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El conflicto nunca congelado de Nagorno-Karabaj

El pasado 9 de octubre, después de más de diez horas de negociaciones en Moscú, los representantes de Armenia y Azerbaiyán, las repúblicas involucradas en el conflicto de Nagorno-Karabaj, llegaron a un acuerdo de “alto el fuego humanitario”. El acuerdo auspiciado personalmente por Vladimir Putin no es un alto el fuego militar y aún menos una solución política del conflicto, que estalló en 1994 y cuyas raíces se encuentran en la creación de la Unión Soviética, cuando en 1923 los gobernantes comunistas anexionaron Nagorno-Karabaj, con su mayoría étnica armenia, a la república de Azerbaiyán otorgándole un alto grado de autogobierno. Cuando la URSS colapsó en 1991, la región se declaró independiente, desencadenando una guerra que duró hasta 1994. Desde entonces, durante 26 años, en Nagorno-Karabaj existe oficialmente un “conflicto congelado” (aunque las hostilidades han perdurado, dado que Armenia conquistó sucesivamente siete enclaves alrededor de la región con el fin de crear buffer zones, a pesar de que la ONU reconoce a Nagorno-Karabaj como parte de Azerbaiyán).

La causa principal de este conflicto es una cuestión identitaria, pues tanto los nacionalistas armenios como los azeríes afirman que el territorio de Nagorno-Karabaj es parte fundamental de su identidad nacional y debe pertenecer a su correspondiente Estado-nación.

Desde 1994, el Grupo Minsk –integrado por EE.UU., Francia y Rusia, creado por la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE)– ha intentado encontrar una solución al conflicto. La pérdida de interés de los occidentales, especialmente de EE.UU., es ya evidente. Desde 2007, el Grupo Minsk no ha presentado iniciativa alguna, dado que todos los anteriores proyectos de acuerdo aceptados por las élites políticas de Armenia y Azerbaiyán fueron rechazados por sus respectivas poblaciones.

¿Cuáles son las causas y las consecuencias de la reanudación de la guerra por el control de Nagorno-Karabaj?

El conflicto de Nagorno-Karabaj nunca estuvo “congelado” del todo (se consideran así los conflictos interrumpidos por un alto el fuego militar sin haber alcanzado una solución política), porque durante los últimos 26 años ese alto el fuego fue incluso más humanitario que militar. La actual ofensiva azerbaiyana contra las fuerzas armenias es la más dura desde que la guerra entre ambas partes terminara formalmente en 1994, y responde al objetivo de recobrar el control de parte de los siete distritos que rodean Karabaj. Los azeríes han perdido la paciencia y ya no creen en un fin del conflicto dialogado.

La diferencia más importante entre la guerra actual y las anteriores es el apoyo explícito de Turquía a Azerbaiyán (desde 1994 Ankara ha apoyado a Bakú, pero nunca tan abiertamente como ahora), lo que convierte este conflicto regional en un escenario de rivalidad entre tres potencias (Rusia, Irán y Turquía) que fueron imperios y que no han renunciado a serlo en un futuro.

El objetivo de Turquía es triple: favorecer sobre el terreno a Azerbaiyán mediante el apoyo militar, ocupar el vacío dejado por la inoperancia del Grupo Minsk y el desinterés estadounidense, y competir con Rusia por el papel de mediador del conflicto (como ya lo hizo en los recientes conflictos de Siria y Libia) ninguneando a Irán. El de Rusia –asimismo triple– es mantener buenas relaciones con las dos partes en conflicto, convertirse en el único mediador y evitar asumir unilateralmente la protección de Armenia –a que le obligaría la alianza que mantienen en la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC)–, así como eludir una colisión con la OTAN (de la que Turquía es miembro).

El acuerdo sobre el alto el fuego humanitario no detendrá esta guerra que, a causa de la intervención de Turquía, se está convirtiendo en el factor más peligroso para la seguridad europea. El éxito de Turquía depende de la posible victoria militar de Azerbaiyán: después de la cual Ankara ofrecería a Moscú un acuerdo de paz bilateral, lo que para Erdogan sería un gran golpe de efecto porque le pondría al mismo nivel que EE.UU., el Grupo Minsk, Francia y Rusia en la zona del Sur de Cáucaso y privaría a Rusia de su papel de “único garante de la paz y la seguridad en el espacio postsoviético”.

Por tanto, el statu quo anterior favorecería a Rusia. Los intereses de Rusia coinciden con los de la UE y EE.UU. cuando se trata de Nagorno-Karabaj. Se ha detectado que los yihadistas están llegando a la región desde otras partes de Oriente Medio. Moscú tiene interés en que un conflicto en el Sur del Cáucaso no contagie el Norte del Cáucaso que se encuentra dentro de las fronteras rusas. Y el de la UE es contener la penetración del radicalismo islámico en el continente europeo. Ninguno de los dos tiene interés alguno en que se pudiera prolongar una guerra en sus fronteras.

El principal error de la UE es que no está representada de ninguna manera en este conflicto. Solo Francia, a nivel bilateral, forma parte del Grupo Minsk. Si la UE aspira, como afirmó Josep Borrell, a “hablar con el lenguaje del poder”, debería convertirse en un actor estratégico y no permitir a tres antiguos imperios que decidan el futuro de su más cercana periferia.