Se conoce como “triángulo del fuego” al modelo que describe los tres requisitos imprescindibles para que haya combustión; la ausencia de alguno hace imposible cualquier incendio. Los lados de ese “triángulo” representan: un combustible (la materia que arde), un comburente (el aire) y una energía de activación que genere alta temperatura (calor). Combinados en proporción adecuada, estos factores desencadenan el incendio. Eliminar cualquiera de ellos equivale a prevenirlo o atacarlo con garantías una vez iniciado. Según sobre qué factor se actúe se ensayarán mecanismos de extinción distintos: por enfriamiento (sin calor el fuego no se propaga); por desalimentación (sin combustible el fuego se detiene); o por sofocación (sin oxígeno no hay llama).
Los incendios de este verano prologan un curso político que se anuncia abrasivo. El incendio político, en todo caso, está servido hace tiempo; por lo menos, desde que el sanchismo interiorizó aquel “necesitamos tensión” de Zapatero, –elevándolo de lo táctico a lo estratégico– para hacer de la polarización el procedimiento rutinario de un Gobierno ensimismado en la gestión de su propia supervivencia. El combustible de esta legislatura es una mayoría parlamentaria aberrante, de signo puramente negativo; su comburente, las toneladas de sectarismo imprescindibles para que el engendro sea funcional y su energía de activación la polarización inducida, que descarga sobre el Partido Popular la incompetencia y esterilidad propias. Ya se trate de catástrofes naturales, emergencias sanitarias, o crisis energéticas, el Gobierno recurre siempre a lo mismo, la fabricación de chivos expiatorios: el capitalismo, las empresas o “la derecha”. Mucha propaganda y ninguna acción efectiva, como cuando arma emboscadas que llama “pactos de Estado” de la mano de notorios enemigos del Estado.
Ocurre, sin embargo, que esa concepción de la política como fábrica de relatos, pretexto para la manipulación emocional y técnica de asalto y ocupación del poder, tiene sus límites: los estamos tocando. La reciente devastación ambiental tiene consecuencias muy concretas que atender, impone deberes de rectificación y mejora demasiado manifiestos como para dedicarse a confundirlo todo, tirar de ideología y suscitar polémicas que tengan por objeto el futuro del planeta antes que la recuperación de El Bierzo, Las Médulas o Valdeorras.
La polarización inducida desde el poder es pésimo negocio. Más o menos pronto, siempre acaba engordando a la antipolítica y a los que no distinguen niveles competenciales ni colores partidarios, esos para quienes el “sistema” en su conjunto está ya sentenciado. Se juega con fuego –un fuego muy peligroso– cuando se da pábulo a discursos que predican el fracaso de las instituciones, del Estado autonómico, del “78” –“solo el pueblo salva al pueblo”– atizando indignaciones comprensibles hasta cierto punto pero que, en todo caso, una política responsable tiene el deber de encauzar productivamente: para depurar procedimientos, sustanciar responsabilidades o planificar mejoras.
Lo que tenemos por delante, con toda probabilidad, es una reedición del tópico sanchista sobre la “cogobernanza”, inventado durante la pandemia. El conocido método de chupar cámara y endosar culpas. Debería evitarse que cuando tanto campo español ha quedado reducido a cenizas, se pastoree a la opinión pública para azuzarla a debatir sobre el color de las responsabilidades sin antes haber aclarado las causas efectivas del daño, el volumen de sus consecuencias, y el remedio mejor para prevenir unas y reparar las otras. Los pactos de Estado exigen sentido de Estado, noción que en la ejecutoria de Sánchez tiene la sólida consistencia de los unicornios.
El incendio político español no lo apagarán quienes soplan sobre cualquier rescoldo para avivar una “tensión” que necesitan. Y esto incluye al Gobierno, a sus socios y también a una derecha populista demasiado cómoda en un clima que amenaza volatilizar la convivencia. Ninguno de ellos encontrará motivos suficientes para enfriar, desactivar o sofocar la peligrosa combustión que los alimenta a todos. En este paisaje calcinado se hace más necesaria que nunca una alternativa auténticamente nacional, esto es, una alternativa a toda política de tierra quemada.