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Editorial FAES | Hamás, Hizbolá e Irán incendian Oriente Medio

El ataque sin precedentes que Hamás ha desatado sobre Israel ha revelado una vulnerabilidad más que preocupante en un Estado que se juega su existencia día a día. Pero el fallo de la inteligencia israelí no es ahora el principal elemento de análisis de lo que está ocurriendo: un ataque masivo de naturaleza terrorista dirigido a desestabilizar la región.

Las autoridades cifran en 2500 cohetes los lanzados por Hamás desde Gaza, una saturación que ha dejado ineficaz la llamada Cúpula de Hierro, el sistema de defensa aérea que ha venido protegiendo a los israelíes. Cientos de israelíes secuestrados, civiles y militares, incluidos ancianos, mujeres y niños. Asesinatos indiscriminados de civiles sin conexión alguna con objetivos de interés militar perpetrados por los terroristas del brazo armado de Hamás infiltrados por cientos desde Gaza. Un ataque que las autoridades israelíes no parecían esperar, desde luego no con esta intensidad y alcance.

El ataque se sitúa en un contexto determinante como es el de la aproximación entre Israel y Arabia Saudí que reforzaría los “Acuerdos Abraham”, tejidos en el mandato de Trump, y que definen una nueva relación entre Israel y el mundo árabe. La importancia estratégica de estos acuerdos para Israel radica en que encierran un mensaje muy claro a los palestinos de que su conflicto con Israel no va a seguir condicionando las posiciones del mundo árabe. Los Acuerdos Abraham significan en buena medida el aislamiento de la causa palestina y suponen un mandato claro a los palestinos para que aprovechen –de una vez– las oportunidades de una solución negociada, porque el resto de la comunidad árabe no va a seguir patrocinando la resistencia para perpetuar una confrontación que ha tenido ocasiones reales para terminar de una manera razonablemente pacífica. Con su agresión contra Israel, Hamás quiere dejar claro que no aceptará que el conflicto con Israel deje de ser el conflicto “atrapalotodo” que marque de manera determinante las relaciones entre los árabes y el Estado judío y que mantenga en vilo la estabilidad de la región. Si, además, la agresión de Hamás se lleva por delante a la Autoridad Palestina que gobierna en Cisjordania con un declinante Abu Abbas al frente, el éxito sería mayor aún.

Irán está en el centro de esta agresión. Se puede descontar un apoyo estrecho de Teherán a los objetivos y a los medios empleados por Hamás y ahora también por Hizbolá, que se suma a la agresión contra Israel con una operación de tenaza, abriendo un nuevo frente en el norte. El régimen de los ayatolás se encuentra crecido ante el éxito de la represión desencadenada a raíz de la muerte de Masha Amini, el debilitamiento del apoyo occidental a la oposición en el exterior y el éxito de su llamada “diplomacia de rehenes” con la que está presionando a los países occidentales para que negocien y, como el caso de Estados Unidos, paguen miles de millones de dólares para conseguir la libertad de sus nacionales presos en cárceles iraníes. Del programa nuclear nada substantivo se ha vuelto a saber y el apoyo que Teherán está prestando a Rusia en la invasión de Ucrania tampoco parece que esté afectando a la posición del régimen teocrático iraní.

Lo cierto es que Irán es la amenaza existencial que Israel enfrenta: en el sur, Hamás; en la frontera norte, Siria y el Líbano con Hizbolá; en Cisjordania, un cúmulo de diversos grupos terroristas que encuadra también a conexiones iraníes, y en la propia Jordania, la estrategia desestabilizadora de Teherán puede comprometer muy seriamente la continuidad de la monarquía.

Israel tiene todo el derecho a defenderse. La dimensión de la agresión que ha sufrido legitima una actuación que borre los efectos de la sorpresa y la sensación de fracaso de los elementos esenciales de la salvaguardia de un Estado que apenas tiene margen de error cuando está en juego su seguridad. En esa misma medida, Israel merece un apoyo claro diplomático y político sin concesiones al demagógico buenismo con el que a menudo se suelen disfrazar las posiciones antisemitas tan extendidas en la izquierda europea y, singularmente, en la española. Hamás y Hizbolá no pueden ganar. En una situación tan extremadamente grave como la que se ha declarado en Oriente Medio, la posición expresada por nuestro Gobierno (en funciones) no puede quedarse en la condena de la agresión terrorista, sino que tiene que ser explícita en al apoyo a Israel antes de que se haga más visible la división de un Ejecutivo donde están presentes los discursos antisemitas más antiguos que puedan encontrarse. Aquí no hay fotos agradecidas que tanto gustan al presidente del Gobierno en funciones, sino posiciones exigentes que retratan a quien, además, ejerce la presidencia del Consejo de la Unión Europea.

La sociedad y las instituciones de Israel no deben dejar pasar esta coyuntura para reparar en el debilitamiento de su Estado, víctima de la polarización política, la fragmentación electoral y la inestabilidad de las fórmulas de gobierno de los últimos años, condicionadas por la influencia de los partidos radicales. Hay lujos que un Estado no puede permitirse cuando sigue rodeado de vecinos conjurados para su aniquilación y tiene en un régimen teocrático, apocalíptico, una amenaza que no ha decaído, sino que puede ser más verosímil e inminente.