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El falso europeísmo: cuando la demagogia sustituye al conocimiento

La sesión plenaria del Parlamento Europeo celebrada el pasado 22 de octubre en Estrasburgo no fue una más. En ella se votaron dos asuntos que reflejan bien el momento político de la Unión: el presupuesto general de la UE para 2026 y el llamado Paquete Ómnibus I, orientado a simplificar las normas de sostenibilidad y reporte corporativo.

Detrás de esas votaciones se escondía un debate mayor: el de la seriedad frente a la demagogia, el del europeísmo responsable frente al europeísmo impostado.

Lo que realmente se votó

En el debate presupuestario, el grupo Patriots for Europe, en el que se integra VOX, presentó enmiendas (nº 483, 484 y 487) para duplicar las partidas destinadas a frutas y hortalizas, apicultura y aceite de oliva. En un primer vistazo, las propuestas parecían generosas con el campo europeo. Sin embargo, no eran legalmente viables: sobrepasaban los límites del Marco Financiero Plurianual y no indicaban fuentes de financiación alternativas, contraviniendo los artículos 314 del TFUE y 41 del Reglamento Financiero. En otras palabras, eran promesas incompatibles con el marco jurídico de la Unión.

La mayoría del Parlamento, formada por quienes creen en la credibilidad institucional de la UE, rechazó esas enmiendas no por insensibilidad, sino por coherencia y responsabilidad. Nadie cuestiona la necesidad de reforzar el apoyo al sector agrario, pero la política presupuestaria europea exige rigor: los incrementos deben debatirse en los cauces previstos y dentro de los márgenes financieros disponibles.

Prometer lo imposible no fortalece al agricultor; lo condena a la frustración y lo aleja de la verdad, de un juicio crítico y sereno sobre lo que realmente es, y significa, la Unión Europea

Ese mismo día, el Pleno debatió el mandato de negociación del Paquete Ómnibus I, un expediente técnico, pero relevante. Su objetivo era armonizar procedimientos y reducir cargas administrativas, sin alterar las obligaciones sustantivas de sostenibilidad. El mandato fue rechazado (309 votos a favor, 318 en contra) tras una alianza circunstancial de grupos con motivaciones muy distintas. Sin embargo, algunos titulares lo presentaron como una “derrota de Bruselas” o una “coalición de élites”, tergiversando lo ocurrido y alimentando una visión simplificada y emocional del proceso legislativo europeo.

Ese modo de interpretar Europa, reducir debates complejos a relatos morales, no es inocente. Convertir una votación presupuestaria o un trámite jurídico en una “batalla del pueblo contra Bruselas” puede sonar combativo, pero debilita el entendimiento ciudadano de la realidad europea. Es la versión contemporánea del falso europeísmo: quienes se declaran defensores de Europa mientras socavan los mecanismos que la hacen posible. Y no difiere demasiado del nacionalismo que, en nombre de la independencia, promete soberanía mientras oculta a su propio pueblo que la prosperidad y la estabilidad europeas dependen hoy, más que nunca, de la integración.

Europa no necesita más ruido, sino más conocimiento. No necesita impostar cercanía, sino ejercerla con pedagogía. Porque defender a los ciudadanos europeos implica también respetar las reglas que protegen la estabilidad del conjunto.

Más atención al campo, pero con rigor y método

Nadie con sentido de responsabilidad discute que la agricultura europea merece mayor atención. El reto de la competencia global, el aumento de costes y la transición verde exigen una respuesta más ambiciosa. Pero esa respuesta debe construirse a través de los instrumentos adecuados, la Política Agrícola Común, la Política Comercial Común o la revisión del MFP, y dentro de los márgenes legales previstos.

Las ayudas al sector primario no se consiguen con declaraciones de intención, sino con un trabajo paciente y negociado en los foros competentes. Ese es el camino del europeísmo maduro: el que busca resultados, no titulares.

Europa atraviesa una etapa en la que la credibilidad institucional es tan importante como la ambición política. Los ciudadanos merecen un Parlamento que explique antes que simplifique, que corrija sin destruir, y que sepa combinar la empatía social con el rigor institucional y el sentido de Estado.

El europeísmo de verdad no se mide por la intensidad del discurso, sino por la solidez del conocimiento. Ser europeísta hoy significa entender cómo funciona la Unión y tener el coraje de decir la verdad, incluso cuando no es popular; del mismo modo que lo hicieron quienes concibieron Europa con sentido de propósito y de realidad, de Schuman a Delors, de Adenauer a Kohl, sabiendo que la integración solo avanza cuando se une la visión con el rigor.

La defensa de los agricultores, de las pymes o de los consumidores exige justamente eso: conocer las reglas para transformarlas, no ignorarlas para aplaudirnos.

La Unión Europea necesita empoderar al ciudadano con conocimiento, no con consignas. Solo así podrá acercarlo a la verdad y alejarlo de los populismos que simplifican lo complejo y desfiguran lo real.