayor potencial renovable. Además de los importantes recursos eólico y solar disponibles, nuestro país presenta un gran potencial hidroeléctrico por la disponibilidad efectiva de saltos y embalses, así como una gran disponibilidad de suelo, del cual carecen muchos de los países del sur de Europa, permitiendo precios estables y competitivos. Por dar una cifra ilustrativa del potencial de la electrificación en nuestro país, el 70% de la industria se podría descarbonizar por esta vía. Sin embargo, la electrificación de la industria está encontrando un freno en las dificultades de conexión de las industrias a las redes eléctricas. Una planificación de la red con mayores márgenes de flexibilidad y mayores niveles de inversión en los próximos años son urgentes si España quiere aprovechar la ventaja competitiva que aún mantenemos.
En aquellas ramas industriales de difícil electrificación, como las termointensivas, cuyos procesos requieren de un calor extremo, o en aquellas donde la electrificación no es la opción de descarbonización más eficiente, deben plantearse otras alternativas factibles. Una posible solución es el uso de combustibles renovables, que países de nuestro entorno, como Alemania, ya están impulsando. En otras industrias, como la de la automoción, donde la electrificación, a pesar de ser el vector dominante, progresa lentamente, se requiere un nuevo impulso desde los poderes públicos que elimine los cuellos de botella actuales y, seguramente al tiempo, una mayor inclusividad tecnológica podría permitir mayores avances en el proceso de descarbonización, evitando pérdidas de competitividad.
El marco regulatorio en torno a este proceso de transición debe ser estable y predecible. Debe facilitar el avance en la dirección debida, hacia los objetivos medioambientales y energéticos fijados para las próximas décadas, con señales adecuadas tanto para consumidores como para inversores, y con incentivos a la transformación y el desarrollo de la industria, que debe poder integrar en sus procesos aquellos vectores energéticos y soluciones tecnológicas más limpias, sin comprometer su competitividad y evitando su deslocalización hacia otras jurisdicciones.
En cuanto a la fiscalidad, en España se impone una reforma integral de la imposición energética y medioambiental que no suponga un incremento global del peso fiscal sobre la energía, pero que reordene y racionalice la maraña de impuestos y tasas energéticas que existen actualmente, que deben reequilibrarse entre las distintas energías bajo el principio del que más contamina más paga generando señales de precios que estén alineadas con objetivos comprometidos a 2030 y 2050.
En definitiva, la transición hacia una economía descarbonizada supone una oportunidad histórica que la industria española debe poder aprovechar, contribuyendo, al mismo tiempo, al logro de los ambiciosos objetivos energéticos y medioambientales que tenemos planteados de cara a las próximas décadas. Ello pasa necesariamente por una revisión del marco regulatorio y de la fiscalidad en torno a la energía y a la protección del medio ambiente, que dé a la industria seguridad y garantías suficientes para abordar su profunda transformación.
Este análisis ha sido elaborado sobre las ideas y reflexiones del Diálogos FAES sobre descarbonización e industria celebrado el pasado 22 de abril