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Editorial FAES | Galicia: mejor no jugar con fuego

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Este domingo Galicia se juega mucho. Y el conjunto de España, casi todo. Se sabe lo que son y lo que quieren los nacionalistas gallegos, vascos y catalanes. Todos ellos niegan condición nacional a España, reducida en su ideario a simple accidente geográfico. Hace tiempo que dieron por amortizado el Estado autonómico para otear horizontes “confederales”, forma algo más vestida de pedir rancho aparte y credenciales de españoles de primera. Para constatarlo no se precisa gran esfuerzo intelectivo; basta abrir los ojos y saber leer. Por este lado, las cosas están claras. El próximo domingo uno de los términos del dilema electoral gallego –el Bloque– significa, para ahora o pasado mañana, una Galicia soberana con la puerta de la autodeterminación abierta. Un Bloque consolidado en la Xunta anticipa una España dislocada, en marcha hacia una España mutilada.

La alternativa a un tercer frente separatista la representa, en exclusiva, el Partido Popular. Pocas veces ha sido tan claro el deslinde. Quienes ignoran su contorno y piden el voto como si la incógnita a despejar estuviera planteada en otros términos, confunden a los electores deliberadamente; por tanto, juegan sucio. Los votos socialistas se sumarán al conglomerado separatista; las papeletas de Vox restarán opciones a la única candidatura autonomista y nacional.

En Galicia el PSOE ha decidido ser la muleta del nacionalismo radical. Porque en toda España ha resuelto replicar la concertación que sujeta la legislatura. Por eso pacta presupuestos con Bildu en Vitoria y le regala Pamplona, mientras se niega en Barcelona a guardar un minuto de silencio en memoria de dos servidores públicos asesinados; y ahora, en Galicia, “trabaja para movilizar a la gente progresista” … del BNG, dado que ni siquiera aspira a quedar segundo. De esto ha ido la campaña socialista: “Desta vai”.

Por su parte, Vox concurre para corroborar evidencias demostradas experimentalmente, unas cuantas veces, desde 2019. Entre otras, las siguientes: que tras su eclosión al calor de la “nueva política” para “plantar cara” a los nacionalismos, nunca ha sido mayor la influencia independentista en la política nacional; que, en circunscripciones con poco ‘rendimiento marginal’, siendo baldío y contraproducente concurrir, debe sin embargo resultar un ejercicio grato y divertido para candidatos y familiares voxistas; que extremar reivindicaciones invocando ideales es ideal para frustrar realizaciones; que prodigar denuncias de demonización para apretar filas es complacerse en lo minoritario y supone olvidar que, si toda caricatura es exageración de un parecido, lo mejor para hurtarse al abuso es no parecerse a ningún retrato deformante; y por fin, que tras haberse pasado la izquierda cuatro décadas buscando dividir su espacio antagónico, resulta comprensible tanto interés a la vista del enorme provecho que obtiene cuando por fin lo consigue. Sabe bien la izquierda lo que Mr. D’Hondt hace con mucho sufragio voxista para que al PSOE le termine yendo “A mejor”.

Buen número de simpatizantes socialistas gallegos debieran dedicar el sábado a hacerse una sola pregunta: ¿es racional votar al dictado de un sentimiento hostil que diluye mi voto en un magma independentista, excluyente y tribal? Por su parte, todos los simpatizantes voxistas en Galicia debieran dedicar esa misma jornada a preguntarse en serio: ¿es prudente escoger papeleta sin calibrar la responsabilidad histórica en que incurro?, ¿es razonable votar partiendo de premisas condensadas en una falsedad: “PP y PSOE son lo mismo” ?, ¿es patriótico arriesgar el gobierno de la única comunidad sustraída al proyecto desnacionalizador del soberanismo? En el polvorín mefítico de una legislatura cosida a una amnistía-bomba, monitorizada desde Suiza y cableada con mecha detonante hasta el pulsador de Waterloo, los gallegos eligen: orear el ambiente manteniendo abiertas las ventanas de su casa o ponerse a jugar con cerillas en la de todos.