Lo han intentado todo. En la campaña de estas elecciones gallegas la concertación gobernante de socialistas, radicales de izquierda e independentistas ha agotado el repertorio: insidias, intoxicación demoscópica, manipulación mediática, promesas electorales con cargo al presupuesto nacional… hemos visto desplegar el catálogo entero, pellets incluidos. La maquinaria socialista al completo, desde el CIS hasta Rodríguez Zapatero, ha funcionado a pleno rendimiento al servicio no del candidato Besteiro, sino del BNG y del personalísimo interés de Sánchez. Sumar también ha desembarcado con su equipo de gala. El propósito era contribuir al éxito electoral del Bloque con la esperanza de presentar la eventual derrota popular como una desautorización al liderazgo de Feijóo que desestabilizara al PP, asumiendo sin titubeos la contrapartida de un nuevo frente de ruptura constitucional en Galicia.
No les ha podido salir peor. El hundimiento socialista no admite paliativos. Un paupérrimo 14% del voto, cinco puntos menos que en el año 2020, para no llegar ni a la decena de diputados. Pedro Sánchez, implicado en campaña hasta el punto de usar como combustible electoral compromisos vinculados a decisiones del Consejo de ministros, debe, en justa proporción, asumir en primera persona la pérdida de cinco escaños del PSdG, al que el PP saca -nada menos- treinta y un puestos en el Parlamento gallego. A falta del recuento del voto exterior, el PP además aventaja en cuarenta -todos los suyos- a Yolanda “Conjunto Vacío” Díaz. Sumar no ha llegado ni al 2% del voto, ni a la mitad de los resultados de Podemos en 2020. Este 18-F obliga a reformular el proyecto de la extrema izquierda que un 15-M alumbró; de momento, ¿por qué no repensar el nombre de otra nueva marca, más ajustado a su respaldo popular? “Podemos Sumar Nada” resultaría una opción muy seria.
El PSOE ha querido en Galicia extremar el planteamiento que le ha llevado a entregar la gobernabilidad de España a radicales y nacionalistas de cualquier matiz e intensidad. En estas elecciones ha llegado a alquilar sus votos a un partido que lleva la autodeterminación en su programa. Hace tiempo que los socialistas renunciaron a ser un partido mayoritario que aspire al gobierno desde el triunfo propio; hace mucho que se limitan a integrar -ni siquiera encabezar- coaliciones negativas, sin más proyecto que forzar donde sea la derrota del Partido Popular.
No deja de resultar significativo que el hilván que zurce los fragmentos de Frankensteinsea la presunta mayor sensibilidad del PSOE a la “diversidad territorial”, hasta llegar a postular la plurinacionalidad cuando lo cree conveniente. Mientras que -hechos cantan- los socialistas solo gobiernan, atenidos a recursos propios, dos comunidades: Asturias y Castilla-La Mancha, con nula presencia nacionalista. En Navarra lo hacen por cortesía de Bildu. Sánchez está pulverizando el PSOE entregándolo a cualquiera que pueda garantizarle la Moncloa por muy oneroso que resulte para la unidad nacional. Táctica suicida que debilita las costuras constitucionales, liquidando de paso al PSOE como partido ‘sistémico’. Estas elecciones estrenan la mengua acelerada de la base de sustentación que permite gobernar a Sánchez. Nadie en el PSOE con un registro histórico de derrotas como el suyo, aunque su cínico desahogo las rentabilice a costa de debilitar la nación, fragmentar el Estado y polarizar a los españoles. Los resultados de ayer dejan claro que Sánchez no es otra cosa que el delegado de los nacionalistas en Madrid.
Evaluar éxitos propios adolece siempre de sospechosa autocomplacencia. Para el Partido Popular, la mejor manera, la más honesta, de ponderar su victoria de ayer es atenerse al baremo del fracaso fallidamente vaticinado por sus rivales. ¿Esta era la reválida de Núñez Feijóo? Pues superada con nota. ¿La “caída de Rueda y Feijóo era imparable”? La décima mayoría absoluta del PP en Galicia no solo confirma y consolida un proyecto autonómico con el que se identifica una amplia mayoría de gallegos; representa, en toda España, el comienzo del fin para el sanchismo. Es decir, el principio verdaderamente imparable de una España con futuro.