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El ataque de Israel contra el programa nuclear de Irán

El pasado 13 de junio el gobierno de Israel lanzó un ataque estratégicamente cronometrado contra Irán con el objetivo de lograr tres objetivos militares principales: eliminar a los comandantes superiores e interrumpir el liderazgo del mando y control de Irán; infligir daños a su programa nuclear; y debilitar sus capacidades defensivas. Más allá de estos objetivos militares inmediatos, parece probable que el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, recelando de cualquier camino diplomático hacia un acuerdo nuclear entre EE. UU. e Irán, piensa en incitar disturbios internos en Irán que provocarían el cambio del régimen de los ayatolás.

Durante los últimos 15 años, Israel ha intentado sabotear y/o destruir el Programa Nuclear de Irán, pero cada vez, ya sea por la presión de EE. UU. o por las dudas de sus propios militares, o por el miedo de provocar un conflicto más grande en la región, se ha retirado en el último minuto, razón por la cual es imposible exagerar lo que está sucediendo hoy. Lo que hace que el actual conflicto entre Irán e Israel parezca diferente es la promesa de Israel de continuar la lucha esta vez hasta eliminar la capacidad de Irán de fabricar armas nucleares, de una forma u otra. El propio primer ministro describió el ataque israelí como «una operación militar dirigida para revertir la amenaza iraní a la propia supervivencia de Israel» y añadió que la operación continuará durante «tantos días como sea necesario para eliminar esta amenaza”[1].

Aunque Irán hasta ahora siempre ha medido sus respuestas para evitar una guerra abierta con Israel, la actitud de los ayatolás ha “invitado” el ataque israelí acelerando enormemente el enriquecimiento de uranio hasta rozar la fabricación de armamento nuclear. Teherán ha empezado a disimular agresivamente esos esfuerzos hasta tal punto que incluso el Organismo Internacional de la Energía Atómica declaró, el 12 de junio, que Irán estaba incumpliendo sus obligaciones de no proliferación nuclear; la primera vez que el OIE declara tal cosa en los últimos 20 años.

La respuesta de Irán por ahora es la esperada: ha atacado a Israel con drones y misiles hipersónicos. Sin embargo, si el conflicto se prolonga, Teherán todavía podría decidirse a bloquear las exportaciones del petróleo y gas en el estrecho de Ormuz. Esta posibilidad ya está haciendo subir los precios del petróleo.

El conflicto va hacia una escalada cuyo resultado es imposible predecir aunque por ahora existen dos posibles consecuencias extremas: la positiva (la caída del régimen iraní y su sustitución por otro más decente, laico y consensuado) y la negativa (que el conflicto se amplíe en toda la región).  Entre estos extremos sigue existiendo una posibilidad intermedia -una solución negociada-, pero no por mucho tiempo. Trump ha utilizado hábilmente el ataque israelí para, en efecto, decir a los iraníes: «Todavía estoy dispuesto a negociar un final pacífico a su programa nuclear y es posible que desee ir allí rápido”.

En este momento, el mayor riesgo estratégico no es un ataque israelí decisivo, sino permitir que Irán se vuelva nuclear, porque su programa representa una amenaza existencial para Israel. Por ahora surgen al menos dos preguntas importantes: una técnica y otra geopolítica.

La gran pregunta técnica es si el bombardeo israelí de las instalaciones de enriquecimiento nuclear iraníes, como Natanz, que está enterrada a gran profundidad, indujo suficiente conmoción a las centrifugadoras utilizadas para enriquecer uranio -y si superó sus amortiguadores- como para dejarlas inoperativas al menos durante un tiempo. El portavoz del ejército dijo que Israel infligió daños significativos a Natanz, la mayor instalación de enriquecimiento de Irán, pero está menos claro cómo Fordow, otra instalación de enriquecimiento podría haber sido afectada, si es que lo fue. Si Israel fracasa en este empeño, si el régimen iraní todavía es capaz de reconstituir su capacidad para construir un arma nuclear e intentar controlar las capitales árabes y amenazar la existencia de Israel, eso podría significar una guerra de desgaste entre los dos ejércitos más poderosos de la región. Esto haría que la región fuera aún más inestable que nunca, disparando crisis vinculadas al petróleo.

La segunda pregunta es la geopolítica. Irán, es uno de los países revisionistas con ambiciones regionales y globales. En el nivel global, Irán junto con Rusia, China, Corea del Norte, intenta cambiar el statu quo del orden liberal internacional.  En el nivel regional, Teherán es el líder del “eje de resistencia”, del anillo de fuego que había creado alrededor de Israel. Su influencia maligna es de larga data sobre Gaza, Irak, Líbano, Siria y Yemen, donde Teherán alimentó y armó a las milicias locales para controlar indirectamente esos países y a la Autoridad Palestina para asegurarse de que nunca evolucionaran hacia gobiernos consensuados prooccidentales. Quitar la mano muerta de Irán del cuello de estos regímenes, que comenzó con la decisión del primer ministro Benjamin Netanyahu de decapitar y paralizar a la milicia iraní y Hezbolá, ya ha dado sus frutos en el Líbano y Siria, donde nuevos líderes pluralistas han tomado el poder. Por desgracia, ambos se encuentran todavía en un estado frágil, pero tienen una esperanza -también en Irak- que antes no existía. Y su huida de la esfera de influencia de Irán ha sido ampliamente popular entre sus pueblos.

Israel quiere que los ciudadanos iraníes descarguen su rabia contra su régimen por despilfarrar tantos recursos construyendo un arma nuclear. Hablando en inglés en un vídeo poco después del ataque, el primer ministro israelí se dirigió directamente al pueblo iraní: «No os odiamos. No sois nuestros enemigos. Tenemos un enemigo común: un régimen tiránico que os pisotea. Durante casi 50 años, este régimen os ha robado la oportunidad de una buena vida”. Los iraníes no van a dejarse inspirar por Netanyahu, pero no hay duda de que el régimen de los ayatolás es un régimen impopular y no se puede predecir lo que puede ocurrir ahora que ha sido humillado militarmente por Israel. Hace sólo tres años, el régimen clerical iraní detuvo a más de 20.000 personas y ejecutó a más de 500, en un intento de acabar con un levantamiento popular que estalló después de que la «policía de la moralidad» del régimen detuviera a una mujer de 22 años, Mahsa Amini, porque no se había cubierto totalmente el pelo bajo un velo obligatorio y que murió bajo la custodia policial. Los regímenes como el de Irán parecen fuertes, hasta que dejan de serlo, por lo que pueden desaparecer rápidamente. Sin embargo, en Oriente Medio, lo contrario de la autocracia no es necesariamente la democracia. Una caída del régimen de los ayatolás puede convertirse en un desorden prolongado. Los antiguos griegos solo temían a una cosa más que a la muerte: al caos.


[1] https://x.com/netanyahu/status/1933340443343008068