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El declive del independentismo, la dulce derrota de Pedro Sánchez y el renacimiento del “proceso”

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Los resultados electorales en Cataluña son contundentes. ERC ha pasado de 13 a 7 diputados, Junts de 8 a 7 diputados y la CUP de 2 a cero diputados. En definitiva, el independentismo catalán ha pasado de 23 escaños en 2019 a 14 escaños en 2023. Desde 1982, el nacionalismo no había cosechado un resultado tan bajo de votos. Para ser conscientes del declive hay que señalar que ERC ha perdido 417.000 votos, Junts 150.000 y la CUP 149.000. Si en las generales de 2019 ERC, Junts y la CUP sumaban el 42,6 % de los votos de Cataluña, en las generales del 2023 suman el 27,06 % de los votos. ERC y Junts ni siquiera alcanzan a tener un grupo parlamentario propio en el Congreso de los Diputados.

La razón del declive del independentismo catalán se encuentra en el voto útil y, sobre todo, en el abstencionismo propiciado por el nacionalismo más radical. El voto útil obedece al llamado voto dual que distingue la elección autonómica de la nacional y acaba votando a partidos nacionales en las generales al entender que se trata de una inversión más productiva. Así, el PSC ha tenido una mayoría que no se veía desde 2008 y el PP en Cataluña triplica escaños y obtiene más votos y porcentaje que ERC y Junts. Vale decir que, en este caso, el voto útil responde también al temor generado por Vox.

En cualquier caso, el absentismo propiciado por el nacionalismo radical ha sido determinante para el resultado electoral, no sólo de Cataluña, sino, sobre todo, de toda España. Al respecto, conviene recordar la campaña pro abstención impulsada por un trumpismo nacionalista –los cachorros desatados del independentismo catalán, más próximos a Junts que a una ERC tildada de traidora y que ahora estarían madurando la idea de crear un nuevo y radical partido independentista bajo la batuta de alguno de los/las “exiliados”– que proclama que “hay que desinfectar de hipocresía nuestra política [independentista] y de estos escombros surgirá la nueva ciudad”, y para ello “la abstención [electoral] es el único fermento que puede ofrecer un caldo de acción vivificadora” y así “asumir la edad adulta”. Y la abstención llegó: del 72,17% de participación en 2019 al 65,38% de 2023.

Una abstención que ha beneficiado mayoritariamente al PSC: de 12 escaños en 2019 a 19 en 2023. Una abstención que ha perjudicado al independentismo catalán en beneficio del PSOE. Sin el plus obtenido por el PSC –gracias al absentismo nacionalista–, Pedro Sánchez no podría disfrutar de la dulce derrota ni formar gobierno. También es cierto que el independentismo sacará tajada de una debilidad que cuenta con 14 escaños en el Congreso de los Diputados. Pese a los escaños pescados por el PSC, Pedro Sánchez necesita el apoyo/abstención del independentismo para ser presidente. Un independentismo catalán que subirá el precio del trueque precisamente porque los abstencionistas que tildan de traidores a ERC y Junts pertenecen a la línea dura nacionalista que nunca queda satisfecha con lo que se le ofrece. ERC y Junts –para sobrevivir– han de satisfacer al abstencionismo partidario de la confrontación con el Estado. Una vía rápida –dicen–, porque hay que superar “estos cuatro años de renuncias y fracasos… es una oportunidad, es una gran oportunidad, que habrá que concretar”.

¿Qué ocurrirá con el asunto de la independencia? Un gobierno de Alberto Núñez Feijóo, con la ley en la mano, activaría las energías –victimismo, amnistía, autodeterminación– de los restos del independentismo. Un nuevo gobierno Frankenstein –ampliado– del PSOE activaría las energías y fantasías (¿hasta dónde llegarían las concesiones de Pedro Sánchez?, ¿hasta un proceso neoconstituyente que limitaría la soberanía nacional y cuestionaría la forma política del Estado?, ¿el renacimiento del “proceso?) de un independentismo hoy debilitado que condicionaría la política española.


Miquel Porta Perales es crítico y escritor