Mauricio Rojas es doctor y profesor adjunto de Historia Económica, Universidad de Lund. Exdiputado al Parlamento de Suecia por el Partido Liberal
El discurso del nuevo rey de Holanda, Guillermo Alejandro, sobre la necesidad de sustituir el“clásico Estado de bienestar de la segunda mitad del siglo XX por una sociedad participativa” ha abierto una discusión central sobrenuestro futuro. Su idea básica es simple: el Estado benefactor, esa especie de déspota ilustrado que pretendía resolver los problemas vitales de la gente “desde arriba”, dándole soluciones decididas por y administradas desde el aparato burocrático-estatal, se ha transformado de solución en problema, de impulsor de un cierto progreso en obstáculo para el mismo. Sus estructuras y respuestas, propias de la época de las jerarquías centralizadas y la estandarización, lastran hoy el progreso de una sociedad cada vez más diversa, donde las respuestas eficientes y satisfactorias a nuestros retos vitales sólo pueden ser modeladas por los ciudadanos mismos, “desde abajo” y sin intermediarios, a partir de sus condiciones y proyectos de vida cada vez más disímiles.
“La gente quiere decidir por sí misma, organizar su vida y cuidar unos de otros”, dijo el rey. Hacerlo posible es nuestro gran desafío, transformando el Estado benefactor del pasado en un Estado posibilitador, cuyo norte sea ampliar la libertad de los ciudadanos y no sustituirla. David Cameron lo ha planteando con fuerza en su propuesta de una “Gran Sociedad”: “La Gran Sociedad es un enorme cambio cultural […] donde la gente, en sus vidas cotidianas, en sus hogares, en sus barrios, en sus lugares de trabajo […] no siempre se dirige a funcionarios, a las autoridades locales o al gobierno central buscando respuestas a sus problemas […] sino que, en vez de ello, se sienten libres y con el poder necesario para ayudarse a sí mismos y a sus propias comunidades” (Big Society Speech, 19-7-2010). Los suecos lo han venido realizando desde hace ya unos veinte años, pero a su manera, silenciosamente, en lo que The Economist (2-2-2013) acertadamente llamó “Sweden’s quiet revolution”. Para ello le dieron al ciudadano, mediante un amplio sistema de cheques o bonos del bienestar, plena libertad de elección de los servicios garantizados públicamente y, a la vez, instauraron una plena libertad de emprendimiento en esos sectores, lo que rompió los monopolios estatales y renovó, desde la demanda y participación ciudadanas, los servicios del bienestar.
Para el pensamiento liberal ésta es una gran oportunidad y un gran reto. Debemos salir de la dicotomía Estado-mercado y redescubrir la sociedad civil, haciéndola el verdadero fin tanto del Estado como del mercado. Necesitamos un liberalismo asociativo basado en aquel “individualismo verdadero” del que hablaba Friedrich Hayek, aquel que nos hace libres asociándonos, creando comunidad, y no transformándonos en átomos que se dan las espaldas los unos a los otros.
Para profundizar:
M. Rojas, Por un liberalismo asociativo.
M. Rojas, El bienestar después del Estado del bienestar.
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