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Eduardo Dato (1921-2021)

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Se cumple el centenario del asesinato de don Eduardo Dato, y la figura del malogrado gobernante sigue recordándose, sobre todo, por las circunstancias extraordinarias y ejemplares de su muerte. A esa luz trágica contrasta la imagen tópica que sus contemporáneos solían adjudicarle en vida: blando, frío, escéptico… Lo cierto es que en Dato la procesión iba por dentro: hombre de mundo, velaba con maneras corteses una pasión incondicional al servicio de España en los días del pistolerismo anarquista y, antes, en el peligroso juego internacional de la Gran Guerra. Dato sabía dosificar flexibilidad y firmeza en función de las circunstancias, pero con criterio invariable: el interés nacional.

No cayó asesinado por casualidad en una escaramuza de retaguardia. Desde el Gobierno se enfrentó al terror revolucionario que infestaba la vida pública de la España de entonces y, singularmente, la de Barcelona. Algunos testimonios dan fe de que, con su apariencia de dandy quebradizo, Dato albergaba grandes reservas de dureza estoica. Se le reprochaba el descuido de su seguridad personal. Y contestaba: “Sí; comprendo, desde luego, que un jefe de Gobierno debe preocuparse de su seguridad personal, que es clave de tantas y tantas cosas. Pero, créame usted, si yo supiera que mi muerte serviría para que todos, cada cual en su lugar, aprendiesen a cumplir con su deber, sacrificaría mi vida, como estoy dispuesto, con orgullo y hasta con ilusión, si cabe decirlo así”.

Dato comenzó su carrera política a la sombra de otro conservador regeneracionista, refinado y reticente, Silvela. Desde que en 1892 ocupa la Subsecretaría de Gobernación, hasta la retirada de Silvela en 1903, Dato es, con Silvela y Villaverde, uno de los tres puntales que en 1899 bregan desde el poder con las consecuencias del Desastre. En ese Gobierno, Dato firma dos proyectos de ley, de muy personal iniciativa suya: el de Accidentes de trabajo y el de Protección al trabajo de mujeres y niños. Era el comienzo de la legislación social en España. Simultáneamente, Villaverde nivelaba el Presupuesto, restablecía el crédito y alumbraba nuevas fuentes tributarias. Coincidirían ambos de nuevo en un posterior Gobierno de Silvela (1902-1903), con Dato en el Ministerio de Gracia y Justicia, desde donde creó la Escuela de Criminología y puso en marcha diversas reformas en el régimen penitenciario. Años después, bajo un gobierno suyo, se crearía el Ministerio de Trabajo, por Real Decreto de 8 de mayo de 1920. Comentando su obra de gobernante, Gregorio Luri ha escrito: “¿Acaso Dato no merece el título de regeneracionista con más legitimidad que los oficialmente bautizados como tales? Se ha dicho de él que era un conservador ‘a la moderna’, pero yo no veo que haya otra forma de ser políticamente conservador, aunque cuando se decía esto se quería subrayar que era un orador con más ideas que retórica ampulosa”.

En 1913 le tocó la difícil prueba de aceptar el poder que Maura había rechazado. La situación, que se remontaba a la crisis abierta por los sucesos de la ‘Semana Trágica’ de 1909, desembocaría en algo más que una crisis de Gobierno; era una crisis de partidos que terminaría en crisis del régimen y acabaría con la Monarquía constitucional. El episodio ha dado pábulo a toda clase de futuribles. Se sabe que Dato tenía concertada, para el día siguiente al de su asesinato, una entrevista con Maura para tratar sobre la unión de los conservadores, divididos en “mauristas” e “idóneos”.

Le tocó gobernar cuando sobrevino la Primera Guerra Mundial. Y supo mantener la neutralidad del país resistiendo presiones internacionales y la gritería de “aliadófilos” y “germanófilos”.

En otras dos ocasiones presidió los Consejos de la Corona: en 1917, año clave de tormentas revolucionarias (asamblea de parlamentarios, Juntas de Defensa y huelga general). Y en 1920, hasta su muerte al año siguiente. Para entonces Martínez Anido concentraba en Barcelona los odios del Sindicato Único, que le reprochaba, haciéndolo extensivo al Gobierno, la aplicación del procedimiento criminal conocido como “ley de fugas”. Dato, hombre atenido en toda circunstancia, por convicción y formación, a procedimientos legales, repugnó siempre esa clase de recursos. La lucha contra el pistolerismo revolucionario la entendía como el propósito de salvar no solo la sociedad y el régimen, sino las libertades comprometidas por una eventual respuesta autoritaria: “Nosotros, los que no queremos que España sea víctima de la demagogia para caer después en la reacción, tenemos que combatir enérgicamente el sindicalismo revolucionario”.

Se conserva el anónimo que recibió pocos meses antes de su asesinato: un papel sin firma, escrito a máquina, con este membrete: “Sindicato Único.- Sección de Asesinatos”. Y dice: “Este Sindicato acordó, en sesión tenida el día 1 de los corrientes, proceder a su asesinato, lo que se le comunica a su debido tiempo para que en los pocos días de vida que le quedan pueda arreglar sus asuntos; supone este Sindicato que ya está usted convencido de que no en balde se le amenaza, así como también le previene la seguridad de que en corto plazo se habrá llevado a cabo su asesinato, siendo destinado a morir vilmente, como le corresponde por puerco y por ladrón. Barcelona, 3 noviembre 1920”.

Dato sabía que iba a morir. “Nos anunció su muerte dos días antes de que tuviera lugar”, escribió el conde de los Villares. El 8 de marzo de 1921, dirigiéndose en coche oficial a su domicilio (Lagasca, 4), desde el palacio del Senado, al disminuir la velocidad para tomar la curva en la plaza de la Independencia, los anarquistas MateuCasanellas y Nicolau le ametrallaron desde una motocicleta con sidecar que se alejó acto seguido, hacia la calle de Alcalá. El chófer condujo, aterrorizado, hasta una clínica próxima, pero Dato era cadáver antes de llegar a ella. Mateu fue condenado a muerte, siéndole conmutada la pena en 1924, como a Nicolau, detenido en Alemania en 1922 y extraditado. Casanellas huyó a la Unión Soviética, donde lo entrevistaría Chaves Nogales; años después regresó a Cataluña para dirigir el partido comunista catalán. Murió en 1933 en un accidente de motocicleta, cuando se dirigía a Madrid para asistir a una reunión del PCE. Se sospechó un atentado y se acusó a la dirección del PPC de haberlo provocado.

Tras los de Cánovas y Canalejas, con el magnicidio de Dato, escribió Carlos Seco Serrano, admirador de su figura, se esfumaba “la posibilidad de que la Restauración rebasara los términos sociales del canovismo y del maurismo, y el último dique ofrecido por el sistema político en que aquella basó un ‘equilibrio civilizado’ contra una derivación hacia la Dictadura o hacia el caos revolucionario”. Pero Dato había cumplido con su deber.