Anotaciones FAES 65
Sánchez se ha retratado en La Haya. A distancia profiláctica –en la extrema derecha de sus pantallas– la foto de familia que abrochó esta Cumbre de la OTAN ilustra la asumida condición de paria de nuestro presidente del Gobierno. Y esto, como la amnistía, también es corrupción. Porque para Sánchez gobernar es comprar tiempo de supervivencia personal a costa de lo que sea: la unidad nacional, la Constitución o el crédito internacional de España.
Ahora le ha tocado a la OTAN, y el plan no podía estar más claro. Su torpe ejecución comenzó el domingo, improvisando en la Moncloa una rueda de prensa sin periodistas. Se trataba de presumir de excepcionalismo y tergiversar una comunicación del secretario general de la Alianza haciéndole decir lo que no decía; la cosa no duró ni veinticuatro horas, hasta que Rutte –en rueda de prensa con periodistas– desnudó las mentiras del porcentaje falso y el acuerdo bilateral. Abusando de las cartas trucadas, Sánchez, jugador de ventaja, ha salido de la Cumbre puesto en evidencia, y negando haber firmado lo que ha acabado por firmar. Empezó retorciendo palabras ajenas y ha acabado deshonrando la propia, una vez más.
Que una cumbre decisiva para la defensa occidental comenzase y concluyese con una desautorización de semejante calibre demuestra que Sánchez está dispuesto a cualquier cosa con tal de “cambiar de tema” en la conversación nacional y, cuando la corrupción le llega hasta el cuello, revivir el momento fundacional de nuestra izquierda: como Zapatero en su día, “necesita tensión”, desviar el foco y agitar ese pacifismo belicoso dispuesto a romperte la crisma en nombre de la fraternidad.
El daño a medio y largo plazo para España será enorme, pero eso a Sánchez le importa bien poco: tiene el “marco” que quería para venderlo a la parroquia, adicta como siempre a los chutes de antiamericanismo y al pacifismo de baratillo. Lo de menos es nuestro crédito internacional en momentos críticos para Occidente y su capacidad de disuasión; lo importante es la foto del “desencuentro” y haber quedado desalineados para que “el pueblo de la izquierda” olvide el putiferio y las mordidas y recupere marcialidad en el combate contra los enemigos de la paz y del progreso.
España, de paso, vuelve a “ser diferente”: al apagón ibérico le sigue el apagón de nuestro crédito internacional y estratégico. Un precio muy barato para un Gobierno dispuesto a vender la nación con tal de que Sánchez siga con su escalada de trolas, haga Cumbre y pueda decir un día más: “yo estoy bien”.
Presidente, sería un buen golpe acabar de mimetizar a su némesis –la necesita tanto, ¿por qué no rendirle el merecido homenaje? –, calarse una gorra roja y predicar aquello de hacer el bloque de investidura “grande de nuevo”.